Daniela, de cinco años,
jugueteaba con sus
muñecas cuando percibió
a un hombre sentado en
el sillón de la sala. Él
era alto, simpático y
sonriente. Como su madre
en aquel momento entró
en la sala y no dio
atención para él,
Daniela preguntó en voz
baja:
— ¿Mamá, no viste que
tenemos visita?
— ¿Visita? ¿Quién, hija
mía? — respondió la
madre, sorprendida,
mirando para la niña.
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Y la chica apuntó para
el sillón, donde estaba
el señor. La madre se
volvió para aquel lado.
— ¡Hija, no hay nadie
allí!...
La niña miró de nuevo y
no vio más al hombre.
— Pero él estaba allí,
mamá. ¡Tengo seguridad!
¡Sonrió para mí y estuvo
viéndome jugar!
La madre cogió a la hija
en brazos, le dio un
beso y dijo:
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— Fijita, es natural tu
engaño. Los niños
siempre tienen mucha
imaginación. Ven a
ayudar a mamá a preparar
el almuerzo. |
Daniela acompañó a la
madre, pero quedó
pensativa. Ella
realmente había visto
aquel hombre. ¡No
era imaginación! Luego,
sin embargo, olvidó el
asunto.
Sin embargo, la
situación continuó
repitiéndose. La niña
veía niños, señoras,
viejitos. A veces, eran
personas que la dejaban
con miedo, pero
generalmente eran
alegres, agradables y
hasta jugaban con ella.
Cuando contaba lo que
estaba viendo, todos
reían, diciendo que
estaba imaginando cosas.
Entonces, por eso,
Daniela paró de hablar.
No quería que se rieran
de ella.
Un día, ella estaba en
la cocina viendo a la
madre hacer pan, cuando
vio a un señor en la
puerta. Él la saludó,
gentil; tenía los
cabellos blancos y los
ojos azules. Era tan
real, que ella tiró de
la falda de la madre y
dijo en voz baja:
— ¡Mamá, tienes visita!
La señora acompañó la
mirada de la hija y
respondió:
— ¿De nuevo, Daniela?
¡No hay nadie allí!
— ¡Hay, sí, mamá! Es un
señor de cabellos
blancos y ojos azules,
¿no estás viendo? Él
dijo que el nombre de él
es Guilherme.
— ¡¿Guilherme?!...
— ¡Sí, mamá! Dije que es
tu abuelo Gui.
La madre quedó pálida de
repente y cayó sentada
en la silla, llorando
copiosamente.
— ¡No es posible, hija!
Tú no conociste a tu
bisabuelo y nunca
tocamos el nombre de él.
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|
— ¡Mi abuelo Gui está
fallecido hace más de
quince años!... |
La madre, sin embargo,
estaba aterrada.
¡Imposible! ¿Entonces su
hija estaba viendo
personas ya fallecidas?
Estaba con miedo y no
sabía qué hacer, que
actitud tomar.
Temblando, dejó la masa
que estaba haciendo, y
se quedó allí, sentada.
De repente, la
campañilla sonó y
Daniela corrió a
atender. Abrió la puerta
y dibujó una linda
sonrisa:
|
— Tía Amélia! — gritó
ella, y se tiró a los
brazos de la tía,
hermana de su madre y
que hace mucho tiempo no
veía.
La recién llegada la
abrazó con amor y
preguntó por la madre de
ella.
— Ven, tía Amelia. Mamá
está aquí en la cocina.
Al ver a la hermana que
llegaba, la dueña de la
casa cayó en sus brazos,
llorando. Intentando
|
calmarla, Amélia
le preguntó por
qué estaba
llorando y Vilma
le contó lo que
había ocurrido.
Entonces, Amélia
sonrió y calmó a
la hermana: |
— ¡Ah! ¿Es eso? ¡Pero no
necesitas estar tan
asustada, Vilma! Lo que
ocurrió con Daniela es
normal. No te quedes
preocupada, hermana mía.
Y Amélia explicó a ella
que nadie muere; que
todos los Espíritus que
dejan el cuerpo,
continúan viviendo en
otra realidad y pueden
comunicarse con los
llamados ”vivos”, que
están aún encarnados.
Explicó que lo que
ocurrió con Daniela es
absolutamente natural y
se llama mediumnidad,
que es la facultad de
ver y oír a los
Espíritus desencarnados.
Que, en vez de lágrimas
de preocupación, el
hecho merecía ser
conmemorado con mucha
alegría. Finalmente, el
abuelo de ellas había
venido a tranquilizarlas
en cuanto a su suerte,
¡afirmando que estaba
bien!
Vilma, más tranquila,
había parado de llorar y
oía a la hermana,
admirada. Después, miró
para la hija,
disculpándose:
— Perdóname, hija, no
haber creído en ti.
¡Pero yo no sabía que
eso podía ocurrir!
— Yo lo sé, mamá. ¡Pero
yo también pensé estar
viendo gente como la
gente, es decir, de
carne!
Ellas rieron delante de
las palabras de la niña,
que recordó:
— Mamá, tu abuelo Gui
también dijo que íbamos
a recibir visitas hoy,
¿recuerdas?
— ¡Es verdad! ¡Y poco
después, Amélia, tú
llegaste! — exclamó
perpleja, al ver la
confirmación de lo que
la hija había dicho.
— ¡Interesante! Mi
marido necesitó venir a
esta región, y yo
aproveché para visitaros
a vosotras. Él me dejó
aquí y viene a buscarme
a la tarde. Así, tenemos
mucho tiempo para poner
los asuntos al día. ¡Y,
por lo que veo, yo
llegué en la hora
adecuada!
Y Amélia contó a la
hermana que se había
hecho espírita, lo que
la ayudó bastante a
comprender quién somos,
de dónde vinimos, qué
estamos haciendo aquí y
para donde vamos. Y
completó afirmando:
Ahora soy otra persona.
Admirada con las
palabras y la convicción
de la hermana, Vilma le
pidió algunas
explicaciones, lo que
Amélia dio de buena
voluntad. A La hora de
la cena, cuando el padre
de Daniela llegó, tuvo
la grata sorpresa de ver
a la cuñada y al marido.
En clima de alegría
transcurrió la reunión,
bastante agradable. Al
final de la noche, al
despedirse, Amélia
invitó a los presentes
para hacer una plegaria,
pidiendo el amparo de
Jesús para toda la
familia. Después de la
oración, Daniela
informó:
— Mi bisabuelo está
contento. Manda un
abrazo a todos y dijo
que ahora ya puede irse,
porque todo fue
esclarecido. Él dio un
adiós con la mano, y
desapareció — dijo la
niña mirando para él.
Al día siguiente,
interesados, Vilma y el
marido buscaron un
centro espírita,
agradecidos por tener
ahora los ojos abiertos
para la realidad del
mundo espiritual.
MEIMEI
(Recebida por Célia X.
de Camargo em
Rolândia-PR, em
12/09/2011.)
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