|
Augusto era un niño
bueno, pero tenía un
defecto: estaba
protestando siempre de
todo: de las clases que
eran aburridas, de la
comida que no le
gustaba, del juguete que
se había roto, de la
hermana que se
entrometía siempre en su
vida.
Sin embargo, lo que más
incomodaba a la madre de
él, doña Meire, es que
un hermano de ella, por
problemas de salud,
había venido para la
casa de ellos y estaba
allí hacia algún tiempo,
sin perspectivas de
poder volver a su propia
residencia.
Y Augusto, con el pasar
de los meses, fue
quedando cada vez más
irritado con la
presencia del tío.
No soportaba tener a
alguien alterando la
rutina familiar.
|
Cierto día en que él
estaba especialmente
disgustado, la madre lo
llamó para charlar:
— Guto, ¿que está
pasando contigo? Te veo
siempre irritado,
nervioso...
— No es nada, mamá. Va a
pasar.
La madre pensó un poco y
consideró:
— Cuando tenemos algún
problema, hijo mío, no
adelanta huir de él. ¡Es
preciso enfrentarlo!
Cuéntame: ¿qué te está
incomodando?
Finalmente, el chico
confesó:
— ¡Ah, mamá! ¡Estoy
cansado de la presencia
del tío Felício aquí en
casa! ¡Parece que no
tenemos libertad para
nada! ¡Como el tío no
puede salir para pasear,
nosotros tampoco
salimos!... ¡Mi hermana
|
|
vive
incomodándome!
¡Y ahora, menos
mal que las
clases
terminaron,
porque yo no
aguantaba más
tener que
estudiar todo el
día!... |
Y, aprovechando aquel
momento, él se quejó de
todo y de todos. Cuando
terminó, la madre sonrió
y dijo:
— ¡Guto! ¡Tú estás
protestando de todo!
¡Parece que no te gusta
nada! ¡Finalmente, ¿qué
es lo que te gusta?!...
¿Qué te hace estar
feliz?
Delante de las palabras
de la madre, el niño
abrió los ojos,
espantado. Jamás se
había dado cuenta de que
no le gustaba nada.
Entonces, él volvió su
cabeza buscando
encontrar algo que le
gustara.
— Tampoco es así, madre.
Yo quiero cambiar, pero
no lo consigo. ¡Por
ejemplo, me gusta mucho
participar de las
carreras!...
La madre pensó un poco y
consideró:
— ¡Interesante!... Guto,
¿para participar de una
carrera qué haces tú
antes?
— Yo ejercito las
piernas.
— Antes de eso. En
relación a la ropa, ¿qué
haces tú?
— Ah! Yo quito todo lo
que pueda pesar. El
profesor dice que la
ropa debe ser bien
ligera. ¡Para correr,
mientras menos ropa
mejor!
— Eso mismo. Entonces,
como tú quitas el máximo
de peso para poder
correr mejor, en la vida
también necesitamos
quedar más ligeros
cuando deseamos mejorar
nuestro comportamiento.
Sólo que es otro tipo de
peso que debemos quitar:
el egoísmo, los celos,
la envidia, la
irritación, la costumbre
de protestar de todo y
de todos. ¿Entendiste?
El niño bajó la cabeza y
reconoció:
— Entendí, mamá. Creo
que tú tienes razón.
Muchas veces, siento
envidia y celos de otras
personas, cuando reciben
más atención que yo.
La madre abrazó al hijo
cariñosamente,
explicando:
— Guto, cuando la mamá o
el papá parecen dar más
atención a tu hermana o
a tu tío Felício, es que
ellos están necesitando
más en aquel momento. No
te olvides de que tú
eres nuestro hijo del
corazón y que te amamos
mucho.
— Yo sé, mamá. ¡Es
egoísmo así! Voy a
intentar actuar
diferente — el chico
prometió, aliviado.
De aquel momento en
delante, Augusto buscó
cambiar. Entró en el
cuarto del tío
preguntando cómo él
había pasado la noche y
si estaba mejor.
Sorprendido con la
súbita atención del
sobrino, el tío
respondió y comenzaron a
charlar. Guto estuvo
durante horas oyendo al
tío hablar de su ciudad
y contando casos
graciosos. El tiempo
pasó y él no lo notó.
Antes de salir del
cuarto, el tío le dijo:
— Guto, sé que estoy
incomodando a vosotros.
|
|
¡Todos estos
meses aquí en tú
casa!... |
Discúlpame. Noté que a
ti no te gusta mucho,
pero queda tranquilo, me
iré pronto.
— ¡No, tío Felício!...
Puedes quedarte el
tiempo que quiera. A
veces yo estoy medio
irritado, pero me gustas
tú.
— ¡Entonces, ven aquí y
me dame un abrazo,
chico!
Cuando la madre y la
hermana entraron en el
cuarto con el almuerzo
del enfermo, encontraron
a ambos riendo,
abrazados. Dejando la
bandeja en la mesita,
las dos se aproximaron y
participaron de aquel
gran abrazo.
En aquel momento,
Augusto sintió como si
toneladas de peso
hubieran sido quitadas
de sus hombros frágiles.
Con lágrimas en los
ojos, terminado aquel
momento tan especial, él
dijo a la mamá,
enjugando el rostro:
— ¡Mamá, creo que ya
estoy preparado para
correr!
La hermana y el tío
intercambiaron una
mirada sorprendidos, sin
entender. Pero Augusto
sabía que su madre había
entendido, y era eso lo
que realmente importaba.
MEIMEI
(Recebida por Célia
Xavier de Camargo, em
Rolândia-PR, em
17/12/2012.)
|