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Espiritismo para los niños - Célia X. de Camargo - Português Inglês 
Año 7 334 – 20 de Octubre de 2013

Traducción
Isabel Porras Gonzáles - isy@divulgacion.org
 

 

Pepe, el Gallo peleón

 

Sérgio, niño muy travieso, estaba siempre creando problemas con sus amiguitos y se enfilaba en enredos. La madre corría, gritando:

— ¡Sérgio! ¡No hagas eso, mi hijo! ¡Tú te vas a herir!

— ¡Desciende del tejado, Sérgio! ¡Tú te puedes caer y romper la pierna!

— ¡Sérgio! ¡No pelees con el gato! ¡No golpees al perro!

Pero el chico era realmente travieso y estaba siempre haciendo lo que no debía. Un día la madre, llena de

paciencia, lo colocó en los brazos y dijo:

— Mi hijo, cada uno de nosotros recibe siempre en consonancia con lo que hace. ¿Tú ves lo que ocurre con las plantitas? La gente planta y coge lo que plantó, ¿no es así?

— Sí, mamá. ¡Tú plantaste un pie de tomate y ahora comemos tomates de nuestro huerto,  el que me gusta mucho! — él recordó.

— Entonces, cuando hacemos cosas equivocadas, ¿vamos a coger el qué? Por ejemplo. Tú provocas a tu gatito. ¿Cómo va a reaccionar él? — indagó la madre.

— ¡Él va a arañarme con sus uñas bien afiladas!

— Eso mismo. ¿Y si tú golpeas a tu perrito?

— ¡Él va ladrar con rabia y gruñir, queriendo morderme!

— Exactamente, hijo. Pero a ti te gustan. Entonces, ¿por qué dejarlos con rabia? ¡Cualquier día ellos pueden atacarte y a ti no te va a gustar!

El niño bajó la cabeza, concordando con la madre y prometió que no provocaría más a sus animales que quería. Pero luego él olvidó lo que había prometido.
 

Cierto día, él estaba volviendo de la escuela y vio a un gallo que picoteaba en la hierba.

Él llegó cerca del gallo y comenzó a provocarlo. El gallo se erizó todo, puso cara de pocos amigos y partió para el ataque. Sérgio salió corriendo para huir del gallo que, más rápido, lo alcanzó y pasó el pico por sus piernas. El niño corría apavorado y gritaba:

— ¡Socorro! ¡Acudan!... ¡Quitadme este gallo de aquí!... 

Pero no había nadie que pudiera ayudarlo. Y lo que es peor: Sérgio tropezó y cayó, y el gallo vino para subirse a él, picoteándolo, mientras él se defendía con la mochila.

Para su suerte, el dueño del gallo en aquel momento estaba llegando a su casa y vio la situación del chico. Corrió, cogió el gallo y, disculpándose con el niño, preguntó:

— ¿Pero qué ocurrió? ¡Mi gallo es pacífico! ¡Pepe sólo ataca cuando es provocado!
 

Sérgio, parando de llorar, se limpió el rostro y se justificó:

— Yo quiso jugar con su gallo, pero creo que a él no le gustó.

— ¡Ah! ¡Ya sé lo que ocurrió! ¡Tú debes de haber provocado a Pepe! Mira, chico, podrías haber quedado muy malherido. ¡Pepe es un gallo peleón! Lo conseguí de un amigo que lo compró por hallarlo bonito, pero al descubrir que a él le gustaba atacar a las personas, no

lo quiso más por ser muy peligroso. Como me gustan los animales, decidí cuidar de él y entrenarlo para cambiar de comportamiento. De ese modo, Pepe nunca más atacó a nadie ¿Tú estás herido?

El chico miro para el gallo, ahora en los brazos del dueño y dijo:

— No se preocupe. Quedé con algunos arañazos y picadas, pero yo lo merecí. Nunca más voy a provocar con animal ninguno.

El muchacho fue con Sérgio hasta la casa de él, explicó a la madre del niño lo que había ocurrido y consideró:

— Como dueño de Pepe, me siento responsable por lo que le ocurrió a su hijo. ¡Le pido disculpas, señora!

— No se preocupe. Conozco a mi hijo Sérgio e imagino lo que haya ocurrido — respondió ella, que se volvió para el hijo y preguntó:

— ¿Cómo estás, mi hijo? ¡Déjame ver tus heridas! No fue nada. Voy buscar mi caja de primeros socorros e inmediatamente resuelvo el problema.

Después de limpiar bien las heridas en las piernas, ella colocó un medicamento y, dando por terminado, dejó al hijo acostado en el sofá. El muchacho, más tranquilo al ver a Sérgio bien, se despidió, pidiendo nuevamente disculpas por su gallo, al que Sérgio respondió:

— No se disculpe. La culpa fue mía, pues provoqué a Pepe. ¿Yo podría visitarlo de tarde en tarde? ¡Me gustó su gallo!

— ¡Puedes, claro! Es decir, si tu madre te deja.

— Mamá me deja, ¿no es así? Ella sabe que la culpa fue mía.

Así, todo resuelto, el chico respiró hondo, satisfecho por estar bien y prometiendo que nunca más provocaría a ningún animal. Se volvió de amores por Pepe, que pasó también a estimarlo, haciéndose su amigo.

Al gato y el perrito de Sérgio también les gustó la novedad, pues no quedaron más estresados con las provocaciones del niño, cuyo comportamiento cambió por completo. Él ahora los trataba con mucho amor y delicadeza.
                                                       

MEIMEI


(Recebida por Célia X. de Camargo, aos 2/9/2013.)

       
               
 
                                                                                   



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Revista Semanal de Divulgación Espirita