Hace mucho tiempo atrás,
había un hombre llamado
Efraim que buscaba
siempre ayudar a los
otros.
Era bueno y servicial,
pero siempre
ridicularizado por
todos.
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Las personas extrañaban
su manera de actuar,
siempre haciendo lo que
los otros pedían, sin
protestar.
Cuando la esposa lo
exigía por algo que él
podría haber hecho,
aunque no fuera su
obligación, él resolvía
el problema, callado.
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Cuando alguien en el
trabajo le reprochaba
por no haber realizado
bien el trabajo, que en
la verdad era de otra
persona, él no peleaba.
Con buena voluntad,
cogía la azada e iba a
dar cuenta de la tarea,
dejando todo listo.
Si alguien lo buscaba
pidiéndole que limpiara
el patio, aunque no
fuera su obligación, él
concordaba y gastaba el
día para dejarlo
arreglado y bonito.
Así ocurría siempre, sin
que esse hombre
protestase de cosa
alguna.
En cierta ocasión, como
Efraim estaba
derrumbando un árbol a
pedido de alguien,
Josué, un amigo, se
llegó a él y preguntó:
— ¿Efraim, por qué usted
hace todo lo que le
piden, aunque no sea
trabajo suyo? ¿Y, muchas
veces, sin cobrar nada?
Efraim, cansado, dejó el
machete a sus pies, se
sentó a la sombra de un
lindo árbol y, tomando
aire, respondió:
— Josué, yo pienso que
siempre debemos ayudar a
los otros en sus
necesidades. ¿Y si
fuéramos nosotros que
estuviéramos necesitando
de ayuda? Entonces, yo
prefiero ser aquel que
auxilia, para no ser
aquel que pide.
— ¿Pero por qué? ¡¿A
usted no le gusta ser
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ayudado?!... |
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Efraim pensó un poco y
esclareció:
— Josué, es que nuestro
Maestro Jesús, cuando
estuvo aquí en la
Tierra, nos enseñó en
cierta ocasión que quién
quisiera ser el primero
entre todos debería ser
el siervo de todos.
Porque Jesús no vino
para ser servido, sino
para servir. Entonces,
con Jesús, yo prefiero
estar en la condición de
aquel que ayuda y no en
la condición de aquel
que recibe ayuda.
¿Entendiste?
Josué, que había oído
con atención la
respuesta de Efraim,
balanceó la cabeza
concordando:
— Jesús tiene razón. Si
estuviésemos trabajando
estamos bien. Cuando
necesitamos de ayuda, es
señal de que estamos
mal, cualquiera que sea
la situación.
— Y el Maestro también
nos esclarece diciendo
que debemos colocarnos
en el lugar del otro.
Entonces, mirando para
un hermano necesitado,
pienso: ¿A mí me
gustaría estar en el
lugar de él? No.
Entonces, seamos
nosotros los amigos que
socorren, para no ser
mañana necesitados de
socorro.
Josué sonrió y agradeció
al amigo Efraim por la
explicación. Dejó la
tienda donde se
cobijaban, buscando el
aire puro del campo.
No tardó mucho,
recordando lo que había
oído de Efraim, Josué
fue envuelto por cierto
sentimiento de
insatisfacción íntima al
acordarse de cómo había
actuado con un
trabajador. Avergonzado,
buscó al trabajador
hasta encontrarlo con la
azada en la mano,
revolviendo la tierra.
Aproximándose a él,
Josué considero:
— Justo, el otro día yo
lo traté mal por una
tontería. Lo llamé
perezoso, afirmé que
usted no hace nada y
estoy arrepentido. Usted
aún es muy nuevo, está
aprendiendo a trabajar y
quedé sabiendo que está
enfermo. Busqué
información y me dijeron
que usted siente mucho
dolor y por eso no puede
trabajar. Entonces,
pensé bien y, mientras
no esté bien, no
necesita venir a
trabajar. Está de
descanso.
— Pero, patrón...
— No se preocupe, Justo.
¡Vuelva cuando esté
bueno de nuevo!
Los ojos del trabajador
brillaban con lágrimas
que no llegaron a caer.
Se aproximó al señor y
dijo:
— ¡Dios se lo pague,
señor! Luego que esté
bueno, continuaré mi
trabajo. No se preocupe.
¡No tendrá perjuicio
alguno, puede creerlo!
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Se despidieron y Josué,
impulsar su caballo,
tomó el rumbo de casa.
¡Sentía una alegría muy
grande! Aquella actitud
simple que había tomado
le había dado paz al
corazón.
Realmente, colocarse en
el lugar de Justo había
hecho toda la
diferencia, generando
para ambas partes
sensación de bienestar y
satisfacción.
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Contento, Josué volvió
para su casa, donde la
paz y el amor de la
familia lo envolvieron.
Acordándose del Maestro
de Nazaret, sabía que Él
lo ayudó en la decisión.
Entonces, se arrodilló
en el suelo y agradeció
a Jesús, del fondo del
corazón, por el
esclarecimiento interior
que le dio.
MEIMEI
(Recebida por Célia X.
de Camargo, em
08/12/2014.)
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