Clarinha estaba muy
triste e inconformada:
había contraído
sarampión y necesitaba
quedarse en cama por
algunos días.
Benedita, auxiliar de
faena en la casa, entró
en el cuarto trayendo
una bandeja con la
merienda y un
medicamento que Clarinha
tendría que tomar.
Irritada, la niña
protestó:
— ¿Otra vez ese
medicamento horroroso,
Benê?...
— Es preciso, Clarinha.
Tú estás con fiebre.
La chica obstinada,
cruzó los brazos y quiso
saber:
— ¿Por qué sólo yo estoy
enferma? ¡Quiero ir para
la escuela, como mis
compañeros!
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¡No aguanto más quedarme
en esta cama sin hacer
nada, Benê!...
Llena de paciencia, la
bondadosa mujer se sentó
a la vera de la cama,
con la bandeja agarrada,
y suspiró diciendo:
— ¡Ah, Clarinha! ¡Tú
estás protestando sin
ton ni son! ¡Hay gente
en condiciones mucho
peores que las tuyas!...
— ¿Entonces tú crees que
es fácil quedarse
acostada en esta cama,
sin poder salir, jugar,
andar con la bicicleta,
pasear con mis amigas?
La bondadosa señora
esbozó en el rostro una
sonrisa triste y
respondió:
— Luego tú podrás hacer
todo eso, Clarinha.
Pero, infelizmente, mi
hijo no...
— ¿Y por qué no? —
indagó la niña,
sorprendida.
— Joãozinho nació con un
defecto en las piernas y
no puede andar. Él se
queda acostado
estudiando, leyendo, o
en la silla de ruedas.
— ¡Invalido, Benê! ¡Debe
ser un niño muy triste!
La empleada sonrió y
contestó:
— ¡Nada de eso,
Clarinha! Él es un chico
muy divertido,
dispuesto, alegre y hace
un montón de cosas para
ayudar a personas como
él.
Yo agradezco mucho a
Dios por eso.
La niña no creyó en las
palabras de Benedita y
decidió:
— Así que pueda, voy a
hacer una visita a tu
hijo, Benê. ¿Puedo?
— ¡Claro! Joãozinho va
adorar!
Algunos días después, ya
recuperada, acordándose
de la promesa, Clarinha
fue con Benê hasta su
casa. Adoró el jardín
lleno de flores, la casa
simple, pero limpia y
bien cuidada.
— ¿Quién cuida de tu
casa, Benê?
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En ese momento, entró en
la sala un jovencito en
una silla de ruedas. Su
sonrisa amplia, los ojos
grandes y vivos, la dejó
encantada.
— ¡Hola, Clarinha! Estoy
contento con tu visita.
Quería mucho conocerte.
¡Mamá habla bastante de
ti! ¿Quieres ayudarme a
cuidar de las plantas?
Clarinha aceptó
contrariada, porque no
quería trabajar; quería
jugar con él.
— ¿Tu podrías llevarme
hasta el jardín? — él
pidió, sonriente.
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La niña entendió. Él no
podría ir solo, claro.
Cogió los agarradores de
la silla de ruedas y lo
condujo para fuera,
intentando no topar en
todo lo que veía por el
frente. En el jardín,
con destreza, Joãozinho
resbaló de la silla y se
arrastró hasta cerca de
las plantas hablando con
ella y explicando sobre
cada especie.
— Sabes, Clarinha, las
plantas son como gente,
ellas necesitan de
cuidados: es importante
ablandar la tierra,
retirar las hojas secas,
hacer una poda si es
preciso y,
especialmente, de agua
en la medida correcta.
Agradezco todo el día la
bendición de poder
cuidar de las plantas y
verlas crecer. Y no
habría conseguido vencer
mis límites sin la ayuda
de Dios.
Clarinha estaba admirada
y preguntó como él había
aprendido tanto sobre
plantas.
— Fue preciso, Clarinha.
Cuando descubrí que no
podría andar, quedé muy
triste. Sin embargo mi
madre me explicó que yo
sólo estaría impedido de
“andar”, pero podría
hacer un montón de otras
cosas, y completó: Mi
hijo, tu límite está en
ti. ¡Descubre lo que
puedes hacer, y hazlo!
¡Dios te ayudará!
Él sonrió a Clarinha y,
balanceando los hombros,
afirmó:
— Entonces, fui
descubriendo y venciendo
mis límites. ¡Hoy yo
hago de todo! Yo te pedí
para conducir la silla,
pero yo aún puedo
hacerla andar empujando
las ruedas con las
manos. En verdad, quise
que tú te sintieras
útil. ¡Yo me siento
útil! Ayudo a mi madre
arreglando la casa, lavo
la vajilla y la ropa.
Sólo no puedo colgarlas
en la barra porque no
alcanzo. ¡Cuando mi
madre no está, hago
hasta la comida!
Clarinha se sintió
avergonzada. ¡Aquel
niño, que no podía
andar, hacía mucho más
que ella, que había
protestado tanto por
quedar algunos días en
cama!
La niña miró para él
llena de admiración y
pidió:
— Joãozinho, ¿tú me
enseñas a cuidar de las
plantas de mi casa?
— ¡Claro! ¡Quedaré muy
satisfecho en poder
ayudarte!
Tomaron una merienda
gustosa, después la niña
se despidió de él con
tristeza. Una gran
admiración y afecto por
Joãozinho había nacido
en su corazón.
Volviendo para casa,
Clarinha se sentía
eufórica, y contó a la
madre que niño más
inteligente era
Joãozinho.
Después, completó:
— ¡Mamá, como Joãozinho,
yo también quiero
cambiar! Joãozinho viene
a enseñarme a cuidar del
jardín, ¿no es bueno?
¡Al verlo en la silla de
ruedas, tú no crees en
todo lo que él es capaz
de hacer!
— ¿Es así mismo, mi
hija?
— Sí, mamá. Con
Joãozinho, yo aprendí
que nosotros sólo
tenemos los límites que
establecemos para
nuestra vida. ¡Y
que Dios nos ayuda
siempre que lo
necesitamos!
Benedita sonrió feliz y
orgullosa, al ver el
cambio de Clarinha.
Emocionada, la madre
abrazó a la hija segura
de que importantes
transformaciones habían
ocurrido aquel día
dentro de Clarinha, en
general rebelde y
perezosa. Y levantando
los ojos para lo Alto,
agradeció a Dios por las
bendiciones de aquel
día.
MEIMEI
(Recebida por Célia X.
de Camargo, em
27/01/2014.)
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