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Espiritismo para los niños - Célia X. de Camargo - Português Inglês 
Año 8 379 – 7 de Septiembre de 2014

Traducción
Isabel Porras Gonzáles - isy@divulgacion.org
 

 

Plantando flores
 

  

Daniel, de ocho años, era un niño determinado en todo lo que hacía. Siempre que deseaba alguna cosa, se esforzaba para la conseguirla.

Cierto día él vio un lindo jarrón de flores en la casa de una vecina y deseó tener igual para dar a su madre, que le gustaba mucho las flores. Entonces, tocó en la puerta de la vecina y, cuando ella atendió, le pidió una ramita de la flor para plantar en su casa.

La vecina, sonriente y bondadosa, fue hasta el jardín y cogió una pequeña rama de la planta y se la dio a Daniel, que lo agradeció y se fue contento.

Al llegar a la casa, el chico quiso plantar la ramita, sin embargo no tenía recipiante. Entonces, decidió plantarla en un rincón del jardín.
 

Así, como ya había visto a la madre hacer, cogió una pequeña pala, cavó un agujero y depositó en el la ramita. Después, regó el sitio y sonrió satisfecho, de pecho lleno:

— ¡ Lo hice todo solo!

De ese día en delante, Daniel siempre examinaba la planta para ver si estaba dando flores. ¡Pero no! ¡En ella ni

siquiera había brotes nuevos!...  

Cierto día, desanimado, él entró en la cocina, y su madre quiso saber la razón de aquel rostro triste. Y Daniel murmurando:

— ¡Mamá, yo planté una ramita de flor, pero hasta ahora no surgió ni una hojita nueva! ¿Por qué será?

— ¿Tú la has dejado sin agua? —preguntó ella .

— ¡No, mamá! ¡Yo la riego todos los días!

— ¿Ella recibe luz del Sol suficiente? Las plantas también necesitan de calor, mi hijo.

— ¡Ella está en el jardín y toma sol como tus plantas, mamá!

— Entonces, Daniel, envuelve tú plantita en sentimientos de paz, amor, energía. ¿Quién sabe si ella está muy débil?

— ¿Cómo si estuviera haciendo una plegaria, madre? — indagó el chico, espantado.

— Sí, mi hijo. Jesús dijo que, con fe, conseguiremos todo lo que deseemos.

El niño fue hasta el jardín, se agachó al lado de su plantita y la miró bien. Realmente, ella parecía bien débil, sin fuerzas para crecer.

¡Entonces, lleno de cariño, Daniel comenzó a conversar con ella, diciendo que la amaba mucho y que quería verla fuerte y bonita, llena de flores! Y terminó afirmando:

— Tú conseguirás brotar y crecer. ¡Quedarás linda y darás muchas flores para alegrar nuestro jardín, y todos los que pasen van a quedar encantados al verte! ¡Dios, nuestro Padre, que creó todo lo que existe, ama las plantas, pues forman parte de la Naturaleza!

A partir de ese día, siempre que pasaba por el jardín, Daniel le repetía palabras gentiles y conversaba con ella, acariciando delicadamente sus hojas débiles.

Cierta mañana, al salir para la escuela, Daniel vio que lindos brotes surgían aquí y allí en la frágil planta. Feliz, él dijo:

— ¡Enhorabuena! ¡Continúa así, mi florecita! ¡Luego tú estarás grande y bonita!

Algunos días después, la frágil planta estaba ahora llena de lindos y pequeñas ramas que salían de su cuerpo, rumbo a lo alto, como se buscando el Sol.
 

Algún tiempo después, ahora fuerte, bonita y llena de hojas, ella amaneció cubierta de bellas flores que se abrían adornando el jardín.

Contento, Daniel fue a buscar a la madre para que viera el milagro que había ocurrido.

Al ver la planta ahora tan linda y vistosa, la madre dijo:

— Sí, mi hijo, tú fe, tus cuidados y la acción

de la naturaleza, operaron un verdadero milagro. ¡Enhorabuena! Tú supiste cuidar de ella.

Satisfecho, Daniel sonrió:

— Creo que mi dedicación ayudó bastante, mamá. Cuidé de ella con mucho amor. ¡Pero nuestro Padre, con certeza, hizo la parte mayor!

La madre miro para el hijo, aún tan pequeño, pero tan determinado, y lo abrazó:

— Daniel, de esa forma, tú conseguirás todo lo que quieras de la vida, hijo. ¡Cuando la gente tiene fe, y trabaja para conseguir lo que desea, nada es imposible!
 

Daniel creció y se hizo hombre. Pero delante de las dificultades que surgían en su camino, siempre se acordaba de la pequeña planta, y se llenaba de energía y de fe para proseguir en el camino que hubo escogido.

Ahora, era ingeniero reconocido y, a veces, con ocasión de trabajo, era obligado a cambiar de ciudad; sin em-

bargo, donde estuviera, siempre tenía una ramita de la bella planta, que generaba otro jarrón, recordándole que nunca podemos desistir, que debemos siempre seguir adelante para conseguir lo que deseamos. 


 

MEIMEI

(Recebida por Célia X. de Camargo, em 18/08/2014.)




                                                                                   



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Revista Semanal de Divulgación Espirita