Continuamos con el
estudio metódico de “El
Libro de los Médiums”,
de Allan Kardec, la
segunda de las obras que
componen el Pentateuco
Kardeciano, cuya primera
edición fue publicada en
1861. Las respuestas a
las preguntas sugeridas
para debatir se
encuentran al final del
texto.
Preguntas para debatir
A. ¿Cuál
es el factor que hace
más difícil la
liberación del obseso?
B.
¿Podemos evocar a los
Espíritus?
C. ¿Cómo
saben los Espíritus
cuándo los evocamos?
D. ¿Por
qué signos se puede
reconocer la
superioridad o
inferioridad de los
Espíritus?
Texto para la lectura
250. La
obsesión no es un signo
de indignidad, sino un
obstáculo que puede
oponerse a ciertas
comunicaciones.
Esmerarse en remover ese
obstáculo que está
dentro de él, es lo que
debe hacer el obseso.
Sin ese esfuerzo, sus
oraciones, sus súplicas,
nada harán. (Ítem 254,
pregunta 3)
251. En
ciertos casos, la
imposibilidad de
comunicarse con los
buenos Espíritus puede
ser un verdadero
castigo, así como la
posibilidad de
comunicarse con ellos es
una recompensa que
debemos esforzarnos en
merecer. (Ítem 254,
pregunta 4)
252. No
se puede impedir que
ocurran las
manifestaciones
espíritas espontáneas,
porque no podemos
suprimir a los
Espíritus, ni impedir
que ejerzan su
influencia oculta.
Además, sería una locura
querer suprimir algo que
ofrece grandes ventajas,
sólo porque individuos
imprudentes puedan
abusar de ella. El medio
de prevenirles los
inconvenientes consiste,
por el contrario, en
hacerlo conocido a
fondo. (Ítem 254,
pregunta 7)
253. En
muchos casos, la
identidad absoluta de
los Espíritus que se
comunican no pasa de ser
una cuestión secundaria
y sin importancia real.
(Ítem 255)
254. La
identidad de los
Espíritus de personajes
antiguos es la más
difícil de comprobar, y
resulta muchas veces
imposible, por lo que
quedamos reducidos a una
apreciación puramente
moral. Se juzga a los
Espíritus, como a los
hombres, por su
lenguaje. Si un Espíritu
se presenta con el
nombre de Fenelón, pero
dice trivialidades y
puerilidades, está claro
que no puede ser
Fenelón. Pero si sólo
dice cosas dignas del
carácter de Fenelón y
que éste no dejaría de
suscribir, hay toda
probabilidad moral de
que sea de hecho de él.
La identidad real, en
ese caso, es sin embargo
una cuestión accesoria,
porque desde que el
Espíritu sólo dice cosas
aprovechables, poco
importa el nombre bajo
el cual las diga. (Ítem
255)
255. A
medida que los Espíritus
se purifican y se elevan
en jerarquía, las
características
distintivas de sus
personalidades se
borran, de cierto modo,
en la uniformidad de la
perfección; pero no por
eso dejan de conservar
sus individualidades. Es
lo que sucede con los
Espíritus superiores y
los Espíritus puros. En
esa situación, el nombre
que tuvieron en la
Tierra en una de las mil
existencias corporales
por las que pasaron, es
algo absolutamente
insignificante. (Ítem
256)
256. Si
consideramos el número
de Espíritus que desde
el origen de los tiempos
deben haber subido las
filas más altas de la
evolución y lo
comparamos con el número
tan reducido de los
hombres que han dejado
un gran nombre en la
Tierra, comprenderemos
que entre los Espíritus
superiores que pueden
comunicarse, la mayoría
debe carecer de nombre
para nosotros, esto es,
nombres que los
identifiquen. Como
necesitamos nombres para
fijar nuestras ideas,
ellos pueden tomar
entonces el de un
personaje conocido, cuya
naturaleza se
identifique más con la
de ellos. (Ítem 256)
257. Lo
mismo ocurre todas las
veces que un Espíritu
superior se comunica
espontáneamente bajo el
nombre de un personaje
conocido. Nada prueba
que él sea, el Espíritu
de ese personaje; pero
si él no dice nada que
desmienta el carácter de
este último, hay
presunción de que sí es
él mismo y, en todos los
casos, se puede decir
que, si no es él, es un
Espíritu del mismo grado
de elevación o tal vez
un enviado suyo. La
cuestión del nombre es
pues, secundaria,
pudiéndose considerar el
nombre como un simple
indicio de la categoría
que el Espíritu ocupa en
la escala espírita.
