Isabela, niña viva y
alterada, estaba
haciendo siempre cosas
equivocadas y era
repreendida por los
padres.
Como el padre estaba
menos en casa, a causa
del trabajo,
difícilmente llamaba su
atención, pero cuando lo
hacía, se quedaba
enfadado y hablaba
firme:
— ¡Nunca más hagas eso,
jovencita!
Con miedo, Isabela se
encogía, prometiendo
nunca más hacer nada
equivocado. Y, por eso,
ella creía que el padre
no la amaba.
El Día de los Padres se
aproximaba y habría una
gran fiesta en la
escuela y todos los
niños estaban
eufóricos.
Habría una presentación
artística, con músicas,
bailes y hasta una pieza
de teatro. Las madres
harían tartas,
sandwiches y refrescos.
Para finalizar, cada
padre recibiría un
regalito confeccionado
por el propio hijo.
Con anticipación, los
alumnos comenzaron a
adornar el salón con
lindas cintas y flores
coloridas.
Isabela estaba en la
mayor expectativa. Amaba
mucho a su padre y
quería demostrar su amor
por él en esa fiesta. En
casa, tres días antes,
ella avisó:
— Papá, el domingo
tienes una fiesta en la
escuela. ¿Tú vas, no es?
— Voy, sí.
En ese instante, el
padre se llevó la mano a
la cabeza, acordándose
de alguna cosa, miró a
la madre, con expresión
preocupada, y dijo:
— Querida, mañana voy a
tener que viajar.
Al oír la noticia, la
niña abrió los ojos,
sorprendida y
decepcionada:
— ¡Papá! Quieres decir
que tú no vas a la
fiesta?
— ¡Claro que voy, hijita!
— ¿Y si no consiguieras
llegar a tiempo? ¿Por
qué tienes que viajar
inmediatamente mañana?...
El padre le explicó que
tenía um negocio urgente
que realizar.
— No puedo dejar de ir.
Pero te prometo que
llegaré para la fiesta.
En aquella noche,
Isabela no consiguió
dormir bien. Por su
cabecita pasaban mil
pensamientos: “A mí
padre no le gusto. Si él
me amara y se preocupase
por mí, no viajaria.
¿Será que él no sabe
como esa fiesta es
importante para mi?”.
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A la mañana siguiente,
el padre se despidió,
abrazando a la hija con
cariño:
— Isabela, prometo que
estaré de vuelta el
domingo.
Colocando la maleta en
el coche, él partió.
Isabela pasó aquel día
ensayando la pieza y
ayudando en el arreglo
del salón.
Cuando terminaron,
estaba lindo.
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Ella volvió para casa
cansada y con hambre.
Cenó y se durmió
enseguida.
Por la mañana
tempranito, el teléfono
sonó. Era alguien
avisando que su padre
había sufrido un
accidente. La madre
quedó trémula, afligida,
intentando obtener
noticias del marido.
Después, con cuidado,
contó a la hija:
— Isabela, tu padre tuvo
un pequeño accidente y
el coche estaba con
problemas, pero no es
nada. Después él estará
aquí con nosotras.
— Mi padre no viene,
mamá. Él no viene.
¡Tengo seguridad! — dijo
la chica poniéndose a
llorar, aterrorizada.
La madre la abrazó com
afecto,
tranquilizándola:
— Claro que él viene,
hija mía. Confía en
Dios, que también es
Padre. Vamos a orar y
tengo seguridad de que
el Señor atenderá
nuestros pedidos.
— Yo no voy más a la
fiesta, mamá.
— ¿Como no, hija? ¡La
fiesta fuiste tu la que
ayudó a preparar! ¿Y
quien hará tú papel en
la pieza teatral?
— No sé y no me importa.
La madre pensó un poco y
consideró:
— Isabela, tú estás
demostrando que no
confías ni en tu padre
ni en Dios, hija mía. Y
también que no tienes
respeto por el trabajo
de los otros. ¡Sin ti,
tus compañeros no podrán
presentar la pieza!
La niña se quedó
callada, pensativa. Su
madre tenía razón. Ella
debería confiar más en
Dios y también en el
padre que siempre había
hecho todo por ella, que
nunca la había
decepcionado. Elevando
el pensamiento, oró
mucho suplicando a Dios
que protegiese a su
padre, que nada de malo
le sucediese y que el
volviese bien para casa.
Aún, las horas pasaban y
el padre no llegaba.
A la hora marcada, con
el corazón apretado,
fueron para la fiesta.
Comenzó la presentación
y los números fueron
sucediéndose. El último
era la pieza.
Cuando las cortinas se
abrieron, Isabela lanzó
una mirada por la
asistencia, esperando
ver al padre. Pero
vanamente. Él no había
llegado. Concentrada, en
aquel momento ella sólo
penso en su papel que
estaba representando.
En la última escena,
Isabela iba a decir un
texto dirigido a los
padres. Entonces, ella
se volvió de frente para
el público.
En eso, sorprendida y
aliviada, ella vio a
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su
padre en medio del
pueblo. Con una cura en
la cabeza, pero risueño.
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Com lágrimas, Isabela
dijo en voz bien alta:
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— Papá, tú eres muy
importante en nuestra
vida. ¡Nosotros te
amamos y confiamos en
ti! ¡FELIZ DÍA DE LOS
PADRES!
Isabela, con el regalo
en las manos, descendió
del escenario y corrió
junto al padre.
— Pensé que tú no
vinieras, papá.
— Gracias a Dios, estoy
aquí. Yo jamás iría a
decepcionarte, hija mía.
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Abriendo los brazos,
ellos se abrazaron con
infinito amor, mientras
ella agradecía a Dios
por tenerlo que vuelta.
Tia Célia
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