Cierto hombre deseaba
mucho encontrar un gran
tesoro. Como le gustaba
de un modo especial de
las perlas, resolvió
bucear para ver si
conseguía encontrar una
perla, que él sabía era
de gran valor.
Su esposa, mujer
práctica y sin gran
conocimiento, sugirió:
— Compra perlas en las
tiendas. Existen
montañas de ellas en
collares, pendientes y
anillos, y algunas bien
baratas.
El marido sonrió de la
ingenuidad de la esposa,
replicando:
— No deseo perlas que
son fabricadas por
máquinas y que se
encuentran en gran
cantidad en cualquier
tienda. Quiero las
perlas verdaderas, que
se forman dentro de
algunos
tipos de ostras. Son muy
bellas y poseen uno
brillo especial. Estas
son joyas verdaderas y
tienen gran valor en el
comercio.
Sin embargo, la esposa
estaba muy preocupada:
— No vaya, mi marido. El
mar es traidor y es
peligroso bucear en
aguas profundas.
Con firmeza, el hombre
se despidió de la
esposa,
tranquilizándola:
— No te preocupes. Tengo
fe que Dios va a
ayudarme.
Así, el hombre se hizo
con todo el equipamiento
necesario para el buceo:
ropa especial de
buceador, máscara y tubo
de oxígeno.
Con voluntad, despertó
mucho pronto y buceó
buscando su tesoro,
llenándose de coraje
para enfrentar los
peligros que las
profundidades del mar
encierran.
Con determinación y
coraje, buceó varios
días sin conseguir
encontrar la perla de
sus sueños.
Sin embargo, no se
desanimó. Continuó, con
perseverancia, a hacer
los sumergimientos hasta
que, cierto día,
consiguió encontrar lo
que tanto
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deseaba: dentro
de una ostra,
allí estaba la
perla más linda
que alguien ya
había
encontrado.
Feliz, agradeció a Dios
por la bendición que le
había concedido y,
satisfecho, volvió para
casa, llevando con mucho
cuidado y cariño su
tesoro.
Como ese hombre, muchas
personas
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también desean
encontrar
tesoros, pero no
poseen las
condiciones
necesarias que
son: la
voluntad, el
coraje, la
perseverancia y
la fe. |
Jesús compara el Reino
de los Cielos a un
negociante que buscaba
buenas perlas; y
habiendo hallado una de
gran valor, vendió todo
lo que poseía y la
compró.
Lo mismo ocurrió con el
buzo que dejó todo lo
que tenía para correr en
búsqueda de su tesoro
mayor y no midió
esfuerzos para
encontrarlo. Y, cuando
lo encontró, se llenó de
alegría.
El Evangelio de Jesús es
ese tesoro de valor
inmenso que nos
enriquece el alma.
Encontrando las
enseñanzas del Maestro,
de nada más tendremos
necesidad.
(Adaptado do CD
“Educação do Ser
Integral”, do Lar
Fabiano de Cristo.)
Tía Célia
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