Cierto día, João, un
campesino muy pobre,
caminaba por una camino
en medio de un bosque.
Él poseía una pequeña
propiedad allí cerca y
se dirigía a la aldea
próxima.
De repente João vio, al
margen del camino, un
animal en medio de la
vegetación; estaba
inmóvil y parecía
muerto.
Aproximándose, verificó
que era un lobo, animal
bastante temido por su
ferocidad. Sin embargo,
se llenó de compasión;
lo
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examinó y vio
que estaba
herido. |
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— ¡Pobrecito! Fue
alcanzado por la bala de
algún cazador, con
seguridad.
Cualquier otra persona
habría huido. Sin
embargo, de corazón
noble y generoso, João
deseó salvar al bello
animal. El invierno hubo
terminado, pero aún
hacía frío. Sin pensar
en sí mismo, lo envolvió
en su manto viejo y lo
cargó en los brazos
hasta su casa, no muy
distante.
Al llegar, la mujer vio
al animal confuso; se
asustó y él explicó:
— Lucía, yo encontré
este lobo herido en
medio del bosque y no
podía dejarlo morir.
¡Finalmente él es un
hijo de Dios, como
nosotros! — explicó a la
mujer.
Horrorizada, ella
replicó:
— Espero que no te
arrepientas. Tú sabes
que los habitantes de la
aldea estaban a la
búsqueda de un lobo que
venía asustando a la
población. ¡Tal vez sea
este mismo!
Con expresión tranquila,
pero decidida, él dijo:
— No te preocupes,
mujer. Creo que él no
sobrevivirá. Espero sólo
poder cuidar de él para
que muera en paz.
La mujer se encogió de
hombros, volviendo para
sus quehaceres
domésticos.
João llevó el animal
para un pequeño sótano,
en los fondos de la
casa, que servía de
depósito para sus
instrumentos de trabajo
en el campo. Lo depositó
sobre un monte de heno y
le examinó la herida.
Limpió la región y
localizó la bala, que no
estaba muy profunda.
Entonces, cogió una
tijera y cortó los pelos
bien cerca de la piel.
Enseguida, con un
pequeño cuchillo
afilado, retiró la bala,
y amarró en la herida un
pedazo de paño para
estancar la sangre.
Después, volvió a
cubrirlo con su manto
viejo; trajo una vasija
con agua, para el caso
de que el despertara y
sintiera sed. Sólo
entonces, lo dejó solo.
Sin embargo, como en la
noche hizo mucho frío,
el buen hombre no
consiguió dormir bien,
preocupado con el animal
herido. En la mañana
siguiente, madrugada
aún, antes de salir para
el trabajo en el campo,
fue a ver como su
protegido había pasado
la noche. Contento,
verificó que el lobo
estaba mejor. El animal
abrió los ojos y Joâo
dijo:
— ¡Se bienvenido, mi
amigo! Veo que estás
recuperándote. Bebe un
poco de agua.
Aproximó la vasija y el
animal bebió toda el
agua.
— Gracias a Dios tú no
vas a morir — dijo el
labrador haciendo una
caricia en la cabeza del
lobo — Ahora yo voy a
trabajar, pero volveré
para verte. ¡Queda con
Jesús!
Saliendo, él cerró el
cuartito y fue para el
campo. Estaba él
entretenido en limpiar
el suelo, retirando las
hierbas dañinas que
crecían juntos de la
plantación, cuando se
sintió cansado y
resolvió descansar un
poco. Levantó la cabeza
y vio, con sorpresa, al
lobo que dormía allí
cerca, debajo de un
arbusto.
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— ¿Será que no cerré la
puerta?... — pensó el
labrador, desconfiado.
Sin embargo, sonrió y se
sentó cerca del animal
que dormía. Al notar
movimiento, el lobo
despertó, pero no se
meneó como si fuera muy
natural estar allí. João
cogió su cantil, le dio
agua. Abrió la vasija
donde la mujer hubo
colocado su comida
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y comió un poco,
dejando el resto
para su nuevo
amigo, que
devoró todo. |
Al terminar el día,
volvieron para casa.
