“El
tiempo
preguntó
al
tiempo
cuánto
tiempo
el
tiempo
tiene,
el
tiempo
respondió
al
tiempo
que el
tiempo
tiene
tanto
tiempo
como el
tiempo
que el
tiempo
tiene.”
(Trabalenguas).
La
carrera
en que
vivimos
en la
actualidad
es el
síntoma
del
desequilibrio
causado
por la
búsqueda
frenética
para
atender
a los
quehaceres
y
compromisos
diarios,
con el
objetivo
de
conseguirse
el
máximo
de
resultado
posible,
muchas
veces de
forma
altamente
competitiva,
generando
ansiedad
e
inseguridad.
En medio
de la
dinámica
que
establecemos
para
nuestra
vida,
frecuentemente,
al final
del día,
tenemos
la
impresión
de estar
en la
misma
situación
de un
hámster
que
corre en
una
rueda,
gastando
toda la
energía
en un
esfuerzo
intenso
y
continuo,
sin
embargo
sin
salir
del
mismo
lugar.
La
sensación
de vacío
y de
haber
dejado
algo
pendiente,
causa un
grande
malestar
y
refuerza
la idea
de que
necesitamos
correr
más al
día
siguiente.
Esa
reacción
genera
una
espiral
creciente
y
viciosa
que
impulsa
el ser a
llenar
ese
vacío,
con más
cosas
para
hacer.
Esa
condición
está tan
impregnada
en el
modelo
mental
vigente,
que al
preguntarse
a
cualquier
individuo:
“¿Cómo
va
usted?”,
tenemos
invariablemente
la
respuesta:
“¡Corriendo!”.
Los
propios
niños no
escapan
de esa
loca
carrera,
enfrentando
una
rutina
estresante,
compuesta
por
deberes
extracurriculares,
que van
desde
las
artes
marciales
a las
clases
de
idiomas,
informática,
entre
otras,
no
permitiendo
que
nuestros
pequeños
puedan
vivir su
infancia
adecuadamente,
teniendo
tiempo
para
jugar y
aprender
a vivir.
Sin
embargo,
es
preciso,
dicen
los
padres
aterrados,
preparar
a
nuestros
hijos
para
enfrentar
los
desafíos
que el
mundo
presenta.
¿Será
que esa
carrera
insana
nos da
lo que
necesitamos?
¿Estamos
felices,
motivados
y
satisfechos
en
nuestras
vidas?
¡La
respuesta
que, en
la
mayoría
de las
veces,
se oye
es un
sonoro
no! Esas
son
cuestiones
que nos
gustaría
colocar
a la
apreciación
y
reflexión,
pues son
vitales
para
nuestro
equilibrio
tanto
emocional
como
físico.
El
consumismo
y sus
consecuencias
Vivimos
en una
sociedad
del
espectáculo,
en la
cual el
consumismo
nos
incita a
la
búsqueda
insaciable
de la
satisfacción
de
nuestros
deseos,
principalmente
a través
de la
adquisición
desenfrenada
e
impulsiva
de ítems
variados,
inclusive
aquellos
que no
nos
harían
falta
alguna,
descolocando
el foco
de
nuestra
motivación
del
nivel
interno
para el
externo,
generando
consecuencias
que
transcienden
incluso
a la
condición
de la
vida
presente.
Algunos
podrán
afirmar:
“Pero,
esa
carrera
tiene
sentido,
pues
queremos
mejorar
nuestra
condición
financiera
y ser
más
felices.”
La idea
en sí no
está
equivocada,
sin
embargo
se debe
considerar
que
mientras
se
prioriza,
únicamente,
el
objetivo
de mejor
posicionamiento
social y
económico,
se está
dejando
de
atender
al
desarrollo
de la
propia
emoción.
Y es
exactamente
en ese
punto
que
comienzan
a
existir
los
conflictos
entre el
haber y
el ser.
Joanna
de
Ângelis
nos
llama la
atención
cuando
afirma:
“El
hombre y
la mujer
de la
actualidad,
después
de los
grandes
e
inimaginables
vuelos
del
conocimiento
y de la
tecnología
se
debaten,
sorprendidos,
en las
aguas
turbias
de la
inquietud
y del
sufrimiento,
constatando
que los
milenios
de
cultura
y de
civilización
que les
ensancharon
los
horizontes
de la
comprensión
no les
solucionaron
los
grandes
desafíos
de la
emoción.”
1
Y
más
adelante
completa:
“(...)
la
deshumanización
de los
sentimientos,
buscando
la
conquista
de los
niveles
del
poder,
de la
gloria y
del
placer,
conspiraron
dolorosamente
contra
el ser
esencial,
que se
reviste
de la
estructura
física,
a fin de
desempeñar
el
ministerio
de la
evolución.”
¿Qué
hacer
para
alcanzar
la
felicidad?
