Alberto, de nueve años,
vivía en una gran
mansión. En el jardín
enorme, que un jardinero
cuidaba con amor,
solamente Alberto
jugaba.
Su cuarto estaba repleto
de muñecos, juegos y
libros. Todo lo que
existía de más caro y lo
más moderno, él lo pedía
y el padre compraba. Sin
embargo, a pesar de
sentirse satisfecho con
todo lo que le
pertenecía, Alberto
vivía siempre solo, pues
sus padres no les
gustaban que él trajera
amiguitos para casa.
Así, él aprovechaba para
juguetear con los
compañeros en la
escuela, y quedaba
triste al volver para
casa, donde tenía de
todo, pero donde se
sentía muy solitario.
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Un día, sentado en el
césped, él se desahogó
con el jardinero que
trabajaba allí cerca:
— João, yo debería
considerarme muy feliz
por tener tantas cosas,
esta linda casa, el
jardín, la piscina sólo
para mí, además de
obtener todo lo que
deseo, ¿no cree?
El jardinero paró lo que
estaba haciendo, se
quitó el sombrero de
paja de la cabeza
enjugando el sudor del
rostro y se sentó cerca
del niño para
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descansar un
poco. |
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— ¡Creo que sí, Alberto!
Pero, ¿tú no eres feliz?
— No sé, João. Mis
compañeros no tienen
nada de eso y son más
alegres que yo —
respondió el niño.
Dando vueltas al
sombrero en las manos,
el jardinero consideró:
— Cierta vez, Jesús
contó la parábola de un
hombre rico cuyo campo
había producido bastante
y él no tenía donde
colocar todos los
bienes. Decidió el
hacendado derrumbar los
graneros y construir
otros mayores, para
quedar tranquilo por
muchos años,
aprovechando
sus bienes. Pero al
acostarse Dios le dije:
¡Loco! ¿Si tú mueres
esta noche, todo lo que
tú guardaste para quién
quedará? Eso ocurre con
la persona que guarda
muchos tesoros para sí
y no es rica delante de
Dios. Entonces, Jesús
nos muestra que la
felicidad no depende de
las cosas que la gente
posee, porque nada es
nuestro de verdad.
— ¿Cómo es así?...
Entonces, ¿qué realmente
nos pertenece?
— Alberto, Dios nos da
los bienes materiales
para nuestro uso, pero
cuando partimos para el
mundo espiritual nada
podemos llevar, porque
las cosas materiales no
son nuestras de hecho.
Sólo podemos llevar lo
que es del Espíritu: lo
que aprendemos, las
cualidades y
potencialidades que
desarrollamos y el bien
que practicamos.
— ¿Entonces por qué Él
nos dio todo eso? —
indagó el niño,
mostrando la propiedad.
— Dios siempre nos
concede las condiciones
que necesitamos para
nuestro crecimiento
espiritual. Cuando
recibimos riquezas,
significa que ella no
debe ser utilizada sólo
para uso propio, sino
con un propósito útil,
como ayudar a las
personas que tienen
menos, dar
empleos y generar
beneficios para la
sociedad. Yo, por
ejemplo, soy agradecido
a tu padre, que me dio
trabajo y condición de
mantener a mi familia.
¿Entendiste?
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— ¡Ah!... ¡Entonces,
pensando así, ¿yo no
tengo nada?!... — dijo
él, mirando para el
jardinero, como se
hubiera despertado en
aquel instante. |
— ¡Tú eres muy joven,
Alberto! Vas a crecer y
podrás hacer muchas
cosas.
Él se calló delante de
lo que hubo oído,
pensando que el tiempo
era precioso y que no
podía desperdiciarlo. Se
sentía más pobre que el
más miserable de sus
compañeros.
Alberto volvió para casa
sin conseguir olvidar
las palabras del
jardinero. Lamentó no
haber conversado con
João hace más tiempo,
pues sus padres no se
interesaban por la
religión.
