La
Navidad se aproximaba.
Las personas parecían
más amigas, más
sensibles y generosas.
El recuerdo de Jesús, de
su venida al mundo,
inundaba los corazones
de fe y de esperanza.
Carla, niña de siete
años, sin embargo, no se
había dejado influenciar
por el ambiente de
solidaridad. Navidad,
para ella, se resumía en
recibir muchos regalos
caros: ropas, calzados y
juguetes.
Había nacido en una casa
confortable, tenía
padres amorosos y nunca
había echado en falta
nada. Todo lo que ella
pedía el papá compraba.
Así, no conseguía
evaluar la necesidad de
las otras personas.
Cuando un hombre tocaba
a la puerta pidiendo un
plato de comida, ella lo
expulsaba sin piedad.
Cuando una niña pobre
pasaba por la calzada y
paraba fascinada al ver
a Carla juguetear en el
jardín, cercada de
juguetes caros y lindas
muñecas, la niña
inmediatamente decía
irritada:
— ¿Qué estás haciendo
ahí? ¡Vete fuera! ¡Sal
de aquí antes que yo
llame a alguien!
Y la niña, con lágrimas
en los ojos, bajaba la
cabeza, y se alejaba
triste.
Ese día, alguien llamó a
la puerta y Carlinha fue
a atender. Era una pobre
mujer flaca y pálida,
que tenía un bebé en los
brazos y parecía andar
con hambre.
Llena de asco, con malos
modos, Carla preguntó
qué quería ella. La
pobre madre, con voz
humilde, le explicó la
situación:
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— No soy mendiga.
Siempre trabajé y
tuve un hogar. Mi
marido me abandonó
y ahora, con el
nacimiento de mi
hijo, sin poder
trabajar, necesité
entregar la casa.
No tenemos donde
quedarnos y estoy
pasando hambre. El
bebé llora porque
mi leche se secó y
nada tengo para
darle a él. ¡Ten
piedad, ayúdame!
— Aquí no hay nada
para la señora. ¡Váyase!
— ¡Niña, ayúdame!
Llama a tu madre,
por favor. Hablaré
con ella y, por
descontado,
entenderá mi
problema, porque
también es madre –
insistió la mujer.
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Indiferente, sin
embargo, a las suplicas
de la pobre madre,
Carlinha afirmó:
— Mi madre no puede
atenderla ahora.
Desaparezca antes que yo
suelte al perro. La
infeliz mujer, viendo
que no conseguía
sensibilizar a la niña,
se alejó desanimada,
diciendo:
— Que Jesús la bendiga y
que tú, más tarde, nunca
pases por lo que estoy
pasando.
Carlinha entró. La
madre, que estaba para
salir, preguntó:
— ¿Quién era?
La niña contó lo que
había ocurrido y la
madre, con severidad,
afirmó:
— Carla, hija mía, tú no
debes actuar así.
Tenemos que ayudar a los
más necesitados. ¿Ya no
te expliqué que es para
ofrecer siempre alguna
cosa a los que llaman a
nuestra puerta? ¡Necesitamos
dar gracias a Dios
porque nada nos falta!
¿Y si fuéramos nosotros
necesitar mendigar?
Jesús, con mucha
sabiduría, enseñó que
debemos hacer a los
otros todo lo que
queremos que los otros
nos hagan. Entonces, que
esto no se repita.
La niña fue a juguetear,
sin embargo quedó
pensativa. No conseguía
olvidar la imagen de la
mendiga y las palabras
de su madre.
Al día siguiente, en la
escuela, iniciaron los
preparativos para la
fiesta de final de año.
Además de números de
baile y música, tendrían
también un teatro. La
clase de Carlinha haría
una dramatización del
nacimiento de Jesús.
Fueron escogidos los
personajes, las
vestimentas, el
escenario. Carla, que
tenía los cabellos
claros y largos, sería
María. El niño Jesús
sería un lindo muñeco
que la niña había traído
de su casa.
La profesora explicó
bien, después de dar el
texto para la lectura:
— Cada uno de vosotros
tendrá que colocarse en
el lugar del personaje.
Realmente “vivir” el
papel, como si estuviera
ocurriendo en aquel
momento.