En esa
desenfrenada
carrera,”el
ser casi
no tiene
tiempo o
lucidez
para
pensar
en la
grandeza
de que
se
constituye,
perturbado
por las
pasiones
a que se
entrega
y que lo
devoran.”
La
querida
benefactora,
con su
claridad
de
espíritu
elevado
e
iluminado,
nos trae
el
diagnóstico
de la
causa
que
genera
nuestra
actual
condición
de
desequilibrio
y de
dolor:
la
deshumanización
de los
sentimientos,
traducida
para el
día a
día del
ser, en
enfermedades
características
del
aparato
psíquico
como la
depresión,
mal que
está,
cada vez
más,
presente
en la
vida de
las
personas,
exigiendo
tratamiento
adecuado
tanto
medicamentoso,
psicológico
como
espiritual,
una vez
que todo
desequilibrio
del alma
repercute
indeleblemente
en el
campo
fisiológico.
En apoyo
a esa
idea,
Emmanuel,
el
estimado
benefactor
espiritual,
afirma
que “los
hombres
de hoy
disponen
de
máquinas
que lo
auxilian
a ganar
tiempo,
pero no
la
tranquila,
delante
de las
pruebas
que se
les
hacen
necesarias.”3
¿Qué
hacer
entonces
para
retomar
el
equilibrio
espiritual
y
conseguir
alcanzar
la
verdadera
felicidad
y la
paz?
Esa es
una
cuestión
que no
tiene
respuesta
simple y
ni
fácil,
porque
depende
únicamente
de un
cambio
de
actitud
del
propio
individuo,
por la
acción
de la
propia
voluntad.
Mientras
entendamos
el mundo
como la
única
fuente
de
satisfacción
de
nuestras
necesidades,
dedicaremos
esfuerzos,
y
tiempo,
demasiados
para
alcanzar
aquello
que
erróneamente
creemos
ser lo
principal
y lo
indispensable,
siendo
que la
felicidad
no está
en el
exterior,
pero sí
en la
paz de
espíritu
y en el
equilibrio
emocional
de los
individuos.
Recordemos,
en ese
sentido,
las
palabras
de
Jesús,
cuando
afirma:
“El
Reino de
Dios no
viene
con
apariencia
exterior.”
Así, se
desprende
de esa
enseñanza
que el
Reino de
Dios
está
dentro
de cada
uno de
los
hijos de
la
creación
divina.
Lo que
necesitamos
hacer,
urgentemente,
es
buscar,
internamente,
esa
condición,
y
exteriorizarla
a través
de las
actitudes
y
comportamientos
diarios.
Nadie
puede
servir a
dos
señores
Sin
embargo,
para que
eso
ocurra,
necesitamos
volver a
ver el
criterio
que
estamos
utilizando
para
tomar
nuestras
decisiones,
o sea,
para
hacer
nuestras
elecciones.
Cuando
alguien
actúa,
está
poniendo
en
práctica
una
decisión
tomada.
Al
correr
desesperadamente
para lo
que nos
es
solicitado
diariamente,
estamos
actuando,
como
consecuencia
de ese
proceso
individual
de toma
de
decisión.
Cuando
optamos
por
focalizar
solamente
nuestras
intenciones
e
intereses
materiales,
atendiendo
a las
exigencias
del día
a día
enloquecido,
estamos
dando
más
tiempo
para
aquello
que
realmente
valoramos:
las
imposiciones
del
mundo.
Sin
embargo,
Jesús, a
través
de la
enseñanza
de que “nadie
puede
servir a
dos
señores”5,
alerta
que si
privilegiamos
exclusivamente
al
mundo,
en sus
requisitos
materiales,
necesariamente
estaremos
dejando
de
pensar
en Dios
y
servirlo.
El
Maestro
no pide
que nos
aislemos,
pero sí
que
vivamos
de forma
equilibrada
delante
de las
necesidades
impuestas
por el
mundo,
no
olvidándonos,
sin
embargo,
de
valorar
primordialmente
nuestro
crecimiento
espiritual.
Así, la
utilización
del
tiempo
disponible
sigue
una
jerarquía
de peso
en
función
de
aquello
que
realmente
valoramos.
En esa
condición
de
atender
exclusivamente
a las
cuestiones
diarias,
la
principal
alegación
es la de
que no
se tiene
tiempo
para
pensar
en “cosas
de
religión”,
pues,
como ya
es
mencionado,
es
necesario
buscar,
a la
extenuación,
aquello
que
necesitamos
para
vivir
bien,
obviamente,
dentro
de la
óptica
del aquí
y ahora.
¿Pero,
será que
realmente
no
tenemos
tiempo
para
pensar
en las
cosas
del
espíritu?
¿No
sería,
tal vez,
más una
cuestión
de la
voluntad
de
realizar
esa
búsqueda,
que, de
hecho,
de la
cantidad
de
tiempo
disponible?