Pensó... pensó... y
después de mucho pensar,
a la hora de comer, él
dijo al padre:
— ¡Papá! Tomé una
decisión. Mañana voy a
traer a mis amigos para
almorzar aquí en casa.
Sorprendido ante la
firmeza del hijo, el
padre concordó, desde
que los amigos de
Alberto no rompieran ni
ensuciaran nada.
Al día siguiente, para
sorpresa general,
Alberto trajo a los
compañeros. ¡Fue una
fiesta! Juguetearon en
el jardín y nadaron. El
almuerzo estaba
delicioso y las
sobremesas mejores aún.
Después, el chico los
llevó hasta su cuarto y
dio a los compañeros
ropas y calzados, además
de juguetes, juegos y
libros. Al final del día
estaban todos felices, y
el más feliz de todos
era él mismo. Entonces,
pasó a entender mejor
porque cada uno sólo
tiene realmente lo que
da. ¡Nunca se había
sentido tan feliz!
Al despedirse de los
compañeros, él vio
varios niños pobres que
pasaban y pararon en el
portón, viendo a los
compañeros de Alberto en
el jardín y deseosos de
participar de aquella
alegría. En los rostros
tristes y macilentos, él
notó que tenían hambre.
Hizo intento de
aproximarse a ellos,
pero temerosos, ellos
corrieron. Cuando llegó
al portal, habían
desaparecido.
Aquellos niños lo
impresionaron mucho. De
noche, cuando el padre
llegó, lo encontró muy
diferente, el rostro
colorado y ojos
brillantes.
— ¿Y entonces, hijo mío?
— ¡Papá! ¡Nunca fui tan
feliz en toda mi vida!
¡Di un montón de cosas y
me siento más ligero y
feliz! ¡Ah!... ¡Estuve
pensando! Me gustaría
transformar esta casa en
una especie de escuela
de artes para niños, con
aulas de música, dibujo,
pintura y mucho más.
¿Qué piensas?
— ¿Más por qué, hijo? —
preguntó el padre,
sorprendido y asustado,
mirando para la madre.
— Porque sólo ayer
aprendí más de lo que en
toda mi vida. Aprendí
que, en verdad, nosotros
recibimos de Dios todo
lo que tenemos, sin
embargo sólo es nuestro
realmente lo que damos a
los otros, ¿entiendes?
Yo sé, papá, que tú ya
ayudas a las personas
dando empleo en la
fábrica.
El padre notó que el
hijo parecía más maduro.
Tenía ideas claras y
parecía seguro de lo que
quería.
— Hijo, ¿cómo cambiaste
tanto? ¡Sólo pensabas en
comprar! ¿Qué
sucedió?
El niño sonrió y, antes
de responder, cuchicheó
en el oído de la criada.
Luego, surgió el
jardinero; sombrero en
las manos, avergonzado
de su suciedad.
Alberto lo llamó:
— Entre, João. Papá, yo
debo mi cambio a João.
Sí, a nuestro jardinero,
que con sus palabras me
mostró una nueva
realidad.
— Las ideas no son
mías. Sólo recordé una
lección de Jesús — dijo
el jardinero humilde.
A partir de ese día,
João pasó a estar más
conectado a la familia,
auxiliándolos en el
estudio del Evangelio de
Jesús, que les trajo un
nuevo sentido a la vida,
basado en el amor al
prójimo, en la
fraternidad y en la
solidaridad.
A medida que lo conocían
mejor, los padres de
Alberto pasaron también
a admirarlo por su
grandeza de alma y por
sus conocimientos. João
tenía un curso superior,
pero por necesidad había
aceptado el cargo de
jardinero. Después, João
estaba trabajando en la
fábrica en función de
más responsabilidad.
En cuanto a los padres
de Alberto, gracias a
João pudieron conocer
mejor el Evangelio de
Jesús y la Doctrina
Espírita, que les
abrieron la comprensión
para las realidades del
espíritu.
MEIMEI
(Recebida por Célia X.
de Camargo, em 1º de
agosto de 2011.)
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