En cierta ocasión, una
Águila había salido en
búsqueda de alimento.
Ella voló bastante,
buscando algo que
pudiera satisfacer el
hambre de sus hijitos,
que estaban hambrientos.
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Buscó... buscó...
buscó... hasta que vio,
a lo lejos, una gallina
bien gorda y apetitosa.
La mamá Águila no tuvo
dudas. Con rapidez, para
no perder su presa, fue
en dirección a la
gallina que revolvía el
terreno y, en un vuelo
rasante, la cogió con
sus garras y con su
pico.
La pobre gallina se
debatía, intentando huir
de la enorme Águila,
cacareando:
— ¡Doña Águila, no me
mate!
Tengo hijitos
aguardándome en el nido.
Sin mi presencia, ellos
morirán de hambre, pues
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aún son recién
nacidos y muy
flaquitos.
¡Tenga
piedad!...
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Y tanto la pobre galilla
pidió que el águila,
condolida, acordándose
de sus hijitos, la
soltó.
— ¡Está bien! ¡Está
bien!... Por esta vez,
está libre. ¡Pero evite
caer en mis garras de
nuevo, porque no tendré
piedad!
— ¡Gracias! ¡Gracias,
doña Águila! ¡Si
necesita de alguna cosa,
puede contar conmigo!
Orgullosa, el águila
alzó el vuelo en el
espacio, pensando:
— ¡Pues sí! ¿Cuándo es
que yo, enorme y linda
Águila, poderosa y
respetada por todos en
el cielo, voy a
necesitar de los favores
de una ordinaria
gallina?
Regresando a su nido, el
águila miró a los
hijitos que la
aguardaban con los
piquitos abiertos y,
acordándose de la
gallina, reconoció que
había hecho bien en
ayudarla. Por lo menos,
los pollitos de ella no
pasarían hambre.
Algunos días después,
con los hijitos ya un
poco más expertos, el
águila decidió llevarlos
para el primer ejercicio
de vuelo.
¡Los hijitos estaban
eufóricos! ¡Iban a
aprender a volar por el
espacio con la mamá!
Durante el
entrenamiento, sin
percibirlo, uno de ellos
se alejó de los demás y,
confuso, acabó cayendo
en medio de algunos
árboles.
Sin saber donde estaba,
el hijito del águila
quedó arrastrándose en
el suelo, piando de
miedo, llamando a la
madre.
En ese momento, la
gallina, que removía
allí cerca, vio al
hijito del águila en
apuros y paró,
preguntando:
— ¡Hola! ¿Dónde está tu
madre?
El hijito, que nunca
había visto una gallina,
respondió temeroso:
— ¡No sé! Mamá anda con
mis hermanos.
¡Intentando volar, yo
caí y ahora no sé lo que
voy a hacer! —
lloriqueaba él,
aterrorizado.
— No te preocupes. Me
quedaré contigo hasta
que tu mamá aparezca.
Ella debe estar
buscándote y no debe
tardar.
Queda tranquilo.
— ¡Sí, estoy hambriento!
— ¡Pues entonces, come!
Aquí están algunos
insectos que conseguí
para llevar a mi nido.
Pero, no te preocupes.
Puedes comer a voluntad.
Después cogeré otros
para mis hijitos.
— ¡Ellos son una
delicia! — aprobó el
hijito del águila tras
probarlos.
— Puedes comer más, no
seas tímido — dijo la
gallina, generosa.
En ese instante, oyeron
un fuerte golpear de
alas. De repente, el
águila madre estaba
allí, junto a ellos, muy
enfadada, y hacía un
sonido inarticulado:
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— ¿Qué piensa que va a
hacer con mi hijito,
gallina?
La gallina miró la
enorme ave que había
llegado, y abrió los
ojos de miedo. En eso,
el hijito del águila se
volvió para la madre y
explicó, defendiendo a
su benefactora:
— Mamá, yo caí
intentando volar y,
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doña Gallina me
encontró y me
ayudó. ¡Me dio
la comida que
iba a llevar
para sus hijitos
y se quedó aquí
cuidando de mí!
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Avergonzada, el águila
miró a la gallina y
dijo:
— Discúlpeme. Le debo
mucho, cuidó de mi hijo,
lo protegió y lo
alimentó. Gracias.
La gallina balanceó la
cabeza, y respondió:
— No me agradezca, doña
Águila.
Yo haría eso por
cualquier otro ser. Creo
que debemos ayudarnos
unos a los otros porque,
así, también seremos
ayudados.
La gallina paró de
cacarear por algunos
instantes, miró bien
para el águila, y
preguntó:
— ¿No se acuerda de mí?
Soy aquella gallina que
usted ayudó un día.
Siempre me acuerdo que,
cuando hablé de mis
polluelos, usted me dejó
ir, libre. Hoy,
felizmente, pude
retribuir el favor que
usted me hizo.
El águila abrazó a la
gallina, conmovida con
el recuerdo, pues no
tenía hábito de ayudar a
nadie, y se hicieron
amigas.
La orgullosa Águila
reconoció que toda buena
acción revierte siempre
en favor de quien lo
practica, aún si quién
la practicó o quién la
recibió ya no se acuerde
de ella.
Lo importante es que el
bien generado por la
buena acción permanece
grabado para siempre en
nuestros archivos
espirituales.
MEIMEI
(Recebida por Célia
Xavier de Camargo, em
Rolândia-PR, em
5/3/2012.)
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