Astolfo O. de Oliveira Filho
|
Lo que es
mistificación y
cómo proceder
para evitarla |
Conforme
señalamos en el
libro 20
Lecciones sobre
Mediumnidad,
capítulo 14,
obra publicada a
finales de 2003
por la Editora
Leopoldo Hacha,
mistificación
significa
engaño, logro,
burla, abuso de
la credulidad de
alguien.
Esos Espíritus
pueden estar
desencarnados o
encarnados, lo
que quiere decir
que la
mistificación
puede ser
proveniente del
médium, lo que
no es, sin
embargo, muy
común en el
medio espírita
serio.
Allan Kardec
asevera que la
mistificación es
fácil de evitar.
Basta, para eso
– enseña el
Codificador –,
no exigir del
Espiritismo sino
lo que el puede
y debe dar, que
es la mejoría
moral de la
Humanidad. "Si
vosotros no os
alejáis de ahí,
no serán jamás
engañados",
advirtió
el Espíritu de
Verdad, que en
el mismo paso
esclareció: "Los
Espíritus vienen
a instruirlos y
guiarlos en el
camino del bien
y no en el
camino de las
honras y de la
fortuna, o para
servir sus
mezquinas
pasiones. Si no
les pidieran
jamás nada de
fútil o fuera de
sus
atribuciones,
no darían
oportunidad
alguna a los
Espíritus
engañadores;
donde vosotros
debéis concluir
que quién es
mistificado
tiene sólo lo
que merece." (El
Libro de los
Médiums, cap.
XXVII, ítem 303,
1ª pregunta.)
En la misma obra
y en el mismo
ítem, el
Espíritu de
Verdad afirma
que "Dios
permite las
mistificaciones
para probar la
perseverancia de
los verdaderos
adeptos y
castigar a los
que hacen del
Espiritismo un
objeto de
divertimento". (L.M.,
cap. XXVII, ítem
303, 2ª pregunta.)
Animismo y
mistificación
son cosas
diversas
– La
mistificación
experimentada
por un médium,
explica
Emmanuel, trae
siempre una
finalidad útil,
que es la de
alejarlo del
amor-propio, de
la pereza en el
estudio de sus
necesidades
propias, de la
vanidad personal
o de los
excesos de
confianza en sí
mismo, razón por
la cual no
ocurre a la
comparecencia de
sus mentores más
elevados, que,
solamente así,
lo conducen a la
vigilancia
precisa y a la
realizaciones de
la humildad y de
la prudencia en
su mundo
subjetivo. (El
Consolador,
pregunta 401.)
En ese sentido,
teniendo
perfecta noción
de los percances
que presenta la
práctica
mediúmnica,
aquellos que
renuncian al
Espiritismo a
causa de un
simple
desilusión, como
el hecho de una
mistificación,
prueban sólo que
no lo comprenden
y que no lo
toman en su
parte seria.
(El Libro de los
Médiums, cap.
XXVII, ítem 303,
2ª pregunta)
Actuando así,
tales personas
muestran que
jamás fueron
espíritas
convencidos;
son, en verdad,
como hojas que
el viento lleva
con facilidad.
La mistificación
– como dijimos
en el inicio de
este artículo –
presupone
mentira,
lisonja, fraude,
y puede ocurrir,
como vimos, con
el conocimiento
de los mentores
espirituales,
como se dio en
la propia
Sociedad
Parisiense de
Estudios
Espíritas cuando
un Espíritu
engañador usó el
nombre de San
Luis, dirigente
espiritual de la
Sociedad,
estando este
presente.
Nada,
absolutamente
nada, ocurre por
casualidad.
Quién se dedica
a la mediumnidad
debe, pues,
mantenerse
vigilante y no
ignorar jamás la
advertencia de
Erasto contenida
en el cap. XX,
ítem 230, de El
Libro de los
Médiums: “Mejor
será repeler
diez verdades
que admitir una
única mentira,
una sola teoría
falsa”. “Las
falsas
comunicaciones,
que de tiempo en
tiempo él recibe
– afirma Divaldo
P. Franco –, son
avisos para que
no se considere
infalible y no
se envanezca.” (Moldeando
el Tercer
Milenio, de
Fernando Worm,
cap. 7, pág.
62.)
