El origen del
día de los
Muertos nos
lleva al año de
998, hace más de
1.000 años,
cuando el abad
de la Orden de
los Benedictinos
en Cluny,
Francia,
instituyó en
todos los
monasterios de
la Orden en
aquel país la
conmemoración de
los muertos el
día 2 de
noviembre, culto
que la Santa Sé
aplaudió y
oficializó para
todo el
Occidente.
Como sabemos, es
un día especial
para los
católicos, día
en que es
costumbre la ida
a los
cementerios para
una reverencia
especial a los
entes queridos
que partieron.
Si existen
personas que lo
observan
solamente para
atender a una
tradición, hay
personas que,
inequívocamente,
dedican ese día
a una especie de
reencuentro
espiritual con
sus amados. ¿Y
los llamados
muertos? ¿Ellos
se sensibilizan
con tales
recuerdos?
El Espiritismo
nos afirma que
sí.
Quedan ellos
contentos y
sensibilizados
con el recuerdo
de sus nombres.
Si son personas
felices, ese
recuerdo aumenta
aún más su
felicidad; si
son infelices,
el hecho
constituye para
ellos un alivio.
El día
consagrado a los
muertos, ellos
atienden al
llamamiento del
pensamiento de
los que buscan
orar sobre su
despojos, como
en cualquier
otro momento.
Ese día, los
cementerios
están repletos
de Espíritus,
más que otros
días, porque hay
evidentemente en
tal ocasión un
número mayor de
personas que los
llaman.
Es un error, sin
embargo, pensar
que es la
multitud de
curiosos que los
atrae al campo
santo. No. Cada
uno que allí
comparece actúa
así a causa de
sus amigos y no
por la reunión
de los
indiferentes
que, muchas
veces, visitan
los cementerios
como manera de
pasar el tiempo.
Reportándose al
día de los
Muertos, Charles
Nodier
(Espíritu)
explica que en
esa fecha los
Espíritus van a
los cementerios
porque los
pensamientos y
las plegarias de
los seres amados
allí se
presentan. Y
aprovecha para
dejarnos – a
nosotros que aún
estamos
encarnados – una
lección
preciosa:
"Conforme la
manera en que
hayáis vivido
aquí debajo,
seréis recibidos
ante Dios. ¿Qué
es la vida, a
fin de cuentas?
Una cortísima
emigración del
Espíritu en la
Tierra; tiempo,
sin embargo, en
que puede
amontonar un
tesoro de
gracias o
prepararse para
crueles
tormentos".
(Revista
Espírita de
1860, pág. 408.)
Según lo que
aprendemos en el
Espiritismo, no
es, sin embargo,
indispensable
comparecer al
cementerio para
homenajear al
ente querido que
partió. La
visita al túmulo
es un modo de
manifestar que
se piensa en el
Espíritu ausente
– sirve de
imagen –, pero
es la plegaria
que santifica el
acto de
recuerdo, poco
importando el
lugar, si ella
es dictada por
el corazón.
Eso significa
que las personas
impedidas de
moverse, sea por
las condiciones
de salud, sea
por la edad
avanzada, podrán
enviar por las
ondas poderosas
del pensamiento
su abrazo, su
vibración, su
cariño a los
entes queridos
que volvieron a
la patria
espiritual antes
de nosotros.
|