Daniel, de ocho años,
era un niño determinado
en todo lo que hacía.
Siempre que deseaba
alguna cosa, se
esforzaba para la
conseguirla.
Cierto día él vio un
lindo jarrón de flores
en la casa de una vecina
y deseó tener igual para
dar a su madre, que le
gustaba mucho las
flores. Entonces, tocó
en la puerta de la
vecina y, cuando ella
atendió, le pidió una
ramita de la flor para
plantar en su casa.
La vecina, sonriente y
bondadosa, fue hasta el
jardín y cogió una
pequeña rama de la
planta y se la dio a
Daniel, que lo agradeció
y se fue contento.
Al llegar a la casa, el
chico quiso plantar la
ramita, sin embargo no
tenía recipiante.
Entonces, decidió
plantarla en un rincón
del jardín.
Así, como ya había visto
a la madre hacer, cogió
una pequeña pala, cavó
un agujero y depositó en
el la ramita. Después,
regó el sitio y sonrió
satisfecho, de pecho
lleno:
— ¡ Lo hice todo solo!
De ese día en delante,
Daniel siempre examinaba
la planta para ver si
estaba dando flores.
¡Pero no! ¡En ella ni
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siquiera había brotes
nuevos!... |
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Cierto día, desanimado,
él entró en la cocina, y
su madre quiso saber la
razón de aquel rostro
triste.
Y Daniel murmurando:
— ¡Mamá, yo planté una
ramita de flor, pero
hasta ahora no surgió ni
una hojita nueva!
¿Por qué será?
— ¿Tú la has dejado sin
agua? —preguntó ella .
— ¡No, mamá! ¡Yo la
riego todos los días!
— ¿Ella recibe luz del
Sol suficiente? Las
plantas también
necesitan de calor, mi
hijo.
— ¡Ella está en el
jardín y toma sol como
tus plantas, mamá!
— Entonces, Daniel,
envuelve tú plantita en
sentimientos de paz,
amor, energía. ¿Quién
sabe si ella está muy
débil?
— ¿Cómo si estuviera
haciendo una plegaria,
madre? — indagó el
chico, espantado.
— Sí, mi hijo. Jesús
dijo que, con fe,
conseguiremos todo lo
que deseemos.
El niño fue hasta el
jardín, se agachó al
lado de su plantita y la
miró bien.
Realmente, ella parecía
bien débil, sin fuerzas
para crecer.
¡Entonces, lleno de
cariño, Daniel comenzó a
conversar con ella,
diciendo que la amaba
mucho y que quería verla
fuerte y bonita, llena
de flores! Y terminó
afirmando:
— Tú conseguirás brotar
y crecer. ¡Quedarás
linda y darás muchas
flores para alegrar
nuestro jardín, y todos
los que pasen van a
quedar encantados al
verte! ¡Dios, nuestro
Padre, que creó todo lo
que existe, ama las
plantas, pues forman
parte de la Naturaleza!
A partir de ese día,
siempre que pasaba por
el jardín, Daniel le
repetía palabras
gentiles y conversaba
con ella, acariciando
delicadamente sus hojas
débiles.
Cierta mañana, al salir
para la escuela, Daniel
vio que lindos brotes
surgían aquí y allí en
la frágil planta. Feliz,
él dijo:
— ¡Enhorabuena!
¡Continúa así, mi
florecita! ¡Luego tú
estarás grande y bonita!
Algunos días después, la
frágil planta estaba
ahora llena de lindos y
pequeñas ramas que
salían de su cuerpo,
rumbo a lo alto, como se
buscando el Sol.
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Algún tiempo después,
ahora fuerte, bonita y
llena de hojas, ella
amaneció cubierta de
bellas flores que se
abrían adornando el
jardín.
Contento, Daniel fue a
buscar a la madre para
que viera el milagro que
había ocurrido.
Al ver la planta ahora
tan linda y vistosa, la
madre dijo:
— Sí, mi hijo, tú fe,
tus cuidados y la acción
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de la
naturaleza,
operaron un
verdadero
milagro.
¡Enhorabuena! Tú
supiste cuidar
de ella.
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Satisfecho, Daniel
sonrió:
— Creo que mi dedicación
ayudó bastante, mamá.
Cuidé de ella con mucho
amor. ¡Pero
nuestro Padre, con
certeza, hizo la parte
mayor!
La madre miro para el
hijo, aún tan pequeño,
pero tan determinado, y
lo abrazó:
— Daniel, de esa forma,
tú conseguirás todo lo
que quieras de la vida,
hijo. ¡Cuando la gente
tiene fe, y trabaja para
conseguir lo que desea,
nada es imposible!
Daniel creció y se hizo
hombre. Pero delante de
las dificultades que
surgían en su camino,
siempre se acordaba de
la pequeña planta, y se
llenaba de energía y de
fe para proseguir en el
camino que hubo
escogido.
Ahora, era ingeniero
reconocido y, a veces,
con ocasión de trabajo,
era obligado a cambiar
de ciudad; sin em-
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bargo, donde
estuviera,
siempre tenía
una ramita de la
bella planta,
que generaba
otro jarrón,
recordándole que
nunca podemos
desistir, que
debemos siempre
seguir adelante
para conseguir
lo que deseamos.
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MEIMEI
(Recebida por Célia X.
de Camargo, em
18/08/2014.)
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