¡He aquí que
finalizó un año
más!
¿Habrá sido un
año feliz?
Evidentemente
que no, pues si
algunos pocos
pudieron
rejubilarse al
final del 2009,
no podemos
ignorar que la
gran mayoría de
los hombres,
aquí y en el
exterior, aún
espera el
advenimiento de
días
efectivamente
felices, en que
la paz reine en
los corazones y
la conciencia no
se debata más
intranquila.
La Religión
podrá traernos
esos días,
porque la
felicidad real
no está de modo
alguno vinculada
a las posesiones
mundanas.
Que nadie se
olvide de que el
hombre nace
desnudo y de
igual modo
vuelve al plano
espiritual. La
idea de
colocarse joyas,
oro y otras
reliquias de
valor en nuestra
tumba, que
calentó los
sueños de los
faraones, no
pasa de una
iniciativa vana,
ya que esos
bienes tienen
enorme valor en
el plano en que
estamos pero
ninguna utilidad
tendrá en el
otro mundo.
El hombre
millonario, que
suponemos
extremadamente
feliz debido a
sus posesiones,
daría
ciertamente toda
su fortuna o
parte de ella en
pago a la vida
de un hijo que
la muerte
llevase. Ese
amor de padre,
la amistad
fraterna que
cultivamos a lo
largo de la
existencia, la
paz interior que
los familiares
queridos nos
inspiran, nada
de eso puede ser
medido en
términos
monetarios, lo
que muestra que
las aspiraciones
humanas
realmente
legítimas son,
en último
análisis, las
que pueden
conducir a la
criatura al
encuentro del
Creador,
objetivo final
de la Religión.
Aunque pesen
tales
consideraciones,
se vive en la
Tierra una época
de materialismo
desenfrenado. No
nos reportamos
aquí sólo al
materialismo
ideológico, sino
al materialismo
práctico, que
encontramos
incluso en la
vida de los
llamados
religiosos.
El egoísmo es,
no hay como
contestar, la
raíz de ese
materialismo,
que responde por
varias
distorsiones que
manchan la
civilización de
nuestro tiempo y
genera esa
fiebre mundial
por la
acumulación de
bienes.
El
comportamiento
materialista es
también, en la
realidad, un
atestado de
falta de fe y
una demostración
de la suspensión
de pagos de las
religiones que
no han
conseguido
incluir en las
reflexiones de
los hombres,
salvo una vez
por semana, por
ocasión de los
cultos
religiosos, un
hilo de luz que
los guíe en su
jornada terrena.
“Nosotros
vivimos,
nosotros
vivimos,
nosotros – los
muertos –
vivimos...” – he
ahí el recado de
los Espíritus de
aquellos que ya
partieron para
el más allá.
¿Qué sentido
tendrá para
nosotros ese
aviso?
Sin cualquier
reflexión de
orden
filosófica, él
tiene por lo
menos este: que
la muerte no
existe, que la
existencia
terrena es una
faceta de la
vida del
Espíritu, que el
alma es inmortal
y que nos
importa
desarrollarla
con todas las
fuerzas de
nuestro ser, ya
que es ella que
sobrevive a
finales de ese
proceso.
Pensando así,
esperamos que
este año que
ahora se inicia
nos lleve a
comprender mejor
los llamamientos
de la religión
que profesamos y
que sea él el
principio de una
vida de paz y de
renovación de
nuestros
hábitos.
Adiós al Año
viejo recién
finalizado.
¡Bienvenidas al
Año nuevo que
ahora se inicia!
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