Materialistas e
incredulos: ¿cómo
abordarlos?
La mayor felicidad en el
amor pertenece a quien
ama
“Por encima de las nubes
brilla el Sol.” -
Joanna de Ângelis
Cuando vislumbramos la
Luz, tras milenios
sumergidos en las más
densas tinieblas de la
ignorancia; en el
momento en que la
Doctrina Espírita
comienza a brillar por
la noche de nuestra
milenaria existencia,
nace un deseo muy
natural de hacer llegar
esa luz a nuestros
afectos del corazón. Y,
aún deslumbrados con los
primeros rayos de la
claridad nueva,
invertimos, un tanto
atropelladamente, en el
menester de llevar el
esclarecimiento espírita
a todos. Nuestro caso
no fue una excepción.
Pero, cuando cogemos de
vuelta la taza vinagrosa
de la
indiferencia, del
escarnio, del desinterés
e incluso de la ironía
cortante del apodo, nos
desanimamos... Un
Benefactor Espiritual,
midiendo nuestra
frustración y angustia,
nos habló en tono ameno
y cariñoso, pero con
gran sabiduría: “Mi
hijo, el Padre tiene
soluciones inimaginables
para todo.
Si sus afectos del
corazón no le están
comprendiendo ahora,
mañana estarán
recorriendo las mismas
sendas que hoy usted,
merced a la Bondad de
Dios, encontró. No se
aflija, pues... Aguarde
el tiempo y, por ahora,
siga solo así; más
tarde, ¿¡quien sabe!?...”
Hay tiempo para todo,
como dice el
Eclesiastés.
Afirma el ínclito
Maestro Lionés: “Muy
natural y loable es, en
todos los adeptos, el
deseo, que nunca será
demasiado animar, de
hacer prosélitos.
Buscando facilitarles
esa tarea, aquí nos
proponemos examinar el
camino que nos parece
más seguro para alcanzar
ese objetivo, a fin de
ahorrarles inútiles
esfuerzos.
El Espiritismo es toda
una ciencia, toda una
filosofía. Quién, pues,
seriamente quiera
conocerlo debe, como
primera condición,
disponerse a un estudio
serio y persuadirse de
que él no puede, como
ninguna otra ciencia,
ser aprendido
jugueteando.
La Doctrina Espírita
entiende con todas las
cuestiones que interesan
a la Humanidad. Tiene
inmenso campo, y lo que
principalmente conviene
es encararlo por sus
consecuencias. Le
forma a buen seguro la
base la creencia en los
Espíritus, pero esa
creencia no basta para
hacer de alguien un
espírita esclarecido,
como la creencia en Dios
no es suficiente para
hacer de quienquiera que
sea un teólogo. Veamos,
entonces, de que manera
será mejor se suministre
la enseñanza de la
Doctrina Espírita, para
llevar con más seguridad
a la convicción. Pero
que no se espanten los
adeptos con esta
palabra— enseñanza.
No constituye enseñanza
únicamente lo que es
dado del púlpito o de la
tribuna. Hay también la
simple conversación.
Enseña a todo aquel que
busca persuadir al
prójimo, sea por el
proceso de las
explicaciones, sea por
el de las experiencias.
Lo que deseamos es que
su esfuerzo produzca
frutos y es por esto que
juzgamos
nuestro deber dar
algunos consejos, que
podrán igualmente
aprovechar los que
quieran instruirse por
sí mismos. Unos y otros,
siguiéndolos, hallarán
medio de llegar con más
seguridad y presteza al
fin buscado.
Es creencia general que,
para convencer, basta
presentar los hechos.
Ese, con efecto, parece
el camino más lógico.
Sin embargo, muestra la
experiencia que ni
siempre es lo mejor,
pues que a cada paso se
encuentran personas que
los más patentes hechos
absolutamente no
convencieron. ¿A qué se
debe atribuir eso? Es lo
que vamos a intentar
demostrar”.
Toda enseñanza metódica
tiene que partir de lo
conocido para lo
desconocido
“En el Espiritismo,
la cuestión de los
Espíritus es secundaria
y consecutiva; no
constituye el punto de
partida. Este
precisamente es el error
en que caen muchos
adeptos y que, a menudo,
los lleva al fracaso con
ciertas personas. No
siendo los Espíritus
sino las almas de los
hombres, el
verdadero punto de
partida es la existencia
del alma. Ahora, ¿cómo
puede el materialista
admitir que, fuera del
mundo material, vivan
seres, estando
convencido de que, en sí
mismo, todo es materia?
