Cierta vez, una pequeña
lagartija estaba
buscando qué comer,
cuando vio una linda y
apetitosa hoja allí
cerca. Se arrastró hasta
allá, con dificultad, y
estaba comenzando a
devorarla, cuando vio a
un pájaro que buscaba
comida allí cerca.
Asustada, la lagartija
se encogió, esperando
que él no la viera, pues
el era llamado de
papa-lagartijas. Pero,
muy experto, el pájaro
ya vio a la bella
lagartija que se
arrastraba
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por la hoja. |
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Él voló para cerca de
ella y pió:
— Lo siento mucho, Doña
Lagarta, pero preciso
llevarla para mi nido,
donde los hijitos
esperan por el alimento.
La lagarta se encogió
toda de miedo y
respondió:
— También estoy cortando
hojas para llevar a mi
nido, donde mis hijitos
aguardan con hambre.
¡Tenga piedad de mí,
Señor Pájaro!
— Pero yo no puedo, Doña
Lagarta. Y mis hijos,
¿qué van a comer?
A lo que la lagarta
respondió:
— Está bien. ¿Vamos a
hacer un acuerdo?
Entonces, así que yo
lleve la comida para mis
lagartitas estaré a su
disposición.
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El pájaro aceptó lo
combinado y esperó a la
lagartija acabar de
cortar la hoja. Después,
la lagartija se arrastró
hasta el local donde
había dejado a los
hijitos llevando la
hoja, y el pájaro la
acompañó.
Al ver a los hijitos de
la lagartija, los ojitos
del pájaro brillaron. Él
se quedó encantado con
la provisión de alimento
que podría
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llevar para sus
hijos. Las
lagartijas eran
bien verdecitas
y apetitosas, y
pensó: ¡Mis
hijos van a
disfrutar! |
En ese momento,
descuidándose, el pájaro
no vio a un gran
cocodrilo que, saliendo
del agua, se arrastraba
por la maleza ribereña.
Llegando cerca del
pájaro, se preparaba
para comerlo, cuando la
lagartija lo vio y,
apenada, avisó:
— ¡Señor Pájaro, cuidado
con el cocodrilo!
Oyendo la alerta,
rápidamente él abrió las
alas y alzó el vuelo,
escapando de los dientes
del cocodrilo.
Después, volvió y
agradeció a la lagartija:
— Si no fuese que la
señora me avisó a
tiempo, Doña Lagartija,
yo habría muerto en
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la boca enorme
del cocodrilo. ¿Por
qué me avisó? |
La lagartija miró para
sus hijos y respondió:
— Porque me acordé de
sus hijitos que se
quedarían sin el padre,
y sentí pena. Porque, si
fuera yo la que
estuviera en su lugar,
no me gustaría que mis
hijitos se quedaran
solos.
El pájaro oyó, pensó un
poco y decidió:
— Doña Lagartija, muchas
gracias. Yo me voy
ahora; necesito
encontrar comida para
mis hijitos.
La lagartija se arrastró
un poco e indagó:
— Señor Pájaro,
¿desistió de usarme como
alimento?
El pájaro, preparándose
para batir las alas,
respondió:
— Es que sentí pena de
sus hijitos, Doña
Lagartija, que quedarían
sin la madre. ¡Adiós!
Así, batiendo las alas,
el pájaro levantó vuelo
en busca de alimentación
para sus hijitos. Había
perdido sus presas, sin
embargo estaba
satisfecho. Podría haber
caído en las garras del
cocodrilo y nunca más
vería a sus hijitos.
Tanto el pájaro como la
lagartija entendieron
que merece la pena
retribuir el bien que
nos hacen, pues
generamos amistades que
pueden ser valiosas,
aunque al principio no
podamos creer en
eso.
MEIMEI
(Recebida por Célia X.
de Camargo, em
16/06/2014.)
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