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Espiritismo para los niños - Célia X. de Camargo - Português Inglês 
Año 9 - N° 437 - 25 de Octubre de 2015 

Traducción
Carmen Morante - carmen.morante9512@gmail.com
 

 

El sueño
 

  

Cayo estaba enojado debido a los cuidados excesivos de su papá hacia él y, ese día, le gritó llorando:
 

- ¡Papá, no me dejas hacer nada! ¡Todo lo que quiero hacer es peligroso, hace daño o no me sirve! ¡No es justo!...

El papá, con mucho amor, escuchó a su hijo y le explicó:

- ¡Cayo, la tarea de los padres es cuidar de los hijos son puestos bajo nuestro cuidado! Es mi obligación y de tu mamá, cuando vemos que algo es peligroso, advertirte para que no lo hagas. ¡Tú solo tienes siete años de edad, hijo mío! No sabes nada de la vida, pero nosotros tenemos más experiencia que tú. ¡No es por maldad, sino para mantenerte con vida, hijo!

El niño, después de mucho llorar, acabó aceptando y abrazando a su papá. Sin embargo, al día siguiente, todo comenzó de nuevo.

Al ver al pequeño sobre el muro del patio, tratando de trepar un árbol, la madre gritó desde la ventana de la cocina:

- ¡Cayo! ¡No hagas eso, hijo mío! Es peligroso; te puedes caer y lastimarte. ¡Baja de ahí ahora!...

Caída, encima del muro, respondió:

- Mamá, no hay peligro. ¡Sé cómo subirme al árbol de mango! ¡Ya lo he hecho muchas veces!

Asustada al escuchar lo que dijo, la madre respondió:

- Pues es bueno que lo sepa, porque no voy a dejar que lo hagas de nuevo. ¡Baja de allí!

Cayo se puso a llorar y no podía ni bajar del muro. El padre, que acababa de llegar del trabajo, al ver la situación fue al patio y, extendiendo los brazos, tomó al niño en sus brazos y lo puso en el suelo. Entonces, muy serio, le dijo:

- Cayo, no quiero que vuelvas a hacer eso, ¿me oyes?

- ¡Nadie me deja hacer nada en esta casa! Todo está prohibido, no puedo hacer nada. Eso no es justo, papá – reclamó el pequeño entre lágrimas, haciendo una escena.

Lleno de compasión, el padre lo tomó en sus brazos y lo llevó a la casa como si fuera un bebé en brazos. Después, le explicó:

- Hijo mío. Parece que somos muy severos contigo, pero hay cosas que realmente, a tu edad, aún no puedes hacer. Cuando crezcas, será diferente. Trata de entender. Nosotros te amamos mucho y, por eso, cuidamos de ti con mucho amor. ¡Tienes tantos juguetes! Distráete con ellos aquí, dentro de la casa, en el jardín, en el balcón, donde quieras. ¿Está bien?

Sintiéndose aún muy infeliz, Cayo fue a su cuarto y se echó en la cama malhumorado, pensando en lo que le habían dicho, y se repetía a sí mismo en voz baja:

- Mis padres no me quieren. Si me quisieran, me dejarían hacer lo que yo quiero. ¡No soporto más que me cuiden tanto!

Ese día, cansado de llorar, terminó quedándose dormido. Se encontró en un hermoso lugar donde alguien le mostraba algunas escenas. Cayo se veía diferente, con ropas antiguas y gobernaba a todos. Como su padre era un príncipe muy rico y poderoso, le dejaba hacer lo que quisiera. Quería montar un caballo y su padre lo dejó.
 

El domador de caballos le advirtió al padre que no debía permitir que el hijo pequeño montara ese animal que no era confiable, por ser bravo. Pero el padre, orgulloso de su hijo, no aceptó la recomendación del criado, y ordenó que ayudara al niño conseguir subir en el animal. Lleno de satisfacción, el principito se rio y se acomodó sobre el caballo. Nadie se dio cuenta de que tenía una pieza de metal puntiaguda en la manito. Y, para hacer que el caballo avanzara más rápido, pinchó al animal con el objeto. Inmediatamente, el caballo se encabritó, relinchando de dolor, y lanzó al niño al piso.

- ¡Hijo mío!... - gritó el padre, asustado al ver caer al niño, y corrió a socorrerlo, pero el criado, más rápido, ya estaba junto al niño.

Cuando el padre llegó, vio que el niño se había golpeado la cabeza en una roca y estaba muerto. Lleno de remordimiento, el príncipe llorando, desesperado, dijo:

- ¡Hijo mío! ¿Por qué te dejé montar ese animal bravo? ¿Y ahora qué voy a hacer con mi vida? – gritaba con el corazón amargado, sintiéndose responsable de la muerte del niño. Pero, con ganas de lanzar su ira contra alguien, ordenó al criado:

- ¡Mata a ese caballo! ¡Mátalo! ¡No quiero volver a verlo nunca más! ...

- Señor, pero el animal no tuvo la culpa - dijo el criado, lleno de compasión.

Y mostró al padre que lloraba la pequeña pieza de metal que estaba sujeta en la manito del niño.

En ese momento, el príncipe entendió que el animal solamente había respondido al dolor, lo que hizo que el niño cayera al suelo. Y entendió que la culpa en realidad era suya porque, como padre, debía haber cuidado mejor a su único hijo.

En ese momento, Cayo despertó en su cuarto, aliviado al ver que todo había sido sólo un sueño. Al recordar las imágenes tan interesantes que había visto, entendió que era él mismo quien había perdido la vida al caerse del caballo.
 

Y entendió algo más: su padre, el mismo padre de aquella época, renació recibiéndolo como hijo en su hogar, para ahora cuidar de él especialmente, a fin de preservar su vida.

Cayó se levantó de la cama y se dirigió a la sala donde su padre leía el periódico. Para el asombro del padre, se sentó en su regazo y pasando la mano por su rostro, le dijo:

- Papá, puedes estar tranquilo. Nunca más voy a hacer algo que tú no quieras. Voy a obedecerlos, a ti y a mamá. No quiero que sufran de nuevo por mi culpa. Te quiero mucho, papá.

Con los ojos bien desorbitados, el papá escuchaba las palabras de su hijo, que mostraban una gran comprensión de lo que estaba hablando, como si supiera la razón de todo, y le preguntó sorprendido:

- Hijo mío, ¿pero por qué estás diciendo esas cosas? ¿Pasó algo que yo no sepa? ¡Habla, Cayo!

El niño le dio una hermosa sonrisa y moviendo la

cabecita, dijo:

- Algún día te contaré lo que pasó, papá. Algún día...
 

MEIMEI

(Recibida por Célia X. Camargo, el 9/02/2015.)


 

                                                                                   



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