Tiempo
cronológico
y tiempo
subjetivo
Para
apoyar
ese
razonamiento
nos
gustaría
preguntar:
Pero,
¿al
final
qué
significa
no tener
tiempo?
Cuando
nos
referimos
al
tiempo,
en la
civilización
moderna,
generalmente
empleamos
una sólo
palabra
para
representarlo.
Existe,
sin
embargo,
una
clara
diferenciación
conceptual
entre el
tiempo
cronológico
y el
tiempo
subjetivo.
Mientras
el
primero
representa
el
tiempo
que se
mide
(horas,
minutos
y
segundos),
lo
segundo
se
refiere
a la
percepción
que cada
uno hace
de esa
cantidad
de horas
a su
disposición.
Así,
reflexionando,
podemos
comenzar
a
percibir
que la
organización
del
tiempo
se da,
fundamentalmente,
por la
priorización
del
realizar
cosas,
conforme
nuestros
intereses.
Es
cierto
que
tendremos
que
atender
nuestras
responsabilidades
y
compromisos,
pues de
eso no
debemos
alejarnos.
Sin
embargo,
a la luz
de estas
reflexiones,
podremos
reorganizar
nuestro
día, aún
delante
de la
carrera,
para
encontrar
espacio
para
pausas
necesarias,
en el
sentido
de
atender
a las
necesidades
espirituales
impostergables,
que
funcionan
como un
reabastecimiento
de
energías,
que
actuarán
en el
restablecimiento
y
manutención
de
nuestra
salud
espiritual.
En el
intento
de traer
las
soluciones
presentadas
por los
Espíritus
amigos
con
relación
a esa
salud
espiritual
citada,
transcribimos
abajo el
tramo
que es
una
verdadera
receta
de luz:
“Así
es que
orar en
nuestro
favor es
atraer
la
Fuerza
Divina
para el
restablecimiento
de
nuestras
fuerzas
humanas,
y orar a
beneficio
de los
otros o
ayudarlos,
a través
de la
energía
magnética,
a la
disposición
de todos
los
espíritus
que
deseen
realmente
servir,
será
siempre
asegurarles
las
mejores
posibilidades
de
auto-reajustamiento,
comprendiéndose,
sin
embargo,
que si
el amor
consuela,
instruye,
ameniza,
levanta,
recupera
y
redime,
todos
estamos
condicionados
a la
justicia
a que
voluntariamente
nos
rendimos,
ante la
Vida
Eterna,
justicia
que
preceptúa,
conforme
la
enseñanza
de
Nuestro
Señor
Jesucristo,
sea dato
eso o
aquello
´a cada
uno
según
sus
obras´,
cabiéndonos
recordar
que las
obras
felices
o menos
felices
pueden
ser
fruto de
nuestra
orientación
todos
los días
y, por
eso
mismo,
todos
los días
será
posible
alterar
el rumbo
de
nuestro
propio
guión.”
6
(negrita
nuestra)
La
Tierra,
dice
Denis,
es un
campo de
batalla
Somos
más que
la
simple
materia
con
sensaciones.
Es
preciso
reforzar
la idea
de que
somos
espíritus,
contando
los
minutos,
horas y
días en
la
presente
reencarnación,
que
representa,
sin
embargo,
la gran
oportunidad
ofrecida
a todos
nosotros
que
estamos,
en el
momento
presente,
viviendo
una
nueva
experiencia
en el
cuerpo
físico.
Concluimos,
a ese
respecto,
con el
pensamiento
del gran
filósofo
de la
Doctrina
de los
Espíritus,
Léon
Denis,
en su
libro
Después
de la
Muerte:
“Acuérdate
de que
la vida
es
corta.
Mientras
ella
dure,
esfuérzate
por
adquirir
lo que
viniste
a buscar
en este
mundo:
el
verdadero
perfeccionamiento.
¡Pueda
tu ser
espiritual
de aquí
salir
mejor y
más puro
que
cuando
entró!
Acautélate
de las
trampas
de la
carne;
refleja
que la
Tierra
es un
campo de
batalla
donde el
alma es
a todo
momento
asaltada
por la
materia
y por
los
sentidos.
Lucha
valientemente
contra
las
pasiones
viles;
lucha
por el
espíritu
y por el
corazón;
corrige
tus
defectos,
endulza
tu
carácter,
fortifica
tu
voluntad.
Elévate,
por el
pensamiento,
por
encima
de las
vulgaridades
terrestres;
dilata
tus
aspiraciones
sobre el
cielo
luminoso.”
ANDRÉ LUIZ (Espírito). Evolução em Dois Mundos. [psicografado por Francisco Cândido Xavier e Waldo Vieira], 22ª. ed., FEB, Rio de Janeiro, 2004. Item 15 – 2ª. parte – Passe Magnético.
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