La matanza del
Río
Es difícil
entender,
examinando los
hechos desde
lejos, lo que
tenía provocado
el ataque
descargado por
el joven
Wellington
Menezes de
Oliveira en el
día 17 pasado,
que dejó 12
niños muertos en
la Escuela
Municipal Tasso
da Silveira, en
Realengo, Río de
Janeiro.
¿Tendría el
asesino tenido
un brote
psicótico?
¿Estaría él bajo
el efecto de
drogas
alucinógenas?
¿Puede tener
ocurrido, en el
caso, alguna
influencia de
naturaleza
obsesiva?
Como, en
condiciones
normales,
difícilmente
alguien comete
actos de ese
porte, es
probable que
haya ocurrido en
el caso una o
más de una de
las hipótesis
sugestionadas.
Gerson Simões
Monteiro
comenta, en
artículo
publicado en
esta misma
edición, un caso
narrado por
Allan Kardec en
la Revista
Espirita de
1859, en lo cual
la propia
victima informó
que el criminoso
actuara bajo la
influencia
directa de un
Espíritu. Esta
es, pues, una
hipótesis
posible, hecho
que ha llevado
el articulista a
sugerir, en la
parte final de
su artículo, que
debemos vigilar
siempre los
pensamientos
malévolos, una
vez que estos
tienen la
propiedad de
atraer entidades
vueltas al mal.
Son, de acuerdo
con el
Espiritismo,
realmente
innegables las
influencias que
los
desencarnados
ejercen sobre
las criaturas
humanas.
El asunto es
tratado en la
cuestión 459 de
“El Libro de los
Espíritus”, en
que Kardec
indagó:
¿Influyen los
Espíritus en
nuestros
pensamientos y
en nuestros
actos? Los
inmortales
contestaron:
“Mucho más de lo
que imagináis.
Influyen a tal
punto que, de
ordinario, son
ellos que os
dirigen”.
En la Revista
Espirita de
1858, al relatar
el caso ocurrido
con el joven F…,
que sufriera un
doloroso proceso
de fascinación,
el Codificador
del Espiritismo
juntó las
siguientes
explicaciones:
1. Los Espíritus
ejercen sobre
los hombres una
influencia
saludable o
perniciosa; no
es necesario,
para eso, ser
médium.
2. No teniendo
la facultad,
ellos actúan de
mil y una
maneras.
3. La influencia
de los Espíritus
sobre nosotros
es constante, y
todos se
encuentran
expuestos a
ella, creyendo o
no.
4. Tres cuartas
partes de
nuestras
acciones malas y
de nuestros
malos
pensamientos son
frutos de esa
sugerencia
oculta.
5. No hay otro
criterio, sino
el sentido
común, para
discernir el
valor de los
Espíritus.
Cualquier que
sea la fórmula
dada para ese
fin por los
propios
Espíritus es
absurda y no
puede emanar de
Espíritus
superiores.
En muchos de los
pensamientos que
tenemos nos
surgen en
determinadas
situaciones,
ideas diferentes
acerca del mismo
tema y, por
veces, ideas que
se contradicen.
Con certeza
estamos siendo,
en esos
momentos, mira
de la influencia
de los
Espíritus, hecho
que ni todos
percibimos,
especialmente
cuando ella se
da de manera
sutil y oculta,
como se averiguó
en el conocido
caso de Custodio
Saquarema,
relatado por el
Espíritu de
Humberto de
Campos en su
libro “Cartas y
Crónicas”,
psicografíado
por el médium
Francisco
Cándido Xavier.
Una manera de
distinguir
nuestros
pensamientos de
los que son
sugeridos es
comprender que,
normalmente,
pertenece a
nosotros el
primer
pensamiento que
nos ocurre. Pero
el más
importante es
saber que,
independientemente
de las
sugerencias o
no, la
responsabilidad
por los actos es
nuestra,
cabiéndonos el
merito por el
bien que de ahí
resulta el
demerito, si la
acción fuera
negativa.
Si la distinción
en lo que se
refiere al
origen de los
pensamientos ni
siempre es
posible,
neutralizar la
influencia
espiritual es
algo factible,
como enseñan los
Espíritus
Superiores en la
respuesta dada a
la cuestión 469
de “El Libro de
los Espíritus”.
Dijeron los
inmortales:
“Haciendo el
bien y poniendo
vuestra
confianza en
Dios,
rechazareis la
influencia de
los Espíritus
inferiores y
destruiréis el
dominio que
sobre vosotros
intentan
ejercer.
Guardaos de
escuchar las
sugerencias de
los Espíritus
que os suscitan
malos
pensamientos,
que os insuflan
la discordia y
que os inducen a
las malas
pasiones.
Desconfiad sobre
todo de los que
exaltan vuestro
orgullo, pues
que os agarran
por el punto
débil. Por eso
Jesús os hace
repetir en la
Oración
Dominical: “No
nos dejéis caer
en tentación,
pero libradnos
del mal”.
Es interesante
también que el
lector lea con
atención lo que
enseña la
cuestión 122 “b”
de “El Libro de
los Espíritus”,
que nos asegura
que los malos
Espíritus
desisten de
obsesionar a las
personas que
consiguen
elevarse
moralmente y
conquistan, de
esa manera, el
autocontrol, el
equilibrio, la
armonía interior
que caracterizan
el verdadero
hombre de bien.
Esos cuidados
faltaron
ciertamente al
joven
Wellington, que,
al suicidarse,
escapó a la
justicia de los
hombres, pero no
a la justicia
divina, a la
cual deberá
prestar cuentas,
sea cual sea el
motivo que lo
tenga llevado a
matar a los
indefensos niños
del Realengo.
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