Examinando la
idea bastante
frecuente de que
educar a los
hijos es tarea
muy difícil, un
conocido
psicólogo hizo,
meses atrás,
unas oportunas
advertencias
acerca de la
importancia del
cariño y del
amor en la tarea
de educación de
los hijos y de
construcción de
un hogar que
permita al niño
hacerse un
adulto capaz de
actuar y vivir
dignamente.
Recordando que,
ante la
obstinación y
las travesuras
de los hijos,
muchos padres se
descontrolan y
parten para la
agresividad, el
psicólogo citado
alerta que
educar niños es,
entre otras
cosas,
transformar
impulsos
salvajes en
capacidad de
afecto. “Cuando
la sangre
hierve,
recomienda él,
lo mejor es
salir de escena
y pedir al
compañero más
sobrio que asuma
el mando de la
situación.”
Esa tesis ha
sido propuesta
por terapeutas
diversos con
apoyo en
investigaciones
que comprueban
que a un niño no
se le debe
golpear ni con
una flor. El
padre que busca
domesticar y no
educar
piensa que su
método es
eficaz, pero las
consecuencias
futuras le
mostrarán lo
contrario,
cuando descubra
que los
problemas
venidos de su
actitud son
mayores de lo
que la causa que
diera motivo al
castigo, sea el
físico o moral.
Esa postura de
los psicólogos
modernos no
difiere, en la
esencia, de lo
que nos enseña
el Espiritismo.
Dentro de una
perspectiva
espírita,
advierte J.
Herculano Pires,
la educación no
consiste sólo en
la integración
de las nuevas
generaciones en
la sociedad y en
la cultura de su
tiempo, sino es
también el
proceso de
desarrollo de
las
potencialidades
del ser en esta
nueva
existencia, con
vistas a su
futuro
trascendente.
Toda persona
trae consigo, en
cada pasaje por
el orbe, los
resultados de su
desarrollo
anterior en
existencias
precedentes, los
cuales comienzan
a revelarse
desde los
primeros años de
vida en sus
tendencias y en
el conjunto de
las
manifestaciones
de su
temperamento.
Cabe a los
padres y a los
educadores
observar esas
señales y
orientar su
equilibrio,
corrigiendo las
deficiencias y
las
exageraciones en
la medida de lo
posible.
El niño no es un
individuo nuevo,
sino un ser
reencarnado,
alguien que
volvió a la
existencia
terrena tras
incontables
pasajes por
aquí, trayendo,
por lo tanto, un
vasto acervo de
experiencias
negativas y
positivas en su
mente de
profundidad. El
necesita,
entonces, de
alguien que le
ampare y
oriente, que lo
proteja y
eduque. Pero
nadie educará
persona alguna a
no ser por el
amor, porque,
repitiendo aquí
palabras de
Herculano,
sólo el amor
educa, sólo la
ternura hace que
las almas
crezcan en el
bien.
La mano que
agrede es la
misma que
arrulla, que
cuida, que
acaricia, pero,
en sana
conciencia,
jamás debería
ser instrumento
de agresión.
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