Lucía quedó perpleja al
ver al marido llegando
junto con el lobo, que
lo acompañaba. João lo
llevó para el cuartito y
confirmó que, realmente,
continuaba cerrado. Miró
para el animal,
preguntando:
— Amigo, ¿cómo
conseguiste huir de
aquí?...
El lobo, que lo miraba
atento, mostró que había
entendido. Dio la vuelta
en el barracón y, junto
a la pared de madera,
João vio que había
tierra removida y un
agujero, por donde el
animal entró con alguna
facilidad.
Pasmado con la
inteligencia del lobo,
João volvió hasta la
entrada y abrió la
puerta. Entrando en el
depósito, él vio el
animal acostado con
expresión satisfecha
junto al agujero que
hubo hecho, cavando bajo
la pared hasta salir del
otro lado, libre.
Joâo contó a su mujer,
que lo acompañaba, todo
lo ocurrido y acabó por
decir:
— Lucía, este lobo es
muy experto. No creo que
desee hacernos mal. Si
quisiera atacarnos, ya
lo habría hecho. Noto
que, como cualquier
persona, él quedó
agradecido por la ayuda
que le di, y demuestra
eso con amistad y
afecto.
Permaneció a mi lado
durante todo el día, sin
apartarse de mí.
Y, para confirmar sus
palabras, el animal se
aproximó a ellos y
lambió la mano de Joâo.
A partir de ese día,
João le dio un nombre:
Lobo. El animal se hizo
compañero inseparable,
siguiéndolo para donde
fuera.
La noticia comenzó a
correr por la región y,
en la aldea, quedaron
estupefactos con la
noticia de que João hubo
salvado el lobo que
aterraba a todos, y se
hubo hecho su animal de
compañía.
La primera vez que João
fue a la aldea con el
lobo, los habitantes
quedaron a la distancia,
llenos de miedo. Él los
calmó, afirmando que
podían aproximarse.
De repente, se aproximó
un hombre grandullón,
teniendo una carabina en
la mano. Con modos
groseros, demostrando
hostilidad, él gritó:
— ¿Qué está haciendo,
João? Ese lobo necesita
morir. ¡Ya causó muchos
sustos a todos nosotros!
Al verlo, Lobo quedó en
posición de ataque,
gruñendo, listo para
atacar al recién
llegado, protegiendo al
amigo. Asustado, el
grandullón mantuvo la
distancia.
Al ver la reacción del
animal, Joâo entendió:
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— ¡Ah!... ¡Fue usted el
que disparó a él! Por
eso, Lobo está
reaccionando de esa
manera. Pero no se
preocupe. Él sólo lo
atacará para defenderse. |
Hablando así, João
acariciaba la cabeza del
animal, que se calmó,
comportándose
dócilmente. Al poco, más
confiados, las personas
fueron llegando. Uno de
ellos quiso saber cómo
João había conseguido
tal hazaña. Con
serenidad, él respondió:
— Es simple. ¡Con amor!
Este animal, como
cualquier otro, necesita
comer y, en la búsqueda
de alimento, se
aproximaba a la aldea,
pues es sabido que, con
el invierno, los
animales quedan
escondidos y la caza es
difícil, y él estaba
hambriento. Por otro
lado, los habitantes de
la aldea,
asustados al percibir su
presencia, comenzaron a
cazarlo. Bastó, sin
embargo, que yo lo
encontrara herido y
cuidara de él, para que
Lobo pasara a demostrar
gratitud por la ayuda
recibida. ¡Hoy, es mi
gran amigo! ¿No es,
compañero?
El animal entendió que
João hablaba de él y
subió a su pecho,
colocando las patas
delanteras en sus
hombros, lamiéndole el
rostro, todo satisfecho,
delante de los admirados
y sonrientes aldeanos.
Este es un caso
verídico. Pero, no
representa la regla
general. En relación a
los animales feroces, es
necesario mantener el
debido cuidado y
distancia para nuestra
protección.
Los animales, como
nosotros, también son
seres en evolución, y
tienen sensibilidad. Si
son tratados con amor,
responderán con amistad
y fidelidad, conforme
atestiguan incontables
ejemplos de casos
relatados.
MEIMEI
(Recebida por Célia X.
de Camargo, em
Rolândia-PR, 27/6/2011.)
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