La violencia que
nos asuela y su
antídoto
Los últimos días
de noviembre se
quedaron
marcados por la
verdadera guerra
que se ha
registrado en
Rio de Janeiro
entre policías y
traficantes, con
todas sus
consecuencias
funestas que a
nadie perdonan,
especialmente a
los niños.
¿Habrá un
antídoto para
tal estado de
cosas?
Es evidente que
para todo existe
un antídoto.
Unos tienen
efecto
inmediato, otros
sólo producen
resultado a
largo plazo.
En el caso del
tráfico de
drogas, la causa
central de los
disturbios
averiguados en
Río, son dos los
aspectos a
considerar.
De un lado están
los que
adquieren el
producto,
llevados por una
compulsión en
que es evidente,
no sólo
determinada
enfermedad
catalogadas en
los manuales de
medicina, pero
también una
influencia de
naturaleza
espiritual.
Se aplica a la
dependencia
química lo que
Herculano Pires
y otros autores,
como André Luiz
y Cornélio Pires
escribieron a
respecto del
alcoholismo. El
alcohólico no
consume solo,
como piensa, el
alcohol que lo
destruirá. El
vampirismo
espiritual es un
hecho conocido y
desmenuzado por
los estudiosos
del Espiritismo.
Es necesario,
pues, tratar a
los adictos a
las drogas, de
la misma manera
como procuramos
tratar a los
enfermos en
general,
asociando, pues,
en ese
tratamiento, a
los medicamentos
convencionales,
la llamada
medicina
espiritual
conjugada con
los recursos
educativos.
Emmanuel
escribió cierta
vez que
solamente la
educación
conseguirá
cambiar la cara
del mundo en lo
cual vivimos. Es
por eso que
existe la niñez,
ese periodo
indispensable a
la reeducación
de los seres
que, habiendo
vivido por aquí,
están de vuelta
al escenario
terrestre.
De otro lado
están los que
viven del
tráfico y lo
entienden como
negocio, aunque
tengan
conciencia de
que se trata de
una actividad
ilegal.
Muchas personas
entienden,
ingenuamente,
que la
liberación de
las drogas
acabaría con el
tráfico y, por
extensión, con
la violencia a
él pertinente.
Ocurre que
liberar el
comercio de las
drogas ilícitas
es lo mismo que
eliminar la
vigilancia de
las autoridades
sanitarias con
relación a los
medicamentos.
Luego, cuando
una medicina es
vendida en una
droguería, todos
nosotros
esperamos que su
composición y
sus efectos son
del conocimiento
de la autoridad
que la liberó.
Si él fuera
nocivo a la
salud,
ciertamente no
tendría
conseguido
permiso para ser
industrializado
y vendido a la
población.
Así se da con
las drogas
ilícitas, cuyos
efectos dañosos
son por demás
conocidos, y es
por eso,
precisamente por
eso, que no
pueden ser
comercializadas.
Es necesario,
pues, cuanto a
los que se valen
del tráfico, la
necesaria
represión. Ellos
no pueden
prevalecerse de
la fragilidad de
los que luchan
en contra a la
dependencia
química para
hacer de eso una
fuente de renta,
fuente esa
condenable bajo
todos los
aspectos por los
cuales se
considere la
cuestión.
En lo que se
refiere a la
educación,
recordemos que
la verdadera
educación tiene
por fin llevar
el individuo a
la perfección;
pero esa
caminata rumbo a
la perfección
requiere el
concurso de
aquello que
Emmanuel llamó
de dos alas: “el
sentimiento y la
sabiduría”. El
sentimiento y la
sabiduría –
escribió él –
son dos alas con
que el alma se
elevará para la
perfección
infinita. En el
círculo temeroso
del orbe
terrestre, ambos
son clasificados
como
adelantamiento
moral y
adelantamiento
intelectual,
pero, estamos
examinando los
valores
propiamente del
mundo, en
particular,
debemos
reconocer que
ambos son
imprescindibles
al progreso,
siendo justo,
pero, considerar
la superioridad
del primero
sobre el
segundo, por eso
la parte
intelectual sin
la moral puede
ofrecer
numerosas
perspectivas de
caída, en la
repetición de
las
experiencias,
mientras que el
avance moral
jamás será
excesivo,
representando el
núcleo más
importante de
las energías
evolutivas”. (O
Consolador,
cuestión n. 204)
La educación,
así considerada,
nos enseñará a
convivir con el
prójimo,
aceptándolo tal
cual es, con sus
defectos e
imperfecciones,
sin la
pretensión de
corregirlo,
porque el
verdadero
cristiano
inspira su
semejante con
bondad para que
él mismo
despierte y
cambie de
conducta de modo
propio.
Dice Joanna de
Ángelis que, al
bajar de las
regiones felices
al valle de las
aflicciones para
ayudarnos, Jesús
nos enseñó como
deben actuar los
que se dicen
cristianos. Y
evocando el
ejemplo del
Cristo, la
mentora de
Divaldo P.
Franco
recomienda
(Leyes Morales
de la Vida, cap.
31):
“Atesta tu
confianza en el
Señor y la
excelencia de tu
fe mediante la
convivencia con
los hermanos más
desdichados que
tú mismo.
Séles la
lámpara
encendida a
clarificarles la
marcha.
Nada esperes
de los otros. Sé
tú quien ayuda,
disculpa,
comprende.
Si ellos te
engañan o te
traicionan, si
te censuran o te
exigen lo que no
te dan, ámalos
más, sufríos
más, por eso son
más carentes de
socorro y amor
do que supones.
Si
consiguieras
convivir
pacíficamente
con los amigos
difíciles y
hazlos
compañeros,
tendrás logrado
éxito, por eso
que Jesús en tu
corazón estará
siempre
reflejado en el
trato, en
intercambio
social con los
que te buscan y
con los cuales
ascienden en
dirección a
Dios”.
Si los que
intentan
librarse de la
dependencia
química tuviesen
el apoyo
mencionado por
Joanna, en
lugar de la
condenación y
del desprecio
ajeno, es
evidente que
podrán, sí,
erguirse de
nuevo y volver a
tener una vida
normal, del que
hay varios
ejemplos en la
sociedad
terrena.
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