Una pequeña corza venía
andando por el bosque
donde vivía y se
encontró con un hijo de
erizo. En el comienzo,
quedaron mirándose, de
lejos, indecisos y
temerosos.
De repente, la pequeña
corza, decidida, se
aproximó y dijo:
— ¡Olá! ¿Estás paseando? ¿Quieres jugar conmigo?
El hijo de erizo aceptó
contento. Generalmente,
los otros animales no le
daban mucha atención por
ser pequeño.
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Y ambos se pusieron a
jugar al esconder y no
vieron el tiempo pasar.
En búsqueda de nuevos
escondites, se alejaron
cada vez más.
No percibieron las dos
crías que era tarde e
inmediatamente la noche
llegaría. Cuando lo
notaron, quedaron con
mucho miedo.
Jugueteando, habían ido
muy lejos de casa y no
sabían como volver.
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Mientras la noche caía, ellos estaban llorando de miedo.
Súbitamente, el erizo y
la pequeña corza oyeron
una voz que gritaba:
— ¡Teteia! ¡Teteia! ¡Dónde estas, hija mía!
La corcita, irguiendo la
cabeza, dijo contenta:
— ¡Es mí madre! ¡Es mí
madre que viene a
buscarme!...
De otro lado, oyeron
unos ruidos diferentes:
— ¡Tinho! ¡Tinho!
Hijo mío, ¿dónde estás
tú?
El erizo que lloraba
enterrado en el suelo,
irguió la cabeza feliz:
— ¡Es mi madre en busca
de mí! ¡Madre! ¡Madre!
¡Estoy aquí!... —
gritaba él.
Siguiendo las voces, no
tardaron mucho, las
madres de ambos estaban
juntas de ellos.
Al encontrarse y ver que
los fijos estaban
juntos, ellas comenzaron
a pelear, cada una
acusando al hijo de la
otra por ellos haberse
alejado tanto de casa.
La madre de la corza
afirmaba enfadada:
— Fue ese su hijo
horroroso y sucio de
tierra que perdió a mi
Teteia! ¡Mi hija nunca
saldría cerca de mí sin
avisar!
Irritada, la madre del
ericito, respondió alto:
— ¿El qué? ¡Horrorosa es
su hija! ¡También, con
esas piernas finas y
largas! ¡Mi Tinho es
lindo! ¡Vea que linda
armadura él tiene
recubriendo su cuerpo! Y
es también muy
obediente.
Jamás salió así por el
bosque sin decirme
adónde iba. La culpa es
de su hija, ¿entendió?
Y así, de ofensa en
ofensa, la pelea
empeoraba cada vez más.
Asustados, los hijos
intercambiaron una
mirada y corrieron a
separar a las dos
madres, que continuaban
gritando y ofendiéndose
mutuamente.
De repente, oyeron al
erizo, que gritó:
— ¡Parad! ¡Parad ya con
esa pelea! ¿Dónde se vio
a dos madres peleando?
¿Fue eso lo que nos
enseñasteis?
Él gritó tan alto que,
en ese momento, oyendo
la pregunta de él, las
madres pararon de pelear
e intercambiaron una
mirada, avergonzadas.
La pequeña corza miró a
la madre y dijo:
— ¡Mamá! ¿Dónde se vio a
dos madres pelear así?
¡Nadie tiene culpa! ¡El
Tinho y yo nos
encontramos por
casualidad y yo lo
invité para juguetear al
escondite, y él
aceptó!...
El erizo confirmó
balanceando la cabeza:
— ¡Es verdad, creedlo!
¡Después, sin querer,
nos alejamos de casa y
acabamos perdiéndonos!
Llenas de vergüenza, las
madres intercambiaron
una mirada, después
miraron a los hijos, y
enseguida, la corza se
aproximó a la otra y
dijo:
— Discúlpeme, yo actué
mal. Estaba tan nerviosa
con la desaparición de
mi hija que dije cosas
que no quería.
Finalmente, su hijo es
hasta bien simpático. Él
está sucio, pero veo que
usted también está. Debe
ser del lugar donde
viven, ¿no es?
Y la madre eriza
respondió risueña:
— Es verdad. Vivimos en
un agujero. Pero, yo
también estaba muy
afligida y no pensé en
lo que decía. ¡Mirando
bien, su hija es hasta
bien bonita! Es muy
larga, pero tiene un
pelo lindo.
Ambas hicieron las paces. Finalmente, todo estaba en paz.
Las dos madres quedaron
muy amigas. Entendieron
que tenían diferencias,
pero que eso no era
importante. Lo que
realmente cuenta es
aceptar y convivir con
las diferencias,
entendiendo que todos
nosotros somos
diferentes unos de los
otros y no por eso
podemos considerarnos
mejores o peores que
nadie.
Lo que realmente importa
es aceptar cada uno del
modo que es. Porque,
aceptándonos, nos
conoceremos mejor y
pasaremos a amarnos.
MEIMEI
(Recebida por Célia X.
de Camargo, em
Rolândia-PR, em
5/9/2011.)
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