(Ítem 256)
258. El
caso cambia de figura,
sin embargo, cuando un
Espíritu de un orden
inferior se adorna con
un nombre respetable,
para que sus palabras
merezcan credibilidad, y
ese caso es tan
frecuente que toda
precaución nunca será un
exceso contra semejantes
sustituciones. Es
gracias a esos nombres
prestados, sobre todo
con la ayuda de la
fascinación, que algunos
Espíritus sistemáticos,
más orgullosos que
sabios, tratan de que se
acepten las ideas más
ridículas. (Ítem 256)
Respuestas a las
preguntas propuestas
A. ¿Cuál
es el factor que hace
más difícil la
liberación del obseso?
Las
imperfecciones morales
del obseso son, con
frecuencia, el obstáculo
principal para su
liberación. Si él
mejora, su protector
espiritual se vuelve a
acercar y sólo su
presencia será
suficiente para expulsar
al Espíritu malo. Esto
es porque las
imperfecciones morales
atraen y favorecen a los
obsesores, y el medio
más seguro de
desembarazarse de ellos
es atraer a los buenos
Espíritus mediante la
práctica del bien; éstos
sólo asisten a los que
los secundan por los
esfuerzos que hacen para
mejorarse.
(El Libro
de los Médiums, ítem
252.)
B.
¿Podemos evocar a los
Espíritus?
Sí,
podemos evocar a todos
los Espíritus, de
cualquier grado de la
escala a la que
pertenezcan, tanto
buenos como malos, tanto
los que dejaron la vida
física hace poco tiempo
como los que vivieron en
épocas más remotas,
tanto hombres ilustres
como a los más oscuros,
los parientes, los
amigos y también los que
nos son indiferentes.
Pero eso no significa
que ellos quieran o
puedan responder a
nuestro llamado;
independientemente de su
voluntad, o del permiso
que les puede ser negado
por un poder superior,
pueden estar impedidos
por motivos que no
siempre conocemos.
(Obra
citada, ítems 274 y 282)
C. ¿Cómo
saben los Espíritus
cuándo los evocamos?
Con
frecuencia, ellos son
prevenidos por los
Espíritus familiares que
nos rodean y van a
buscarlos. Pasa entonces
un fenómeno que es
difícil de explicar
porque se refiere al
modo de transmisión de
pensamiento entre los
Espíritus. El fluido
universal esparcido en
el Universo, es el
vehículo del
pensamiento, como el
aire lo es del sonido,
con la diferencia de que
el pensamiento alcanza
lo infinito. El Espíritu
en el espacio es como el
viajero en medio de una
vasta planicie que, al
oír de repente que
pronuncian su nombre, se
dirige hacia el lado
donde es llamado. De ese
modo, el Espíritu
evocado, por más lejos
que esté, recibe por así
decirlo, el impacto del
pensamiento, como una
especie de choque
eléctrico que llama su
atención hacia el lado
de donde viene el
pensamiento que a él se
ha dirigido. Oye el
pensamiento como en la
Tierra oímos la voz. Si
la evocación es
premeditada, el
Espíritu, a veces, es
avisado de antemano y se
encuentra en el recinto
antes del momento en que
es llamado nominalmente.
(Obra
citada, ítem 282,
párrafos 5 y 6)
D. ¿Por
qué signos se puede
reconocer la
superioridad o
inferioridad de los
Espíritus?
Por su
lenguaje, como las voces
distinguen a un
atolondrado de un hombre
sensato. Los Espíritus
superiores nunca se
contradicen y sólo dicen
cosas buenas; desean
únicamente el bien: éste
es su preocupación. Los
Espíritus inferiores
están todavía bajo el
dominio de las ideas
materiales; sus
conversaciones se
resienten de su
ignorancia y su
imperfección. Sólo a los
Espíritus superiores les
es dado a conocer todas
las cosas y juzgarlas
sin pasión. (Obra
citada, ítems 268 y 263)
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