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Espiritismo para los niños - Célia X. de Camargo - Português Inglês 
Año 5 227 – 18 de Septiembre de 2011 

 
                                                            
Traducción
Isabel Porras Gonzáles - isy@divulgacion.org

 

La lección del jardinero

 

Alberto, de nueve años, vivía en una gran mansión. En el jardín enorme, que un jardinero cuidaba con amor, solamente Alberto jugaba.

Su cuarto estaba repleto de muñecos, juegos y libros. Todo lo que existía de más caro y lo más moderno, él lo pedía y el padre compraba. Sin embargo, a pesar de sentirse satisfecho con todo lo que le pertenecía, Alberto vivía siempre solo, pues sus padres no les gustaban que él trajera amiguitos para casa.    

Así, él aprovechaba para juguetear con los compañeros en la escuela, y quedaba triste al volver para casa, donde tenía de todo, pero donde se sentía muy solitario.   

Un día, sentado en el césped, él se desahogó con el jardinero que trabajaba allí cerca:

— João, yo debería considerarme muy feliz por tener tantas cosas, esta linda casa, el jardín, la piscina sólo para mí, además de obtener todo lo que deseo, ¿no cree?

El jardinero paró lo que estaba haciendo, se quitó el sombrero de paja de la cabeza enjugando el sudor del rostro y se sentó cerca del niño para

descansar un poco.  

— ¡Creo que sí, Alberto! Pero, ¿tú no eres feliz?

— No sé, João. Mis compañeros no tienen nada de eso y son más alegres que yo —  respondió el niño.

Dando vueltas al sombrero en las manos, el jardinero consideró:

— Cierta vez, Jesús contó la parábola de un hombre rico cuyo campo había producido bastante y él no tenía donde colocar todos los bienes. Decidió el hacendado derrumbar los graneros y construir otros mayores, para quedar tranquilo por muchos años, aprovechando sus bienes. Pero al acostarse Dios le dije: ¡Loco! ¿Si tú mueres esta noche, todo lo que tú guardaste para quién quedará? Eso ocurre con la persona que guarda muchos tesoros  para sí y no es rica delante de Dios. Entonces, Jesús nos muestra que la felicidad no depende de las cosas que la gente posee, porque nada es nuestro de verdad. 

— ¿Cómo es así?... Entonces, ¿qué realmente nos pertenece?

— Alberto, Dios nos da los bienes materiales para nuestro uso, pero cuando partimos para el mundo espiritual nada podemos llevar, porque las cosas materiales no son nuestras de hecho. Sólo podemos llevar lo que es del Espíritu: lo que aprendemos, las cualidades y potencialidades que desarrollamos y el bien que practicamos.

— ¿Entonces por qué Él nos dio todo eso? — indagó el niño, mostrando la propiedad.

— Dios siempre nos concede las condiciones que necesitamos para nuestro crecimiento espiritual. Cuando recibimos riquezas, significa que ella no debe ser utilizada sólo para uso propio, sino con un propósito útil, como ayudar a las personas que tienen menos, dar empleos y generar beneficios para la sociedad. Yo, por ejemplo, soy agradecido a tu padre, que me dio trabajo y condición de mantener a mi familia. ¿Entendiste?    

— ¡Ah!... ¡Entonces, pensando así, ¿yo no tengo nada?!... — dijo él, mirando para el jardinero, como se hubiera despertado en aquel instante.

— ¡Tú eres muy joven, Alberto! Vas a crecer y podrás hacer muchas cosas.

Él se calló delante de lo que hubo oído, pensando que el tiempo era precioso y que no podía desperdiciarlo. Se sentía más pobre que el más miserable de sus compañeros.  

Alberto volvió para casa sin conseguir olvidar las palabras del jardinero. Lamentó no haber conversado con João hace más tiempo, pues sus padres no se interesaban por la religión.

Pensó... pensó... y después de mucho pensar, a la hora de comer, él dijo al padre:

— ¡Papá! Tomé una decisión. Mañana voy a traer a mis amigos para almorzar aquí en casa.

Sorprendido ante la firmeza del hijo, el padre concordó, desde que los amigos de Alberto no rompieran ni ensuciaran nada.  

Al día siguiente, para sorpresa general, Alberto trajo a los compañeros. ¡Fue una fiesta! Juguetearon en el jardín y nadaron. El almuerzo estaba delicioso y las sobremesas mejores aún.

Después, el chico los llevó hasta su cuarto y dio a los compañeros ropas y calzados, además de juguetes, juegos y libros. Al final del día estaban todos felices, y el más feliz de todos era él mismo. Entonces, pasó a entender mejor porque cada uno sólo tiene realmente lo que da. ¡Nunca se había sentido tan feliz!    

Al despedirse de los compañeros, él vio varios niños pobres que pasaban y pararon en el portón, viendo a los compañeros de Alberto en el jardín y deseosos de participar de aquella alegría. En los rostros tristes y macilentos, él notó que tenían hambre. Hizo intento de aproximarse a ellos, pero temerosos, ellos corrieron. Cuando llegó al portal, habían desaparecido.   

Aquellos niños lo impresionaron mucho. De noche, cuando el padre llegó, lo encontró muy diferente, el rostro colorado y ojos brillantes.

— ¿Y entonces, hijo mío?

— ¡Papá! ¡Nunca fui tan feliz en toda mi vida! ¡Di un montón de cosas y me siento más ligero y feliz! ¡Ah!... ¡Estuve pensando! Me gustaría transformar esta casa en una especie de escuela de artes para niños, con aulas de música, dibujo, pintura y mucho más. ¿Qué piensas?

— ¿Más por qué, hijo? — preguntó el padre, sorprendido y asustado, mirando para la madre.

— Porque sólo ayer aprendí más de lo que en toda mi vida. Aprendí que, en verdad, nosotros recibimos de Dios todo lo que tenemos, sin embargo sólo es nuestro realmente lo que damos a los otros, ¿entiendes? Yo sé, papá, que tú ya ayudas a las personas dando empleo en la fábrica.

El padre notó que el hijo parecía más maduro. Tenía ideas claras y parecía seguro de lo que quería.    

— Hijo, ¿cómo cambiaste tanto? ¡Sólo pensabas en comprar! ¿Qué sucedió?

El niño sonrió y, antes de responder, cuchicheó en el oído de la criada. Luego, surgió el jardinero; sombrero en las manos, avergonzado de su suciedad.  

Alberto lo llamó:

— Entre, João. Papá, yo debo mi cambio a João. Sí, a nuestro jardinero, que con sus palabras me mostró una nueva realidad.  

­­­— Las ideas no son mías. Sólo recordé una lección de Jesús — dijo el  jardinero humilde.   

A partir de ese día, João pasó a estar más conectado a la familia, auxiliándolos en el estudio del Evangelio de Jesús, que les trajo un nuevo sentido a la vida, basado en el amor al prójimo, en la fraternidad y en la solidaridad.

A medida que lo conocían mejor, los padres de Alberto pasaron también a admirarlo por su grandeza de alma y por sus conocimientos. João tenía un curso superior, pero por necesidad había aceptado el cargo de jardinero. Después, João estaba trabajando en la fábrica en función de más responsabilidad.   

En cuanto a los padres de Alberto, gracias a João pudieron conocer mejor el Evangelio de Jesús y la Doctrina Espírita, que les abrieron la comprensión para las realidades del espíritu. 

                                                                  MEIMEI


(Recebida por Célia X. de Camargo, em 1º de agosto de 2011.)   



                                                         
                          



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Revista Semanal de Divulgación Espirita