Carlinha conocía la
historia de Jesús, que
su madre había contado
muchas veces, pero ahora
era diferente. ¡Vivir el
papel era
emocionante!...
Comenzaron los ensayos.
A medida que el narrador
iba contando la
historia, Carla cada vez
más se sumergía en el
papel. Las ropas, el
ambiente creado, la
música, todo hacía creer
que realmente hubieran
vuelto dos mil años
atrás.
María y José necesitaron
dejar la casita donde
vivían, en Nazaret, y
hacer un largo viaje,
estando María embarazada.
Al llegar a Belén, ellos
no consiguieron
hospedaje. Buscaron en
todos los lugares, pero
la ciudad estaba llena
de gente y las posadas
se encontraban repletas.
María y José estaban
cansados del largo viaje
y con mucha hambre.
En ese punto, afligida,
sintiendo el drama de
María y José, Carla
comenzó a acordarse de
la pobre madre que ella
había expulsado de casa,
y se puso a llorar.
José, arreglando las
bridas que amenazaba
caerse, le dijo:
— Ten confianza, María.
Arreglemos un lugar para
abrigarnos. ¡El Señor va
a ayudarnos!...
Finalmente, alguien,
lleno de compasión, les
dio una caballeriza como
abrigo y, entre las
pajas, arreglaron un
lecho donde pudieran
dormir, en medio de los
pacíficos animales que
todo observaban.
En aquella noche
Jesús nació, y fue
colocado en un
pesebre, forrado
de pajas limpias y
secas, y cubierto
con algunos paños,
pues María no
tenía ropita para
el bebé.
Una vez más,
Carlinha se acordó
de la pobre mujer
y de su bebé
lamentando,
tardíamente, el
tratamiento que
les había dado.
Como la madre de
Jesús, también la
mendiga había
llamado a su
puerta sin recibir
auxilio. Ahora
Carla comprendía
lo que eso
significaba. Lo
que era no tener
donde quedarse, no
tener abrigo, ni
comida y estar
|
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cansada de tanto
andar. |
El
teatro terminaba con la
visita de los Reyes
Magos al recién nacido,
mientras una música
navideña tocaba al fondo.
El día de la fiesta fue
un éxito. Todo el grupo
fue muy aplaudido,
especialmente Carla, que
había representado con
mucha emoción su papel.
La madre fue a felicitar
a la hija, abrazándola
con cariño, mientras le
decía:
— Nunca pensé que tú
fueras asentirte tan
emocionada, mi hija.
¡Hasta lloraste!...
— Este teatro fue muy
importante para mí, mamá.
¡Tú ni imagina cuanto!
De ese día en delante,
Carlinha comenzó a
actuar de forma
diferente con las
personas. Atendía con
respecto a todos los que
llamaban a la puerta,
pero aún no estaba
satisfecha. Faltaba
alguna cosa.
Un poco antes de Navidad,
cerca de la carretera,
tuvo una sorpresa: ¡vio
a aquella mujer con el
bebé en los brazos!
Llena de alegría, corrió
para encontrarla,
diciendo satisfecha:
— Gracias a Dios, yo la
encontré. Hace muchos
días que ando buscándola.
Reconociendo la niña que
la hubo expulsado de
casa, la mujer se mostró
sorprendida. Carla, sin
embargo, la tranquilizó:
— No tenga miedo. Estoy
arrepentida y quiero
ayudarla. ¡Venga conmigo!
Condujo a la mujer y el
niño hasta su casa y
dijo a la madre:
— Mamá, esta señora está
necesitando de ayuda.
¡No tiene donde
cobijarse, y nuestra
casa es tan grande!...
La señora, satisfecha,
estuvo de acuerdo
inmediatamente:
— Claro, hija mía.
Tenemos un cuarto en el
fondo donde quedarán
bien instalados. Además
de eso, ella podrá
ayudarme en los
servicios caseros, sin
perder de vista el bebé.
Estoy aún necesitando de
alguien que me ayude.
La pobre mujer, ante
tanta bondad y
gentileza, dijo a Carla,
emocionada:
— Ni sé como agradecerte,
niña.
Carlinha sonrió y afirmó
contenta:
— ¡Agradezca a María de
Nazaret y a su hijo
Jesús!
Tia Célia
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