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Espiritismo para los niños - Célia X. de Camargo - Português Inglês 
Año 6 294 – 13 de Enero de 2013

Traducción
Isabel Porras Gonzáles - isy@divulgacion.org
 

 

Quitando el peso

 

Augusto era un niño bueno, pero tenía un defecto: estaba protestando siempre de todo: de las clases que eran aburridas, de la comida que no le gustaba, del juguete que se había roto, de la hermana que se entrometía siempre en su vida.

Sin embargo, lo que más incomodaba a la madre de él, doña Meire, es que un hermano de ella, por problemas de salud, había venido para la casa de ellos y estaba allí hacia algún tiempo, sin perspectivas de poder volver a su propia residencia.

Y Augusto, con el pasar de los meses, fue quedando cada vez más irritado con la presencia del tío. No soportaba tener a alguien alterando la rutina familiar.

Cierto día en que él estaba especialmente disgustado, la madre lo llamó para charlar:

— Guto, ¿que está pasando contigo? Te veo siempre irritado, nervioso...

— No es nada, mamá. Va a pasar.

La madre pensó un poco y consideró:
 

— Cuando tenemos algún problema, hijo mío, no adelanta huir de él. ¡Es preciso enfrentarlo! Cuéntame: ¿qué te está incomodando?

Finalmente, el chico confesó:

— ¡Ah, mamá! ¡Estoy cansado de la presencia del tío Felício aquí en casa! ¡Parece que no tenemos libertad para nada! ¡Como el tío no puede salir para pasear, nosotros tampoco salimos!... ¡Mi hermana

vive incomodándome! ¡Y ahora, menos mal que las clases terminaron, porque yo no aguantaba más tener que estudiar todo el día!...

Y, aprovechando aquel momento, él se quejó de todo y de todos. Cuando terminó, la madre sonrió y dijo:

— ¡Guto! ¡Tú estás protestando de todo! ¡Parece que no te gusta nada! ¡Finalmente, ¿qué es lo que te gusta?!... ¿Qué te hace estar feliz?

Delante de las palabras de la madre, el niño abrió los ojos, espantado. Jamás se había dado cuenta de que no le gustaba nada. Entonces, él volvió su cabeza buscando encontrar algo que le gustara.  

— Tampoco es así, madre. Yo quiero cambiar, pero no lo consigo. ¡Por ejemplo, me gusta mucho participar de las carreras!...

La madre pensó un poco y consideró:

— ¡Interesante!... Guto, ¿para participar de una carrera qué haces tú antes?

— Yo ejercito las piernas.

— Antes de eso. En relación a la ropa, ¿qué haces tú?

— Ah! Yo quito todo lo que pueda pesar. El profesor dice que la ropa debe ser bien ligera. ¡Para correr, mientras menos ropa mejor!

— Eso mismo. Entonces, como tú quitas el máximo de peso para poder correr mejor, en la vida también necesitamos quedar más ligeros cuando deseamos mejorar nuestro comportamiento. Sólo que es otro tipo de peso que debemos quitar: el egoísmo, los celos, la envidia, la irritación, la costumbre de protestar de todo y de todos. ¿Entendiste?

El niño bajó la cabeza y reconoció:

— Entendí, mamá. Creo que tú tienes razón. Muchas veces, siento envidia y celos de otras personas, cuando reciben más atención que yo.

La madre abrazó al hijo cariñosamente, explicando:

— Guto, cuando la mamá o el papá parecen dar más atención a tu hermana o a tu tío Felício, es que ellos están necesitando más en aquel momento. No te olvides de que tú eres nuestro hijo del corazón y que te amamos mucho.

— Yo sé, mamá. ¡Es egoísmo así! Voy a intentar actuar diferente — el chico prometió, aliviado.
 

De aquel momento en delante, Augusto buscó cambiar. Entró en el cuarto del tío preguntando cómo él había pasado la noche y si estaba mejor. Sorprendido con la súbita atención del sobrino, el tío respondió y comenzaron a charlar. Guto estuvo durante horas oyendo al tío hablar de su ciudad y contando casos graciosos. El tiempo pasó y él no lo notó. Antes de salir del cuarto, el tío le dijo:

— Guto, sé que estoy incomodando a vosotros.

¡Todos estos meses aquí en tú casa!...

Discúlpame. Noté que a ti no te gusta mucho, pero queda tranquilo, me iré pronto.

— ¡No, tío Felício!... Puedes quedarte el tiempo que quiera. A veces yo estoy medio irritado, pero me gustas tú.

— ¡Entonces, ven aquí y me dame un abrazo, chico!

Cuando la madre y la hermana entraron en el cuarto con el almuerzo del enfermo, encontraron a ambos riendo, abrazados. Dejando la bandeja en la mesita, las dos se aproximaron y participaron de aquel gran abrazo.

En aquel momento, Augusto sintió como si toneladas de peso hubieran sido quitadas de sus hombros frágiles. Con lágrimas en los ojos, terminado aquel momento tan especial, él dijo a la mamá, enjugando el rostro:

— ¡Mamá, creo que ya estoy preparado para correr!

La hermana y el tío intercambiaron una mirada sorprendidos, sin entender. Pero Augusto sabía que su madre había entendido, y era eso lo que realmente importaba.

                                              

        MEIMEI


(Recebida por Célia Xavier de Camargo, em Rolândia-PR, em 17/12/2012.)


               
 
                                                                                   



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Revista Semanal de Divulgación Espirita