Medios de evitar
la mistificación
– Además de las
advertencias y
recomendaciones
ya referidas,
Allan Kardec nos
suministra
seguras
orientaciones
acerca del tema
en el cap. XXIV,
ítem 268, de
El Libro de los
Médiums, del
cual extraemos
los informes
siguientes:
a) entre los
Espíritus, pocos
hay que tienen
un nombre
conocido en la
Tierra; por eso
es que, en la
mayoría de las
veces, ellos
ningún nombre
declinan;
b) como los
hombres, casi
siempre, quieren
saber el nombre
del comunicante,
para
satisfacerlos el
Espíritu elevado
puede tomar el
de alguien que
es reverenciado
en la Tierra. No
quiere eso decir
que se trata, en
ese caso, de una
mistificación o
un fraude. Sería
sí, si lo
hiciera para
engañarnos,
pero, cuando es
para el bien,
Dios permite que
así procedan los
Espíritus de la
misma categoría,
porque hay entre
ellos
solidaridad y
analogía de
pensamientos.
Ocurre aunque
muchas veces el
Espíritu evocado
no puede venir,
y él envía
entonces un
mandatario, que
lo representará
en la reunión;
c) cuando
Espíritus de
bajo patrón
moral adoptan
nombres
respetables para
inducirnos al
error, no es con
el permiso de
los Espíritus
indebidamente
nombrados que
ellos proceden.
Los engañadores
serán castigados
por esa falta.
Quede seguro,
sin embargo,
que, si no
fuéramos
imperfectos, no
tendríamos en
torno de
nosotros sino
buenos
Espíritus. Si
somos engañados,
sólo de nosotros
mismos nos
debemos quejar;
d) existen
personas por las
cuales los
Espíritus
superiores se
interesan y,
cuando ellos
juzgan
conveniente, las
preservan de los
ataques de la
mentira. Contra
esas personas
los engañadores
nada pueden. Los
buenos Espíritus
se interesan por
los que usan de
forma sensata la
facultad de
discernir y
trabajan
seriamente por
mejorarse. Dan a
esos sus
preferencias y
los secundan;
e) los Espíritus
superiores
ninguna otra
señal tienen,
para hacerse
reconocer,
además de la
superioridad de
sus ideas y de
su lenguaje. Las
señales
materiales
pueden ser
fácilmente
imitadas. Ya los
Espíritus
inferiores se
traicionan de
tantos modos,
que sería
preciso ser
ciego para
dejarse engañar.
Los Espíritus
sólo engañan a
los que se dejan
engañar;
f) hay personas
que se dejan
seducir por un
lenguaje
enfático, que
aprecian más las
palabras que
las ideas y que,
muchas veces,
toman ideas
falsas y
vulgares como
sublimes. ¿Cómo
pueden esas
personas, que no
están aptas para
juzgar las obras
de los hombres,
juzgar las de
los Espíritus?;
g) cuando las
personas son
bastante
modestas para
reconocer su
incapacidad, no
se fían sólo de
sí; cuando, por
orgullo, se
juzgan más
capaces de lo
que lo son,
traen consigo
del estilo de la
vanidad absurda
que alimentan.
Los
mistificadores
saben
perfectamente a
quién se
dirigen. Hay
personas simples
y poco
instruidas más
difíciles de
engañar que
otras, que
tienen finura y
saber.
Lisonjeándoles
las pasiones,
hacen ellos del
hombre lo que
quieren.
El día en que un
Espíritu usurpó
el nombre de San
Luis
El día 11 de
mayo de 1860, en
sesión realizada
en la Sociedad
Parisiense de
Estudios
Espíritas,
Allan Kardec
dirigió algunas
preguntas a San
Luis, mentor
espiritual de la
Sociedad, las
cuales se
referían a un
caso de visión
ocurrido con el
Sr. T... Las
respuestas dadas
por el dirigente
espiritual de la
Sociedad fueron,
sin embargo,
vagas e
incoherentes, lo
que indicaba,
según el propio
Codificador, “la
evidente
interferencia de
un Espíritu
engañador”. (Revista
Espírita de
1860, p. 171.)
En la sesión
siguiente,
realizada el 18
de mayo, Kardec
preguntó por qué
San Luis había
dejado, la
semana anterior,
que hablara en
su nombre un
Espíritu
mistificador.
– San Luis
estaba presente,
pero no quiso
hablar - informó
uno de los
Espíritus
presentes.
– ¿Con que
objetivo no
quiso hablar? -
indagó Kardec.
El propio San
Luis entonces
esclareció:
– Quedaste
contrariado con
lo que ocurrió,
pero debes saber
que nada ocurre
sin motivo. A
veces, hay cosas
cuyo objetivo no
comprendéis; que
a la primera
vista parecen
malas, porque
sois muy
impacientes,
pero cuya
sabiduría más
tarde
reconocéis.
Queda, pues,
tranquilo, y no
te inquietes por
nada; nosotros
sabemos
distinguir a los
que son sinceros
y velamos por
ellos.
(Revista
Espírita de
1860, p. 172.)
En la
continuidad del
diálogo entre
Kardec y San
Luis, el
Codificador
preguntó por qué
es que, apelando
a los buenos
Espíritus y
pidiéndoles el
alejamiento de
los impostores,
aún así el
llamamiento no
es atendido.
