Estaba llegando el Día
de los Padres y Olavinho
no conseguía decidirse
— ¿Qué podría dar de
regalo a su padre?
Pensaba, pensaba, y no
encontraba la solución.
Sabía que su madre
compraría un regalo,
pero él quería dar algo
de él mismo. ¡Pero era
difícil! ¡No tenía
dinero! Además de eso,
su padre ya tenía de
todo.
Habló con la madre, pero
ella también estaba sin
ideas.
Apresurada para a la
compra, la madre besó al
hijo y dijo:
— Olavinho, voy a darte
una tarea: Tú vas a
hacer de detective y
buscar descubrir lo que
a tú padre le gustaría
recibir. ¿Está bien?
Después tú me cuentas, y
salimos para comprar.
¡El chico estaba
encantado! Comenzó la
investigación aquel
mismo día. Era sábado y
su padre se quedaría en
casa.
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— Papá, yo vi una camisa
bonita el otro día en la
tienda y ella parecía
hecha para ti.
— Ya tengo demasiadas
camisas, hijo mío.
— ¡Ah!...
Una hora después, el
niño comentó:
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— Papá, mamá dijo que tu
pantalón vaquero se
rasgó. Creo que vas a
necesitar de otro, ¿no
es?
Cogiendo el periódico
para leer, el padre
respondió:
— Tengo otros, Olavinho.
No te preocupes.
— ¡Ah!...
Más tarde lo intentó de
nuevo:
— El padre de mi amigo
compró una corbata
bonita, roja.
Me gustó mucho. ¿Qué
piensas tú?
— ¡Horrible! Además de
eso, no me gustan las
corbatas.
— ¡A!...
Olavinho intentó de
todo: libros,
calcetines, zapatos, sin
embargo nada resultó.
Medio desanimado, quedó
pensando, pensando.
Cuando la madre llegó,
él informó que,
infelizmente, no había
conseguido descubrir las
preferencias del padre.
Respiró hondo y dijo:
— En cuanto a ti, no sé,
mamá. Pero pensé bien y
ya sé cual es el regalo
que voy a dar para mi
padre. Pero no lo
cuento. Es secreto.
El Día de los Padres,
Olavinho se despertó
bien pronto y, cuando el
padre se levantó y fue
para la cocina, él ya
estaba trabajando, todo
feliz.
— ¿Qué pasó, hijo mío?
¡Despertaste tan pronto
hoy!
Con una sonrisa en el
rostro, el chico
respondió:
— Quería mucho darte un
regalo, papá. Quería,
sin embargo, que fuera
algo hecho por mí, que
costara esfuerzo y
mostrara lo mucho que tú
me gustas. Entonces,
siéntate. Voy a servir
tu desayuno.
Emocionado, el padre
notó que Olavinho había
arreglado la mesa. Se
sentó y se quedó
esperando.
Muy serio, el chico
trajo la leche (que él
había calentado en el
microondas), café
soluble, zumo de
naranja, frutas,
galletas, pan y
mantequilla.
Con gentileza, Olavinho
sirvió al padre: puso
leche y café en la taza,
cortó el pan y
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pasó
mantequilla, y
quedó todo
orgulloso viendo
al padre comer. |
— Come también, hijo
mío.
— ¡Después, papá! Ahora
estoy sirviendo.
Encantado con la
delicadeza del hijo, el
padre tomó su desayuno.
Cuando acabó, Olavinho
aún preguntó:
— ¿Deseas alguna cosa
más, papá? ¿Aceptas un
poco más de café con
leche?
— No, hijo mío, estoy
satisfecho y muy feliz.
Olavinho descendió de la
silla y corrió para los
brazos del padre,
diciendo:
— ¡FELIZ DÍA DE LOS
PADRES!
El padre abrazó fuerte
al pequeño Olavo,
afirmando con lágrimas
en los ojos:
— Disculpa, hijo mío, si
yo te decepcioné el otro
día. Percibí que usted
estaba intentando saber
lo que a mí me gustaría
obtener de regalo, pero
no quería que gastarás
dinero conmigo, sólo
para ser amable.
Miró para el niño, le
acarició los cabellos y
dijo con profundo amor:
— ¡Hijo mío, este fue el
regalo más bonito que yo
ya recibí de alguien!
¡Gracias!
Tía Célia
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