Rubens se levantó de mal
humor. Lleno de
problemas para resolver,
encontraba dificultad en
todo: la camisa estaba
arrugada, los pantalones
manchados, los zapatos
sucios.
La esposa, dedicada,
buscaba resolver todos
los problemas, pero el
marido protestaba:
— ¡Todo eso es culpa
tuya, Aurora, que estás
el día entero aquí sin
hacer nada mientras yo
me canso de tanto
trabajar para mantener
la casa!
Y la esposa, humilde,
explicaba conectando la
plancha para planchar la
camisa:
— ¡Querido, es que los
niños exigen bastante mi
atención! ¡Además de
eso, la casa es grande y
soy yo que llevo de todo
el trabajo!
— No tiene disculpa,
Aurora. Ten más cuidado
con mis cosas, pues no
puedo ir a la empresa
todo desarreglado.
Triste, la mujer
concordó. Carlinhos,
chico experto, oía
callado. De repente,
tocó la campanilla y él
fue a abrir, pues su
madre estaba planchando
la ropa del padre. Era
un señor.
|
|
— ¡Buenos días! ¿Papá
está en casa? Necesito
hablar con él. |
— Él está cambiándose,
pero inmediatamente
vendrá. Siéntese, señor.
Voy a llamarlo.
Carlinhos fue hasta el
cuarto y avisó al padre
que un señor lo esperaba
en la sala.
— ¿Pero quién es él, mi
hijo?
— No sé, papá. Él dijo
que necesita hablar
contigo.
Irritado, Rubens gritó:
— ¡Más eso ahora! ¿Estoy
atrasado para el trabajo
y aún estoy obligado a
recibir visita?
Acabando de arreglarse,
ele peinó los cabellos y
entró en la sala ya
dando una disculpa:
— Lamento señor, pero no
podré atenderlo ahora.
Búsqueme en otra hora,
porque ahora no tengo
tiempo — dijo él
abotonando las mangas de
la camisa, sin ver quién
era.
De repente, irguió los
ojos y viendo al
visitante, enrojeció de
vergüenza tartamudeando:
— Si... Si... ¡Señor
Horácio! ¡Discúlpeme! Es
que no sabía quién
era... Pensé que fuera
alguien pidiendo alguna
cosa... — sin embargo,
mientras más hablaba,
más se complicaba.
— ¿Es así que recibe a
las personas en su casa,
Rubens? — consideró el
hombre, con mirada seria
y voz mansa.
— No, señor, de manera
alguna. Es que estaba
atrasado para ir a la
empresa y no tenía
tiempo, finalmente...
¡Perdóneme! ¿Pero, a que
debo la honra de su
presencia en mi casa?
El visitante lo miró con
expresión descontenta y
afirmó:
|
|
— En verdad, Rubens, yo
lo busqué por juzgarlo
la persona correcta para
un trabajo que exige
contacto con las
personas y mucha
paciencia para
convencerlas para
comprar nuestros
productos. Pero,
infelizmente, ahora
usted ya no me parece la
persona correcta para el
cargo.
Disculpándose nuevamente,
Rubens imploró:
— Señor, déme esa
oportunidad y prometo
que no se arrepentirá.
Pero Horácio, como dueño
de la empresa,
respondió:
— ¡Lo lamento, Rubens!
Conocemos de verdad a
las personas en las
horas de dificultad.
Usted probó que por
cosas pequeñas como una
camisa arrugada, zapatos
sucios y pantalones con
manchas, se transforma
de padre y marido
ejemplar en cobrador
exigente. Lo siento,
pero usted no es el tipo
de persona que necesito.
— Señor Horácio, ¿está
suspendiéndome del
trabajo? — Rubens
indagó, tartamudeando de
miedo.
— No, Rubens. Continuará
en el mismo lugar donde
está ahora. Sólo que no
podrá ejercer el cargo
que yo esperaba darle y
que representaría una
promoción. Más
hasta luego. ¡Nos
veremos en la empresa!
— ¡Sí, señor! — dijo
Rubens, aliviado por no
haber sido despedido del
trabajo.
Cuando el jefe salió,
Rubens cayó sentado en
una silla, muy molesto,
casi llorando, siendo
abrazado por la esposa y
por el hijo que decía:
— ¡Papá, bien que
intenté avisarte, pero
tú no me oíste!
— Querido, no te
preocupes. Tú tendrás
una nueva oportunidad de
mejorar en la empresa.
Me gustó tu jefe. Él me
parece un hombre bueno —
dijo la esposa,
consolándolo.
Rubens enjugó las
lágrimas y habló:
— Él es un hombre bueno,
sí. Yo soy quien
necesito cambiar de
comportamiento. Tener
más paciencia y
tolerancia con todos,
tanto en la empresa como
aquí en casa.
¡Perdonadme! Sé que no
he sido el marido ideal
y ni el padre amoroso
que me gustaría ser para
vosotros. ¿Hijo mío, me
perdonas?
— Querido, no te
preocupes. ¡Nosotros te
amamos! — habló la
esposa.
— Papá, yo he pedido
mucho para que Jesús te
ayude. ¡Ora también, y
con certeza Él te
ayudará! ¡Porque Jesús
dijo que lo que pidamos
al Padre, Él nos
concederá! — Carlinhos
completó, abrazando al
padre con mucho amor.
El padre cogió al
pequeño para acercárselo
al pecho, dándole un
abrazo bien apretado, y
respondió:
— ¡Tengo certeza de eso,
mi hijo! Pues Dios ya me
dio el mejor hijo que
cualquier padre podría
tener: ¡Tú!
MEIMEI
(Recebida por Célia X.
de Camargo em
01/12/2014.)
|