Armando era un niño que,
a pesar de la buena
educación que recibía en
el hogar, estaba
haciendo siempre cosas
malas.
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Le gustaba pelear y
vivir provocando a las
personas. Destruir sus
juguetes y los de los
coleguitas, hacía juegos
de mal gusto y tenía el
hábito de protestar por
todo.
Pero, si alguien
preguntaba cual era su
religión, él respondía
sin pestañear:
— ¡Soy espírita!
De hecho, él frecuentaba
las aulas de
Evangelización en
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la Casa Espírita
cerca de donde
vivía, pero su
comportamiento
era un terror,
perturbando el
aula y
entretenía a los
otros alumnos. |
La madre, preocupada,
hacía de todo para
orientarlo, sin embargo
sin resultado.
Cierto día, cansada de
recibir reclamaciones y
de inútilmente intentar
ayudar al hijo, la madre
rogó socorro a Jesús.
Tras mucho pensar, se
durmió.
A la mañana siguiente
ella despertó con una
idea en la cabeza. Llamó
a Armando y le pidió:
— Mi hijo, quiero hacer
una ensalada de frutas.
Por favor, ve hasta el
patio y traeme algunas
naranjas de la bananera.
El niño, sorprendido,
replicó:
— ¡Mamá, pero la
bananera no da naranjas!
— ¡Ah! Es verdad.
Entonces, tráigame
manzanas de la
naranjera.
Nuevamento, el chico
protestó:
— Imposible, mamá. Las
naranjas no dan
manzanas. Produce
naranjas.
Como si estuviese
pensando, la madre
replicó:
— Bien, entonces me
traes un racimo de uvas
del aguacate que hay
allá en el fondo del
patio.
Más sorprendido aún, el
niño replicó:
— ¡Mamá, el aguacate no
da uvas, sólo aguacates!
A esa altura de la
conversación, el niño ya
estaba muy preocupado
con la madre.
Pero la señora miró al
hijo atentamente y
preguntó, tranquila:
— ¿Por qué?
— ¡¿Por qué?!...
¡Porque, está claro,
cada árbol sólo produce
su propio fruto, mamá! —
respondió Armando.
— ¡Es verdad! ¡Tú tienes
toda la razón! — dijo la
madre. — Jesús enseñó
que el árbol bueno no
produce frutos malos, y
el árbol malo no puede
producir frutos buenos.
Pienso, entonces, que
soy un árbol malo.
— ¿Por qué, mamá?
— ¿Cómo es que aquí en
casa, donde somos
espíritas, donde tu
padre y yo sólo
enseñamos el bien, el
respeto, y el amor a la
personas, tú te obstinas
en hacer siempre lo
peor? ¿Es eso lo que te
hemos enseñado?
Al oír a la madre hablar
de aquella manera, el
chico entendió que ella
hablaba del
comportamiento de él, y
empezó a meditar,
bajando la cabeza,
avergonzado.
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Después, Armando levantó
los ojos y estuvo de
acuerdo: |
— Tienes razón, mamá. Sé
que he actuado mal y voy
a buscar corregirme. ¡Tú
aún vas a tener orgullo
de mí! Vas a ver que es
un árbol bueno y que da
frutos buenos.
La madre abrazó al hijo
con cariño, satisfecha
por haber conseguido
llegar hasta el corazón
de él y, aliviada,
agradeció el socorro del
Alto que había recibido.
Tía Célia
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