Andando por el bosque,
un pequeño Armadillo
protestaba de la vida,
considerándose un ser
muy infeliz.
Mientras los pájaros
volaban por los aires,
viajando largas
distancias y conociendo
tierras diferentes, él
era obligado a no
alejarse nunca del
suelo.
Al ver a los animales
ágiles que corrían por
el bosque, como los
venados, por ejemplo, él
suspiraba desalentado.
¡Sus piernas eran
pequeñas y apenas podía
caminar algunos metros!
Él replicaba así, cuando
oyó una voz conocida que
decía:
— ¡Hola, amigo
Armadillo! ¿Qué ocurrió
para estar tan triste?
Era un pequeño Lagarto,
su amigo, que vivía en
un lago próximo. Delante
de la pregunta, el
Armadillo se desahogó:
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— ¡Soy muy
infeliz!...
Mientras otros
animales corren
y juegan por el
bosque, yo vivo
confinado en mi
agujero. ¡¿Eso
es vida?!... Me
gustaría poder
correr como el
Conejo o el
Venado, pero no
puedo. O volar
como los
pájaros... o
vivir en aquel
lindo lago, como
tú, Lagarto.
Pero estoy
obligado a vivir
dentro de la
tierra. ¡Ay!
¡Ay! ¡Cómo soy
infeliz!... |
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El Lagarto abrió mucho
los ojos, dio un giro
con la cola, y abrió la
gran boca para
responder:
— Amigo Tatu, cada uno
nace conforme el Padre
nos hizo. Él sabe lo que
sus hijos necesitan. Yo
vivo dentro del agua y,
cuando me canso, me
arrastro por el suelo.
Es la vida que recibí de
Dios y estoy feliz con
ella.
— ¡Eso! Pero yo tengo
este caparazón pesado
que me incomoda. ¡Me
gustaría librarme de el,
intercambiándola por un
bello pelaje coloreado,
como el de el leopardo,
o por lindas plumas como
los pájaros!
Un ave que oía la
conversación, posada en
una
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rama próxima,
interrumpió la
conversación,
dando también su
opinión: |
— ¡Señor Armadillo, no
sabes lo que estás
diciendo! Prefería estar
en tu situación.
Nosotros, los pájaros,
somos muy frágiles y
cualquier ave mayor,
como el águila o Halcón,
fácilmente nos caza. En
tu caso, tú te escondes
en tu agujero y ellos no
pueden alcanzarte.
¡Además de eso, tienes
el caparazón que te
protege!
Sin embargo el
Armadillo, inconformado
con su situación, no
aceptaba una opinión
diferente y se alejó
desilusionado,
murmurando:
— Tú dices eso porque no
sabe como me siento.
Algún tiempo después, el
cielo se cubrió de
oscuras y pesadas nubes.
Una gran tempestad se
avecinaba. Cada ser vivo
del bosque corrió para
su casa, asustado,
permaneciendo escondido,
aguardando.
Las nubes, arrastradas
por rachas de viento
fuerte, llegaron rápidas
y la tempestad cayó con
violencia sobre la
región.
En sus refugios, los
animales temblaban de
miedo.
Cuando todo pasó y el
Sol volvió a brillar en
el cielo, quitando el
hocico del agujero, el
Armadillo salió curioso
para ver lo que había
ocurrido. Se asustó al
ver los estragos que la
tempestad había hecho.
Muchos árboles habían
sido derrumbados,
piedras y suciedades se
esparcían por todos los
lugares.
Aliviado por haber
escapado con vida, el
Armadillo buscó a sus
amigos y no los
encontró. Quedó sabiendo
que el lago se había
desbordado y el Lagarto
fue arrastrado por las
aguas; las aves vieron
sus nidos arrancados y
muchas murieron.
Delante de todo eso, el
Armadillo agradeció a
Dios por el agujero que
le había dado. Como se
había quedado dentro de
la tierra escondido y
tenía reservas de
comida, no había pasado
necesidad y continuaba
vivo, así como su
familia.
Luego los pájaros fueron
llegando, volvieron a
hacer sus nidos, a
cantar y a volar por el
espacio; el Lagarto
retornó para su lago y
el Armadillo nunca más
protestó de las
condiciones de vida que
Dios le había dado,
cierto de que Él sabía
lo que era mejor para
cada hijo suyo.
MEIMEI
(Recebida por Célia
Xavier de Camargo em
Rolândia-PR, em
21/01/2013.)
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