San Luis explicó:
– Es atendido,
no lo dudes.
¿Pero tienes la
certeza de que
el llamamiento
venía del fondo
del corazón de
todos los
asistentes, o
que no haya
alguien que por
un pensamiento
poco caritativo
y malévolo, si
no por el deseo,
atraiga para el
medio de vos los
malos Espíritus?
Concluyendo el
esclarecimiento,
San Luis reveló
entonces a
Kardec algo que
jamás, con toda
certeza, el
Codificador
imaginó pudiera
ocurrir allí,
donde un golpe
más, según el
dirigente
espiritual de la
Sociedad
Espírita de
París, “una
sonrisa de
sarcasmo podía
ser visto en los
labios de las
personas que lo
cercaban” en la
intimidad misma
de aquellas
reuniones.
(Revista
Espírita de
1860, p. 173.)
– ¿Qué Espíritus
piensas que
traigan esas
personas? - le
indagó el mentor
espiritual.
Y él mismo
respondió:
– Espíritus que,
como ellas, se
ríen de las
cosas más
sagradas.
(Revista
Espírita de
1860, p. 173.)
La mistificación
ocurrida en la
sesión anterior
buscaba, por lo
tanto, a tales
personas, que no
se mostraban a
la altura de los
trabajos
realizados por
la Casa que el
propio
Codificador
había fundado y
dirigía.
Un caso de
mistificación
sin final feliz
Desencarnada en
1º de mayo de
1860 y evocada
por el propio
Codificador del
Espiritismo, la
médium
escribiente Sra.
Duret reveló a
Kardec que, en
sus actividades
mediúmnicas, fue
muchas veces
engañada por los
Espíritus y que
hay pocos
médiums que no
lo sean más o
menos. (Revista
Espírita de
1860, p. 183.)
Tal hecho,
explicó la Sra.
Duret, depende
mucho del médium
y de aquel que
interroga, pero
es siempre
posible, cuando
se quiere,
preservarse de
los malos
Espíritus. “Y la
primera
condición para
eso es no
atraerlos por la
flaqueza o por
los defectos.”
(Obra citada,
p. 184.)
Hallamos
importante
recordar la
advertencia de
la Sra. Duret
como
introducción al
relato
siguiente. En
una respetable
institución
espírita de una
importante
ciudad brasileña
se manifestó
cierta vez,
usando el
lenguaje de un
niño, un
Espíritu.
Acogido con
simpatía por el
equipo
mediúmnico, el
Espíritu reveló
que había
preparado un
regalo para el
grupo: el relato
de su propia
historia, el
cual podría más
tarde, cuando
concluyera, ser
publicado en
forma de libro.
A la semana
siguiente, él
volvió y dio
inicio a su
narración, que
se alargó por
varias semanas,
valiéndose de la
facultad de
psicografia de
uno de los
médiums del
grupo.
Terminada cada
reunión, el
capítulo
transmitido en
la noche era
leído y después
corregido y
dactilografiado
por el dirigente
de los trabajos.
Algún tiempo
después, cuando
todos los del
grupo mediúmnico
estaban felices
con el
desarrollo de
los
acontecimientos,
pasa por la
ciudad un médium
notable, de
entera confianza
del dirigente
del grupo, el
cual, invitado
para asistir a
una de las
reuniones, allí
comparece en la
condición de
mero visitante.
La reunión se
realiza
normalmente,
ocurren las
manifestaciones
psicofónicas de
costumbre y, al
final, el
Espíritu da
secuencia al
dictado
mediúmnico,
valiéndose, como
hubo hecho
anteriormente,
del mismo
médium. Él,
ciertamente, no
se había dado
cuenta de que
había un
visitante en el
recinto, alguien
dotado de
videncia y
poseedor de
largo
conocimiento de
la práctica
espírita.
Así, tan pronto
el dictado tuvo
inicio, el
visitante dijo
algo al oído del
dirigente de la
reunión
informándolo de
que aquel
Espíritu no
pasaba, en
verdad, de un
mistificador que
estaba hace
tiempo tomando
el tiempo de las
sesiones y que,
íntimamente, se
regocijaba con
la credulidad de
los integrantes
de aquel grupo.
Evidente que,
una vez
descubierto, el
propio Espíritu
confirmó la
farsa,
concluyéndose en
aquel mismo
momento el
dictado del
supuesto libro.
El dirigente,
con todo,
olvidado de las
lecciones de
Kardec acerca de
la mistificación
y de sus
finalidades, se
alejó por varios
años de las
luchas
espíritas,
seguro de que
había faltado al
equipo por él
dirigido una
mayor protección
de los llamados
protectores y
guías
espirituales.
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