La familia estaba
sentada en la sala
haciendo el estudio del
Evangelio en el Hogar.
Todos escuchaban,
interesados, el texto
que era: “La Parábola
del Buen Samaritano”.
Encantado con la
historia, José se
prometió a sí mismo que
sería como el buen
samaritano de la
parábola. Así, al día
siguiente, cuando salió
para ir a la casa de
Pablo, su vecino, pasó
junto a él un pobre
hombre sucio y
andrajoso.
Al verlo, el hombre
suplicó:
- Niño, ¿podrías
ayudarme? Estoy
hambriento y no tengo ni
una moneda para comprar
un pan. Estoy cansado
también, pues nadie me
ha ayudado hasta ahora –
y diciendo esto, se
sentó en el piso,
desanimado.
José pensó que Jesús
había encaminado a ese
pobre hombre hacia él.
Entonces, le pidió que
lo esperara un momento,
volvió corriendo a su
casa y, tomando una
jarra, la llenó de café
con leche, después hizo
un sánguche y volvió
corriendo al lugar donde
el mendigo estaba
sentado. Al acercarse,
le dijo:
- Aquí tiene su
merienda. Espero que sea
de su gusto, señor.
|
|
El hombre sonrió
levemente y respondió:
- Con tanta bondad,
muchacho, sin duda
estará muy bueno y me
calentará el corazón.
¡Que
Jesús lo
bendiga!
Mientras el mendigo
comía, José vio que
también necesitaba ropa
limpia. Volvió a su casa
y le contó a su mamá lo
que estaba sucediendo y
ella le dio una muda de
ropa que su esposo ya no
usaba. Regresando a la
calle, José entrego a su
nuevo amigo la ropa de
su papá.
- ¡Oh, mi niño! ¡No
necesitaba tanta bondad!
Ya me ayudaste bastante
hoy y te lo agradezco
desde el fondo de mi
corazón. ¡Que Jesús te
bendiga por este nuevo
gesto de bondad! Ahora
necesito irme.
Sorprendido, José se dio
cuenta que él había
comido un pedazo del
sánguche y había tomado
una parte del café con
leche, que agradeció.
Tras preguntarle si no
estaban buenos, el
hombre respondió que los
había guardado para
llevarlo a sus hijos.
El muchacho bajó la
cabeza, triste, al verlo
enrumbar hacia su casa,
con la impresión de que
debía haber hecho más
por el pobre hombre.
Ese mismo día, José fue
a la bodega de la
esquina a buscar tomates
para su mamá y vio a un
niño menor que él,
lastimado, llorando, y
le preguntó:
|
- ¿Qué pasó, Julio?
- Me caí y me lastimé,
José. ¡Mira como estoy!
¡Me duele mucho!...
Lleno de piedad, José
miró el moretón y se
acordó que necesitaba
limpiarlo bien, pues, en
caso contrario, podría
infectarse. Entonces,
José miró a su alrededor
y vio un grifo en la
glorieta. Llevó al niño
hasta allá y,
|
quitándole los
zapatos, lavó
con cuidado el
moretón,
mientras Julio
lo observaba,
sorprendido:
|
- José, ¿dónde
aprendiste a curar los
moretones?
- Con mamá, Julio. Ella
me enseñó que la mejor
manera de curar una
herida es limpiarla
bien, para que no
empeore. ¡Después,
enjuagar y poner un
remedio!
- ¡Ah! ¡Qué bueno
haberte encontrado en mi
camino, José! ¡Si no
fuera por ti, yo podría
haber quedado pero con
el golpe!...
- No te preocupes,
Julio. Confía en Jesús y
nada te pasará, puedes
creerlo.
Ahora voy a hacer una
oración y te aplicaré un
pase para que te pongas
bien pronto.
Después de la oración y
el pase, Julio agradeció
a José y volvió a casa,
contento, a pesar de la
herida. Al verlo llegar
con un moretón en la
rodilla, la mamá le
preguntó qué había
pasado, y él le explico
que no fue nada. ¡Él se
había caído y José lo
había cuidado tan bien
que el dolor había
pasado!...
Mientras tanto, José
había corrido a la
bodega, acordándose que
su mamá necesitaba de
los tomates, y volvió
pronto a casa. Llegando,
su mamá le dijo:
- ¡Te demoraste, hijo
mío! ¡Pensé que te
habías olvidado de mis
tomates!
- ¡No, mamá! No me
olvidé. ¡Es que tuve
unos problemas antes de
llegar hasta allá!
- ¿Cómo así, José? –
preguntó la mamá,
preocupada.
- No fue nada, mamá. Me
detuve para ayudar a dos
amigos míos, sólo eso.
- ¿Pero qué pasó, hijo?
- Nada importante.
¿Ahora puedo jugar un
poco?
- Sí, puedes. Cuando
esté listo el almuerzo,
te llamo, José.
Más tarde, la mamá salió
y se encontró con dos
amigas. Una le contó
cómo José había ayudado
a su hijo que se había
caído en la calzada. La
otra le contó que vio a
José cuidando de un
hombre andrajoso en la
plaza.
- ¡Es verdad! ¡Hasta me
pidió ropa vieja de su
papá para dársela a ese
hombre! – se acordó.
Regresando a casa, la
mamá de José le contó
que sabía que había
ayudado a personas en la
calle, y el muchacho
apenas asintió con la
cabeza afirmando:
- ¡Mamá, yo solo traté
de hacer lo que Jesús
nos enseñó!... ¿Te
acuerdas? ¡No quería que
Jesús pensara que yo era
como el sacerdote o como
el levita, que no
hicieron nada por el
pobre samaritano de la
parábola!...
La mamá, conmovida,
entendió cómo la lección
de la tarde anterior
había conmovido a su
hijo, llevándolo a
actuar así como el
Maestro había ensañado.
Abrazó al pequeño, entre
lágrimas, y elevó el
pensamiento a Jesús,
afirmando:
- ¡Jesús Amigo! ¡Te
agradezco por las
lecciones que nos
dejaste, y por el hijo
tan bueno que me
concediste! ¡Gracias,
Jesús!
MEIMEI
(Recibida por Célia X.
de Camargo, el
28/12/2015.)
|