Andando por las calles
de comercios de la
ciudad, Julito, de ocho
años, pensaba:
- ¿Qué voy a comprar
como regalo para papá?
Se aproximaba el Día de
los Padres y él quería
dar un regalo a su
padre, pero que
representase su propio
esfuerzo.
Consiguió ahorrar diez
reais de la paga del mes
y le dijo a la madre:
- ¡Mamá! ¿Puedo escoger
un regalo para papá?
¡Pero quiero hacer eso
solo!
Antes de responder, la
madre pensó un poco, y
creyó que sería bueno
para el hijo: él iba a
ejercitar la
responsabilidad,
aprender a utilizar el
libre albedrío, es
decir, entre varias
opciones de elección,
tomar la decisión
adecuada a la cuantía
que tenía en sus manos;
además de eso, saliendo
sin acompañamiento,
también ejercitaría la
independencia
Después de pensar, la
madre decidió:
- Está bien, Julito,
puedes ir. Pero espera
un momento. Voy a coger
el dinero para que
lleves.
- No es necesario, mamá.
¡Yo tengo dinero! Ahorré
en la paga del mes –
afirmó el niño con
satisfacción, cogiendo
el billete de diez reais
del bolsillo del
pantalón y mostrándoselo
a la madre.
Agradablemente
sorprendida, la señora
sonrió y dijo:
- Entonces está bien,
hijo mío. Cuidado al
atravesar las calles y
guarda bien tú dinero.
¡Ve con Dios!
El niño se arreglo, se
peino el pelo, colocó el
billete en el bolsillo
del pantalón y se
despidió de la madre.
Anduvo por varias
tiendas.
Las opciones eran
muchas. Miró zapatos y
camisas, pero eran
caros.
¡Un par de zapatos? ¡Ni
pensar! No tenía dinero
para comprarlos.
Cayendo en la realidad,
comenzó a ver cosas más
a su alcance. ¿Tal vez
un pañuelo o un par de
calcetines? ¿Tal vez una
caja de chocolate? A su
padre le gustaba la
música; ¿tal vez un CD
de música decidiría la
cuestión?
Las dudas eran muchas, y
los precios también.
En verdad, mirando las
vitrinas de las tiendas,
Julito pensaba...
pensaba… Él quería dar
algo a su padre, a quien
amaba tanto, pero que él
pudiese acordarse de él
siempre. ¡Que el regalo
lo acompañase toda la
vida!
De ese modo, las cosas
de comer estaban
descartadas. Una
corbata, una caja de
pañuelos o un par de
calcetines, él lo usaría
por algún tiempo,
después le daría de lado
por haber quedado viejo.
El CD, a él podría no
gustarle.
Con la cabecita llena de
dudas, Julito pasó por
una librería y sus ojos
se abrieron:
|
- ¡Un libro! ¿Por qué no
pensé en eso antes?
Decidido, entró en la
librería y, en medio de
los libros que estaban
en exposición, ¡halló
uno perfecto y con
descuento! ¡Era
exactamente lo que él
quería, y al precio de
diez reais! ¡A su padre
le iba a encantar!
Mandó envolverlo para
regalo, pagó y salió de
la tienda todo feliz.
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El domingo, Día de los
Padres, Julito se
levantó pronto y,
pasando la mano por el
paquete, corrió a
abrazar a su padre. Con
el regalo escondido en
la espalda, él llegó al
cuarto del padre todo
sonriente.
- ¡Papá, felicidades por
tú día! Tengo una cosa
para ti. ¡Mira!
E hinchiendo el pecho
con orgullo, entregó al
padre el bonito paquete
amarrado con una bella
cinta roja.
- Gracias, hijo.
¿Pero, qué será? – dijo
el padre, mostrando
curiosidad.
Al abrir el paquete se
encontró con un libro.
- ¡Hijo mío! Es un
regalo muy valioso. Me
encanta la idea.
- Fui yo quien lo
escogió, papá. Quería
darte un regalo que
fuese útil en todas las
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ocasiones y que,
cada vez que lo
abrieses, te
acordaras de mí. |
Conmovido, él exclamó:
-
- ¡Acertaste de
lleno, hijo mío! No
podrías haber escogido
mejor. ¡Gracias!
Dio un gran y cariñoso
abrazo al pequeño Julio.
Después, enseñó el libro
a la madre.
- Mira, querida. ¡Es un
ejemplar de “El
Evangelio según el
Espiritismo”!
La madre, también
conmovida, se abrazó a
los dos y quedaron los
tres entrelazados.
Sabía que te iba a
gustar, papá. Cierto
día, te oí a ti decir a
mamá que este libro trae
mucho conocimiento para
quien lo lee y sirve en
todos los momentos: en
la alegría y en la
tristeza, en la salud y
en el sufrimiento. Que
él consuela, alegra, da
paz y esperanza a quien
lo necesita.
- Eso mismo, hijo mío.
Tú te acordaste muy
bien. En esta obra están
contenidas las lecciones
que Jesús nos dejó para
servirnos de guía en la
existencia.
Emocionado, en aquel
momento el padre pidió
que orasen juntos para
agradecer a Dios el hijo
tan especial que le dio,
y también el día que
estaba sólo comenzando,
pero que prometía ser
feliz y lleno de
bendiciones.
Tía Célia
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