Sérgio, niño muy
travieso, estaba siempre
creando problemas con
sus amiguitos y se
enfilaba en enredos. La
madre corría, gritando:
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— ¡Sérgio! ¡No hagas
eso, mi hijo! ¡Tú
te vas a herir!
— ¡Desciende del tejado,
Sérgio! ¡Tú te puedes
caer y romper la pierna!
— ¡Sérgio! ¡No pelees
con el gato! ¡No golpees
al perro!
Pero el chico era
realmente travieso y
estaba siempre haciendo
lo que no debía. Un día
la madre, llena de
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paciencia, lo
colocó en los
brazos y dijo: |
— Mi hijo, cada uno de
nosotros recibe siempre
en consonancia con lo
que hace. ¿Tú ves lo que
ocurre con las
plantitas? La gente
planta y coge lo que
plantó, ¿no es así?
— Sí, mamá. ¡Tú
plantaste un pie de
tomate y ahora comemos
tomates de nuestro
huerto, el que me gusta
mucho! — él recordó.
— Entonces, cuando
hacemos cosas
equivocadas, ¿vamos a
coger el qué? Por
ejemplo. Tú provocas a
tu gatito. ¿Cómo va a
reaccionar él? — indagó
la madre.
— ¡Él va a arañarme con
sus uñas bien afiladas!
— Eso mismo. ¿Y si tú
golpeas a tu perrito?
— ¡Él va ladrar con
rabia y gruñir,
queriendo morderme!
— Exactamente, hijo.
Pero a ti te gustan.
Entonces, ¿por qué
dejarlos con rabia?
¡Cualquier día ellos
pueden atacarte y a ti
no te va a gustar!
El niño bajó la cabeza,
concordando con la madre
y prometió que no
provocaría más a sus
animales que quería.
Pero luego él olvidó lo
que había prometido.
Cierto día, él estaba
volviendo de la escuela
y vio a un gallo que
picoteaba en la hierba.
Él llegó cerca del gallo
y comenzó a provocarlo.
El gallo se erizó todo,
puso cara de pocos
amigos y partió para el
ataque. Sérgio salió
corriendo para huir del
gallo que, más rápido,
lo alcanzó y pasó el
pico por sus piernas. El
niño corría apavorado y
gritaba:
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— ¡Socorro! ¡Acudan!...
¡Quitadme este gallo de
aquí!...
Pero no había nadie que
pudiera ayudarlo. Y lo
que es peor: Sérgio
tropezó y cayó, y el
gallo vino para subirse
a él, picoteándolo,
mientras él se defendía
con la mochila.
Para su suerte, el dueño
del gallo en aquel
momento estaba llegando
a su casa y vio la
situación del chico.
Corrió, cogió el gallo
y, disculpándose con el
niño, preguntó:
— ¿Pero qué ocurrió? ¡Mi
gallo es pacífico! ¡Pepe
sólo ataca cuando es
provocado!
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Sérgio, parando de
llorar, se limpió el
rostro y se justificó:
— Yo quiso jugar con su
gallo, pero creo que a
él no le gustó.
— ¡Ah! ¡Ya sé lo que
ocurrió! ¡Tú debes de
haber provocado a Pepe!
Mira, chico, podrías
haber quedado muy
malherido. ¡Pepe es un
gallo peleón! Lo
conseguí de un amigo que
lo compró por hallarlo
bonito, pero al
descubrir que a él le
gustaba atacar a las
personas, no
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lo quiso más por
ser muy
peligroso. Como
me gustan los
animales, decidí
cuidar de él y
entrenarlo para
cambiar de
comportamiento.
De ese modo,
Pepe nunca más
atacó a nadie
¿Tú estás
herido? |
El chico miro para el
gallo, ahora en los
brazos del dueño y dijo:
— No se preocupe. Quedé
con algunos arañazos y
picadas, pero yo lo
merecí.
Nunca más voy a provocar
con animal ninguno.
El muchacho fue con
Sérgio hasta la casa de
él, explicó a la madre
del niño lo que había
ocurrido y consideró:
— Como dueño de Pepe, me
siento responsable por
lo que le ocurrió a su
hijo. ¡Le pido
disculpas, señora!
— No se preocupe.
Conozco a mi hijo Sérgio
e imagino lo que haya
ocurrido — respondió
ella, que se volvió para
el hijo y preguntó:
— ¿Cómo estás, mi hijo?
¡Déjame ver tus heridas!
No fue nada. Voy buscar
mi caja de primeros
socorros e
inmediatamente resuelvo
el problema.
Después de limpiar bien
las heridas en las
piernas, ella colocó un
medicamento y, dando por
terminado, dejó al hijo
acostado en el sofá. El
muchacho, más tranquilo
al ver a Sérgio bien, se
despidió, pidiendo
nuevamente disculpas por
su gallo, al que Sérgio
respondió:
— No se disculpe. La
culpa fue mía, pues
provoqué a Pepe. ¿Yo
podría visitarlo de
tarde en tarde? ¡Me
gustó su gallo!
— ¡Puedes, claro! Es
decir, si tu madre te
deja.
— Mamá me deja, ¿no es
así? Ella sabe que la
culpa fue mía.
Así, todo resuelto, el
chico respiró hondo,
satisfecho por estar
bien y prometiendo que
nunca más provocaría a
ningún animal. Se volvió
de amores por Pepe, que
pasó también a
estimarlo, haciéndose su
amigo.
Al gato y el perrito de
Sérgio también les gustó
la novedad, pues no
quedaron más estresados
con las provocaciones
del niño, cuyo
comportamiento cambió
por completo. Él ahora
los trataba con mucho
amor y delicadeza.
MEIMEI
(Recebida por Célia X.
de Camargo, aos
2/9/2013.)
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