A Andrés le gustaba
pasear en el barrio
donde vivía. Siempre que
podía, cogía su
bicicleta y salía de
casa con el viento
tocando en su cara, lo
que le hacía muy bien.
Se sentía libre, dueño
de sí mismo.
Andrés soñaba mismo era
aprender a conducir para
coger el coche de su
padre. Pero, como tenía
sólo doce años, no podía
hacerlo.
- Cuando tú tengas edad,
mi hijo, podrás aprender
a conducir. Antes de eso
estés contento con tu
bicicleta.
Y él suspiraba, pensando
que el tiempo tardaba
mucho a pasar, y aún
tendría muchos años de
espera por delante.
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Pensando en ello, Andrés
dio más una vuelta y
volvió a casa.
Llegando cerca de ella,
vio el coche de su padre
aparcado delante de su
casa y, distraído, no se
dio cuenta que estaba
muy próximo. Admirando
el vehículo, al pasar
cerca de él rayó la
pintura y cuando lo miró
había una línea en su
lateral.
- ¡Qué rollo…! ¿Y ahora?
Preocupado, pues sabía
que su padre se quedaría
furioso, Andrés abrió el
portón. Dejó la
bicicleta en el fondo, y
lleno de miedo, entró en
casa.
El padre se encontraba
en el salón leyendo el
periódico. Él llegó con
lágrimas en los ojos,
humilde, y dijo:
- Papá ¡Ocurrió una cosa
horrible!
- ¿Qué ha pasado Andrés?
– le preguntó el padre,
preocupado, cerrando el
periódico.
- ¡Sin querer, yo rayé
su coche!...- y relató a
su padre todo lo que
había ocurrido.
Inmediatamente, el padre
fue a averiguar la
avería. Realmente, una
fea línea estaba en toda
la lateral del vehículo
- Andrés, tú has causado
un gran perjuicio.
Tendré que mandar pintar
toda la lateral del
coche y eso me costará
mucho. Descontaré de tu
paga mensual, chiquito,
para que aprendas a
respetar lo que es de
los otros.
Llorando Andrés decía:
- Papá ¡discúlpame! ¡Yo
no tuve intención! Y
además de eso, mi paga
mensual es tan pequeña!...
- Todo bien, mi hijo. De
esta vez tú estás
perdonado, pero tengas
más cuidado, ¿Vale?
- Ahora, fue solamente
una raya en el coche,
pero podría ser algo más
grave. ¿Y si hubieras
herido a alguien?
- Yo lo sé, papá.
Reconozco que erré. Eso
nunca más ocurrirá, Te
lo prometo.
Entrando en casa,
Andrés estaba más
tranquilo por tener
resuelto el problema.
Era como si hubiera
quitado un peso de
encima. Se sentía
contento y animado.
Así, sonriendo, se
dirigió a su habitación
y, abriendo la puerta,
paró sorprendido.
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Su colección de
cochecitos, de que a él
le gustaba tanto, que
eran copias de modelos
verdaderos, estaba toda
desordenada y algunos
estaban tirado en el
suelo, y uno de ellos
sin las ruedas y otro
con la puerta quitada.
Furioso, salió en busca
de su hermanito,
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que tenía solamente cinco
años, y lo encontró
jugando con dos
amiguitos en el patio
de la casa. |
- ¡David! ¿Qué mocoso
eres? ¿Quién te lo dio
permisión para entrar en
mi habitación y
desordenar mis cosas? Y,
¡ peor todavía! ¿En los
cochecitos de mi
colección?...
- El peque se quedó
asustado al ver a su
hermano. Y Andrés
continuó furioso:
- ¡Y tú no te alegraste
en coger mis cochecitos,
tú hasta los
estropeaste! ¡Mira este
que está sin ruedas!
¡Aquel otro sin las
puertas!
Muy enojado, Andrés lo
agarró por el cuello, y
él se puso a gritar y a
llorar:
- ¡ Mamá! ¡Papá!
¡Ayúdame!...
El peque temblaba,
mirando a su hermano que
lo sostenía con mucha
fuerza.
- ¡Ahora, tú vas a
pagar, chico!...
Aterrorizados, los
amiguitos de él salieron
corriendo en busca de
ayuda, avisaron al padre
que apareció asustado,
y, luego enseguida, la
madre.
- ¿Qué se pasa
aquí? ¡Suelta a tu
hermano, Andrés!
- ¡Papá, este
chiquillo desordenó toda
mi colección y estropeó
mis cochecitos! ¡Mirad!
¡Él tendrá que pagarme
por todo el daño que
hizo!
- ¡Yo no lo hago
más, Andrés, lo siento
mucho, discúlpame!-
suplicaba el pequeño
David llorando.
- ¡No voy a
perdonarte nunca!...
Oyendo aquellas
palabras, el padre saca
el peque de las manos de
Andrés, abrazándole con
mucho cariño y, mira al
hijo mayor:
- ¿Andrés, mi hijo,
yo lo he perdonado hace
poco de un perjuicio
bien más grande que tú
me has causado, y tú no
perdonas esa tontería
que tu hermano ha hecho?
Recuérdate: Jesús dijo
que debemos hacer a los
otros todo lo que
gustaríamos que los
otros nos hicieran.
En ese momento, Andrés
se acordó del daño que
había hecho en el coche
de su padre y bajó la
cabeza, envergonzado.
El padre con una
expresión severa en la
cara, le dijo:
- Muy bien. Entonces,
delante de esto, tú
tendrás que pagarme con
tu paga mensual el valor
del arreglo del coche.
Tú te quedarás muchos
meses sin recibir tu
paga mensual, pero
seguro que aprenderás la
lección.
- Usted tiene razón,
papá. Yo lo sé que actué
de manera errada.
Después, llegando cerca
del pequeño David,
sonrió:
- David, nosotros
siempre fuimos amigos.
Perdóname por tener sido
tan agresivo contigo.
- ¡Pero yo rompí tu
cochecito! ¡Yo puedo
pagar con esa moneda que
gané! – respondió el
niño, con los ojos muy
abiertos y con una
expresión triste en la
cara.
- No te preocupes.
Guarda tu moneda.
Puedes dejar que yo
mismo lo arreglo. ¡Además
de eso, tengo tantos!...
Ya que a ti te gusta
tanto, voy a darte uno.
Andrés tenía aprendido
la lección. A partir de
aquel día él se quedó
más amigo de su
hermanito y, siempre que
podía, ellos jugaban
juntos con sus
cochecitos.
Meimei
(Pagina recibida por
Celia Xavier de Camargo
en 6/09/2010.)
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