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El día estaba bonito y
el sol brillaba. José y
Cláudio, de once años,
se hallaban muy expertos
y capaces de realizar
grandes aventuras, que
tomaron conocimiento en
libros y en películas.
Así, decidieron hacer un
paseo y cada uno colocó
en la mochila una
cantimplora de agua y un
sandwichs.
En aquella mañana, sin
avisar a nadie, ellos
salieron de casa y se
encontraron en la
esquina, como combinaron,
animados y satisfechos.
Andaron hasta las afuera
de la ciudad, después
siguieron por um
caminito de tierra que
les pareció
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invitador.
Árboles frondosos
sombreaban el camino
dejando la temperatura
agradable. |
Cláudio y José se
sentían verdaderos
exploradores. En cierto
momento, los árboles
fueron escasos hasta
acabar, y la temperatura
cambió, haciéndose mucho
más caliente, sin
embargo ellos proseguían
firmes.
Después de algún tiempo,
cansados e indecisos,
ellos pararon donde el
camino se abría en dos.
¿Qué camino tomar? Se
sentaron mientras
resolvían la cuestión.
Cláudio sintió sed y
abrió la mochila, viendo
que su cantimplora
estaba vacia. Olvidó que
había tomado toda el
agua, entonces pidió a
José que le diese un
trago de la suya, pero
el otro respondió:
— ¡No puedo! ¡También ya
la bebí toda!...
Con la garganta seca,
los dos lamentaron no
haber sido más
previsores, reservando
un poco de agua para más
tarde.
— Bien. Entonces,
necesitamos buscar un
riachuelo. ¿Pero para
qué lado vamos nosotros?
No había acuerdo. José
quería ir por la derecha
y Cláudio por la
izquierda. Entonces,
decidieron cada uno
seguir para un lado.
Aquel que encontrara
agua volvería para
avisar al otro.
José se acordó de hacer
una oración, pero
Cláudio no estuvo de
acuerdo, diciendo que
era uma tontería perder
tiempo. Decidido, siguió
por el camino escogido.
Entonces, José hizo la
oración solo:
— ¡Señor, ayúdame! ¡Índicame
el camino correcto!
Estamos cansados y con
sed; necesitamos hallar
agua o no sé lo que será
de nosotros. No avisé a
mi madre, que debe estar
preocupada, y me
arrepiento. ¡Si algo nos
ocurre, nadie sabe donde
estamos! ¡Protégenos,
Señor!...
Después de esa oración,
José continuó decidido a
ir por la derecha. Y así
lo hizo. Más adelante,
él oyó el murmullo de um
arrolluelo y, satisfecho,
apresuro el paso.
Después, en médio de los
árboles, encontro el
riachuelo que corria en
medio de las piedras.
— ¡Gracias Jesús, por la
ayuda!
Se bajó, tomo água con
las manos como conchas;
después, llenó la
cantimplora y,
satisfecho por lo
encontrado, volvió como
había combinado.
Llegando nuevamente a la
bifurcación, siguió el
rumbo que Cláudio tomó.
Sin embargo, se sentia
cansado y no encontraba
al amigo.
Preocupado, José se
sento para descansar um
poço, cuando oyó un
llanto. Inmediatamente
se levantó y se puso a
buscar, mientras
gritaba:
— ¡Cláudio! ¡Cláudio!
¿Eres tú?
Después oyó uma voz
médio apagada, que
decía:
— ¡Socorro! ¡Me caí en
un agujero!...
José se puso a buscar en
la dirección de la voz y
acabo por encontrar al
amigo, que cayó en una
trampa. Llegando al
borde, José preguntó si
él estaba bien.
— Sí. Pero siento mucho
dolor en el brazo y en
la pierna; ¡creo que
está rota!
José le tiro la
cantimplora con agua,
avisando:
— ¡Toma solo un poco! No
sabemos cuándo iremos a
salir de aqui.
Después, él habló um
poco más con Cláudio
para mantenerlo calmado,
sin embargo pensaba:
— ¿Qué hacer? El camino
parecia desierto y es
necesario sacar a mi
amigo de ahí. No
trajimos móvil, pues no
queríamos que nos
encontrasen, y ahora lo
lamento.
Nuevamente, él recurrió
a la oración:
— ¡Jesús Amigo! Permite
que alguien nos socorra.
Sé que obramos mal, pero
estoy arrepentido. ¡Comprendo
ahora que nuestros
padres son nuestros
mejores amigos y que
ellos deben estar
preocupados por nosotros!
¡Ayúdanos, querido
Maestro!
Pasado algún tiempo, un
labrador se aproximó y,
viendo al chico,
preguntó:
— ¿Qué estás haciendo
aqui, niño, tan lejos de
la ciudad?
José abrió los ojos y
sonrió, aliviado:
— ¡Gracias a Dios que el
señor apareció! Mi amigo
cayó en un agujero y no
sé cómo hacer para
sacarlo de ahí!
El labrador se aproximó
al agujero y,
examinándolo, afirmo:
— No es difícil.
Él pidió a Cláudio que
quedase de pie y
extendiese el brazo, y
el niño obedeció.
Entonces, el hombre se
echó en el borde del
agujero y, con sus
brazos largos, aseguro
al chico firmemente,
tirando para arriba.
Después Cláudio estaba
sentado en la hierba, y
lloraba mucho de dolor.
El labrador notó que una
pierna y un brazo de él
estaban rotos. Entonces,
como él vivia allí
cerca, fue hasta su casa
y llamó a una ambulancia,
pues Cláudio necesitaba
de un médico. No tardó
mucho la ambulancia,
llegó y llevó a Cláudio
para el hospital.
Fue con inmenso alivio
que los padres de ellos
fueron hasta el
hospital, sabiendo que
Cláudio estaba herido. A
pesar de eso, ellos
estaban bien, y era lo
que importaba, pues
habían buscado por todos
lados sin encontrarlos y
ya no sabían qué hacer
más. ¡Hasta la policía
fue avisada!
Los chicos agradecieron
la ayuda al labrador y
afirmaron a los padres
estar arrepentidos de
haber salido sin
avisarlos. Y José
concluyó:
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— Solo estamos aquí
ahora, porque hice una
oración pidiendo a Jesús
que nos socorriese. Por
eso, me gustaría que
hiciéramos una oración
ahora para agradecer el
auxilio recibido.
Así, en aquel momento
ellos estaban elevando
el pensamiento a Jesús
en gratitud por las
bendiciones que les
proporcionara.
MEIMEI
(Recebida por Célia X.
de Camargo, em
Rolândia-PR, em
17/9/2012.)
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