Pedrinho era un niño a
quién nada le faltaba.
Tenía una familia
amorosa, madre dedicada,
padre comprensivo y
hermanos que lo amaban y
todo hacían por su
bienestar.
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Sin embargo, Pedrinho
estaba siempre
encorajado. Cuando
alguien le hacía una
pregunta, respondía
siempre malhumorado. Al
pedir algo a los
familiares, era siempre
exigente y, si no fuera
atendido en la hora
comenzaba a gritar,
irritado.
Cuando era atendido en
sus pedidos, nunca tenía
una palabra de
agradecimiento, como si
todos tuvieran
obligación de servirlo.
Y cuando hacía alguna
cosa equivocada, no se
disculpaba.
El comportamiento de
Pedrinho era tan difícil
que los familiares y
compañeros de la
escuela, temiendo sus
reacciones, se mantenían
un poco alejados de él.
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Cierto día, el abuelo
Juan llegó y lo encontró
triste, sentado en el
portón.
— ¿Qué ocurrió, Pedrinho?
— preguntó el abuelo.
El niño levantó la
cabecita para mirar al
abuelo y respondió,
desanimado:
— ¡Yo quiero jugar,
abuelo, pero nadie
quiere jugar conmigo!
¡Mis amigos
desaparecieron!...
El abuelo João llevó el
nieto hasta un banco que
había en el jardín, lo
abrazó y volvió a
preguntar:
— ¿Por qué será que tus
amigos se alejaron de
ti, Pedrinho?
— No sé, abuelo.
El señor pensó un poco y
dijo:
— Pedrinho, familiares y
amigos son valiosos
tesoros que Dios nos dio
y de
los cuales debemos
cuidar muy bien. Pero,
yo tengo la solución
para tu problema.
— ¿Cierto, abuelo?
— ¡Sí! De aquí a algunos
días es su aniversario,
¿no es? ¡Pues voy a
darte un regalo mágico!
Los ojos del niño
brillaron:
— ¿Mágico?...
¡Mágico!... ¿Qué es?
— Tú verás. ¡Aguarda!
Ahora, vamos para
dentro. Necesito hablar
con tu madre. Mientras
el abuelo y la madre
hablaban tomando un
cafecito, la imaginación
de Pedrinho corría
suelta como el viento.
Él estaba curioso por
saber que regalo sería
ese que el abuelo iría a
darle. Intentó
descubrirlo, pero nada.
El abuelo no dio ninguna
pista. Así, fue con gran
ansiedad que vio pasar
los días que lo
separaban de su
cumpleaños. Iría a
cumplir siete años.
Hasta que el gran día
llegó. Pedrinho despertó
todo animado. Sabía que
ganaría mucha cosa, pero
sólo pensaba en el
presente del abuelo
João.
El abuelo llegó bien
tempranito. Traía un
lindo paquete de regalo.
Después de abrazar con
inmenso cariño al nieto,
él explicó:
— Pedrinho, aquí está tu
regalo mágico. Tú
deberás cuidar bien de
el. Cuando necesites
tomar una actitud,
acuérdate de
consultarlo. Él tendrá
siempre la respuesta
correcta para tus
necesidades. Si así
hicieras, el te será
útil por toda la vida.
Ansioso, Pedrinho retiró
el lazo rojo y rasgó el
papel del paquete.
Prendió la respiración
al ver
una linda caja de
madera. En verdad, un
cofre, con cerradura y
llave.
Impaciente, Pedrinho
cogió la llave y la
abrió. Para su sorpresa,
encontró algunas piedras
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coloreadas; cada
una de ellas
tenía color y
formato
diferente, pero
todas eran
bellas: blancas,
rosas, azules,
lilas. Ellas
eran brillantes
y suaves. |
Él quedó encantado.
¡Amaba las piedras!
Cogiendo una de ellas en
la mano, vio que tenía
algo grabado.
— ¡Tiene una palabra
grabada, abuelo!
— Sí, Pedrinho. Tú vas a
ver que cada una de
ellas tiene una palabra
diferente y no menos
importante. Son palabras
mágicas que te abrirán
la puerta del corazón de
las personas.
— ¿De verdad?...
— Sí. ¡Puedes apostar!
Lleno de interés, el
niño cogió la primera y
leyó:
— Gracias.
En ese momento, él se
acordó de que aún no
había agradecido al
abuelo.
— Gracias por el regalo,
abuelo — dijo
abrazándolo.
Después continuó
examinando el contenido
de la caja, observando
cada piedra, y leyó:
— Disculpe. Por favor.
Con permiso. Me gusta
usted. Buen día. Buena
tarde. Buena noche.
Leyendo cada una de
ellas, Pedrinho bajó la
cabeza, entendiendo la
intención del abuelo.
La madre, que observaba
la escena, quedó
conmovida ante la
delicadeza y creatividad
de su padre.
Viéndola, Pedrinho
corrió para ella:
— Sé que he actuado muy
mal, mamá. Discúlpame.
Gracias por la fiesta
que preparaste para mí.
La madre abrazó al niño
con mucho amor.
— Todo lo que hago es
por amarte mucho, hijo
mío.
Por la tarde, los
invitados comenzaron a
llegar y Pedrinho quedó
en la puerta para
recibirlos. Agradecía la
presencia de todos con
una sonrisa y tan bien
se portó que todos se
aproximaban a él
sintiendo verdadero
placer en su compañía.
Y cuando llegó la hora
de apagar las vela y
todos los presentes
cantaron Feliz
Cumpleaños, él tenía la
seguridad de que
realmente sería feliz.
De ese día en delante,
el cofre y sus lindas
piedras coloreadas jamás
se apartaron de Pedrinho.
Aún cuando él creció y
fue para la Universidad,
aquel cofre siempre lo
acompañaba, para no
dejarlo olvidar de cómo
debería tratar a todas
las personas.
Meimei
(Psicografia de Célia
Xavier de Camargo, en
3/1/2011.)
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