Ahora, para el
materialista, lo
conocido es la materia:
partid, pues, de la
materia y tratad, antes
de nada, haciendo que él
la observe, de
convencerlo de que hay
en él alguna cosa que
escapa a la leyes de la
materia. En una palabra,
antes que lo hagáis
espírita, cuidad de
hacerlo espiritualista.
Pero, para tal, otro es
el orden de hechos al
que hay que recurrir,
muy especialmente a una
enseñanza asimilable y
que, por eso mismo,
necesita ser dada por
otros procesos. Hablarle
de los Espíritus, antes
que esté convencido de
tener un alma, es
comenzar por donde se
debe acabar, por cuanto
no le será posible
aceptar la conclusión,
sin que admita las
premisas...
Antes, pues, de intentar
convencer a un
incrédulo, aún por medio
de los hechos, cumple
nos aseguremos de su
opinión relativamente al
alma, es decir, cumple
que verifiquemos si él
cree en la existencia
del alma, en su
supervivencia al cuerpo,
en su individualidad
después de la muerte.
Si la respuesta es
negativa, hablarle de
los Espíritus sería
perder tiempo. He ahí la
regla. No decimos que no
comporte excepciones.
Desde que se reconoce la
posibilidad de un hecho,
tres cuartos de la
convicción están
conseguidos
(...) El puro
materialista tiene para
su engaño la excusa de
la buena fe; posible
será desengañarlo,
probándole el error en
que se encuentra. En el
otro, hay una
determinación asentada,
contra la cual todos los
argumentos irán a
chocarse vanamente. El
tiempo se
encargará de abrirle los
ojos y de mostrarle,
quizá costa propia,
donde estaban sus
verdaderos intereses,
por cuanto, no pudiendo
impedir que la verdad se
expanda, él será
arrastrado por el
torrente, así como los
intereses que juzgaba
salvaguardar.
(...) Los medios de
convencer varían
extremadamente, conforme
los individuos. Lo que
persuade a unos nada
produce en otros; este
se convenció observando
algunas manifestaciones
materiales, aquel por
efecto de comunicaciones
inteligentes, el mayor
número por el
razonamiento.
Podemos hasta decir que,
para la mayoría de los
que no se preparan por
el razonamiento, los
fenómenos materiales
casi ningún peso tienen.
Mientras más
extraordinarios son esos
fenómenos, mientras más
se alejan de las leyes
conocidas, mayor
oposición encuentran y
esto es por una razón
muy simple: es que todos
somos llevados
naturalmente a
dudar de una cosa que no
tiene sanción racional.
Cada uno la considera
desde su punto de vista
y la explica a su modo:
el materialista la
atribuye a una causa
puramente física o al
embuste; el ignorante y
el supersticioso a una
causa diabólica o
sobrenatural, mientras
que una explicación
previa produce el efecto
de destruir las ideas
preconcebidas y de
mostrar, sino la
realidad, por lo menos
la posibilidad de la
cosa, que, así, es
comprendida antes de ser
vista. Ahora, desde que
se reconoce la
posibilidad de un hecho,
tres cuartos de la
convicción están
conseguidas”.
Con relación al que no
se convenció por el
razonamiento, ni por los
hechos, la conclusión a
quitar es que aún le
cumple sufrir la prueba
de la incredulidad. Se
debe, por lo tanto, en
esos casos, dejar a la
Providencia el encargo
de le preparará
circunstancias más
favorables, una vez que
no faltan los que
anhelan por el
recibimiento da Luz,
para que se esté
perdiendo el tiempo con
los que la repelen.
Sin el razonamiento, los
fenómenos no bastan para
determinar la convicción
El neófito debe comenzar
por la teoría. Según
explicación de Kardec1,
“Es en la teoría que
todos los fenómenos son
apreciados, explicados,
de modo que el
estudiante viene a
conocerlos, a
comprenderles la
posibilidad, a saber en
qué condiciones pueden
producirse y cuáles los
obstáculos
que pueden encontrar.
Entonces, cualquiera que
sea la orden en que se
presenten, nada tendrán
que sorprenda. Este
camino aún ofrece otra
ventaja: la de ahorrar
una inmensidad de
decepciones a aquel que
quiera operar por sí
mismo. Precavido contra
las dificultades, él
sabrá mantenerse en
guardia y evitar la
coyuntura de adquirir la
experiencia a su propia
costa. Hablamos, pues,
por experiencia y, así,
también, es por
experiencia que decimos
el mejor método de
enseñanza espírita
consiste en dirigirse, a
aquel que enseña, antes
a la razón que a los
ojos.
Ese es método que
seguimos en nuestras
lecciones y por el cual
solamente tenemos que
felicitarnos. El estudio
previo de la teoría
muestra inmediatamente
la grandeza del objetivo
y el alcance de la
ciencia.
(...) Sin el
razonamiento, los
fenómenos no bastan para
determinar la
convicción. Una
explicación previa,
poniendo término a las
prevenciones y mostrando
que los hechos en nada
son contrarios a la
razón, dispone al
individuo a aceptarlos.
Tan cierto es esto que,
en diez personas
completamente novatas en
el asunto, que asistan a
una sesión de
experimentación, aunque
de las más
satisfactorias en la
opinión de los adeptos,
nueve saldrán sin estar
convencidas y algunas
más incrédulas que
antes, por no haber las
experiencias
correspondido a lo que
esperaban.
Lo inverso se dará con
las que puedan
comprender los hechos,
mediante un anticipado
conocimiento teórico.
Para estas personas, la
teoría constituye un
medio de verificación,
sin que cosa alguna las
sorprenda, ni aún el
fracaso, porque saben en
que condiciones los
fenómenos se producen y
que no se les debe pedir
lo que no
porque saben en que
condiciones los
fenómenos se producen y
que no se les debe pedir
lo que no pueden dar.
Así, pues, la
inteligencia previa de
los hechos no sólo las
coloca en condiciones de
percibir todas las
anomalías, sino también
de incautar un sin
número de
particularidades, de
matices, a veces muy
delicados, que escapan
al observador
ignorante”.
A quien esté
sinceramente dispuesto a
aprender el Espiritismo
y posteriormente
practicarlo, dinamizando
así, en su propia
intimidad las enseñanzas
de Jesús, se aconseja de
entrada la lectura de
los siguientes libros en
el respectivo orden:
“Que es el
Espiritismo”,
“El Libro de los
Espíritus”, “El Libro de
los Médiums”, “El
Evangelio según el
Espiritismo”, “El Cielo
y el Infierno”, “La
Génesis” y la “Revue
Spirite”, todos de Allan
Kardec; y enseguida las
centenares de obras
subsidiarias serias.
La ética
espírita-cristiana no
incentiva ni admite
proselitismo de arrastre
Sepamos dirigir nuestras
atenciones para las
criaturas que realmente
se muestran
receptivas. No
violentemos al incrédulo
reticente ni al
materialista que se
complacen en su
ignorancia. La ética
espírita-cristiana no
admite proselitismo de
arrastre... Y si entre
las
personas refractarias se
incluyen nuestros
afectos más queridos,
dejemos al Padre
indicarles, en el debido
tiempo, los caminos de
la propia evolución,
entregándonos
incondicionalmente A
aquel que garantizó que
“no se perdería ninguna
de las ovejas que el
Padre Le confió”.
He ahí el lúcido consejo
de Joanna de Ângelis2:
“Olvida las sombras que
tiñen de oscuridad tus
esperanzas, y la luz que
enciendas en el camino
de los que te buscan
será la lámpara
clarificadora para
iluminar la ruta de tus
propios pies.
Ama, esforzándote al
principio, aunque se
demoren en tu paladar
afectivo los sabores de
muchos desamores que te
dilaceran, y
constatarás, sonriendo,
que la mayor felicidad
en el amor pertenece a
quien ama.
Como es verdad que hay
mucha incomprensión en
la Tierra, no menos
seguro es que hay mucha
aspiración de
comprensión entre los
Espíritus que avanzan en
el trámite para los
Rumbos Infinitos.
Déjate, por lo tanto,
transformar en arpa de
amor tocadas por manos
espirituales, y las
vibraciones de los
acordes esparcidos en la
comunidad sufrida en que
te sitúas, formarán la
bella sinfonía del bien,
traductora de Bien
Infinito en toda la
Tierra.
Jesús, incomprendido en
el reducto de los más
cariñosos afectos,
dilató las expresiones
del propio sacrificio,
sorbiendo sin protesta o
quejas el contenido
abundante de la hiel y
del vinagre de la mala
voluntad, alentando,
amando a los compañeros
tibios y cantando con
ellos la música de la
esperanza, para la
fijación de la Buena
Nueva en el país de los
corazones, haciéndose,
Él aún, de más augusta
ofrenda de Amor a la
Humanidad”.
[1] -
KARDEC, Allan. O
Livro dos Médiuns. 71.
ed. Rio [de Janeiro]:
FEB, 2003, 1ª parte,
cap. III, itens 18 e
seguintes.
[2] -
FRANCO, Divaldo .Lampadário
Espírita. 2. ed. Rio
[de Janeiro]: FEB, 1971,
cap. 60, p. 245.
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