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Espiritismo para los niños - Célia X. de Camargo - Português Inglês 
Año 7 350 – 16 de Febrero de 2014

Traducción
Isabel Porras Gonzáles - isy@divulgacion.org
 

 

Venciendo límites 

 

Clarinha estaba muy triste e inconformada: había contraído sarampión y necesitaba quedarse en cama por algunos días.

Benedita, auxiliar de faena en la casa, entró en el cuarto trayendo una bandeja con la merienda y un medicamento que Clarinha tendría que tomar. Irritada, la niña protestó:
 

— ¿Otra vez ese medicamento horroroso, Benê?...

— Es preciso, Clarinha. Tú estás con fiebre.

La chica obstinada, cruzó los brazos y quiso saber:

— ¿Por qué sólo yo estoy enferma? ¡Quiero ir para la escuela, como mis compañeros!

¡No aguanto más quedarme en esta cama sin hacer nada, Benê!...

Llena de paciencia, la bondadosa mujer se sentó a la vera de la cama, con la bandeja agarrada, y suspiró diciendo:

— ¡Ah, Clarinha! ¡Tú estás protestando sin ton ni son! ¡Hay gente en condiciones mucho peores que las tuyas!...

— ¿Entonces tú crees que es fácil quedarse acostada en esta cama, sin poder salir, jugar, andar con la bicicleta, pasear con mis amigas?

La bondadosa señora esbozó en el rostro una sonrisa triste y respondió:

— Luego tú podrás hacer todo eso, Clarinha. Pero, infelizmente, mi hijo no...

— ¿Y por qué no? — indagó la niña, sorprendida.

— Joãozinho nació con un defecto en las piernas y no puede andar. Él se queda acostado estudiando, leyendo, o en la silla de ruedas.

— ¡Invalido, Benê! ¡Debe ser un niño muy triste!

La empleada sonrió y contestó:

— ¡Nada de eso, Clarinha! Él es un chico muy divertido, dispuesto, alegre y hace un montón de cosas para ayudar a personas como él. Yo agradezco mucho a Dios por eso. 

La niña no creyó en las palabras de Benedita y decidió:

— Así que pueda, voy a hacer una visita a tu hijo, Benê. ¿Puedo?

— ¡Claro! Joãozinho va adorar!

Algunos días después, ya recuperada, acordándose de la promesa, Clarinha fue con Benê hasta su casa. Adoró el jardín lleno de flores, la casa simple, pero limpia y bien cuidada.

— ¿Quién cuida de tu casa, Benê?
 

En ese momento, entró en la sala un jovencito en una silla de ruedas. Su sonrisa amplia, los ojos grandes y vivos, la dejó encantada.

— ¡Hola, Clarinha! Estoy contento con tu visita. Quería mucho conocerte.

¡Mamá habla bastante de ti! ¿Quieres ayudarme a cuidar de las plantas?

Clarinha aceptó contrariada, porque no quería trabajar; quería jugar con él.

— ¿Tu podrías llevarme hasta el jardín? — él pidió, sonriente.

La niña entendió. Él no podría ir solo, claro. Cogió los agarradores de la silla de ruedas y lo condujo para fuera, intentando no topar en todo lo que veía por el frente. En el jardín, con destreza, Joãozinho resbaló de la silla y se arrastró hasta cerca de las plantas hablando con ella y explicando sobre cada especie.

— Sabes, Clarinha, las plantas son como gente, ellas necesitan de cuidados: es importante ablandar la tierra, retirar las hojas secas, hacer una poda si es preciso y, especialmente, de agua en la medida correcta. Agradezco todo el día la bendición de poder cuidar de las plantas y verlas crecer. Y no habría conseguido vencer mis límites sin la ayuda de Dios.

Clarinha estaba admirada y preguntó como él había aprendido tanto sobre plantas.

— Fue preciso, Clarinha. Cuando descubrí que no podría andar, quedé muy triste. Sin embargo mi madre me explicó que yo sólo estaría impedido de “andar”, pero podría hacer un montón de otras cosas, y completó: Mi hijo, tu límite está en ti. ¡Descubre lo que puedes hacer, y hazlo! ¡Dios te ayudará! 

Él sonrió a Clarinha y, balanceando los hombros, afirmó:

— Entonces, fui descubriendo y venciendo mis límites. ¡Hoy yo hago de todo! Yo te pedí para conducir la silla, pero yo aún puedo hacerla andar empujando las ruedas con las manos. En verdad, quise que tú te sintieras útil. ¡Yo me siento útil! Ayudo a mi madre arreglando la casa, lavo la vajilla y la ropa. Sólo no puedo colgarlas en la barra porque no alcanzo. ¡Cuando mi madre no está, hago hasta la comida!

Clarinha se sintió avergonzada. ¡Aquel niño, que no podía andar, hacía mucho más que ella, que había protestado tanto por quedar algunos días en cama!

La niña miró para él llena de admiración y pidió:

— Joãozinho, ¿tú me enseñas a cuidar de las plantas de mi casa?

— ¡Claro! ¡Quedaré muy satisfecho en poder ayudarte!

Tomaron una merienda gustosa, después la niña se despidió de él con tristeza. Una gran admiración y afecto por Joãozinho había nacido en su corazón.

Volviendo para casa, Clarinha se sentía eufórica, y contó a la madre que niño más inteligente era Joãozinho. Después, completó:

— ¡Mamá, como Joãozinho, yo también quiero cambiar! Joãozinho viene a enseñarme a cuidar del jardín, ¿no es bueno? ¡Al verlo en la silla de ruedas, tú no crees en todo lo que él es capaz de hacer!

— ¿Es así mismo, mi hija?

— Sí, mamá. Con Joãozinho, yo aprendí que nosotros sólo tenemos los límites que establecemos para nuestra vida. ¡Y que Dios nos ayuda siempre que lo necesitamos!

Benedita sonrió feliz y orgullosa, al ver el cambio de Clarinha.

Emocionada, la madre abrazó a la hija segura de que importantes transformaciones habían ocurrido aquel día dentro de Clarinha, en general rebelde y perezosa. Y levantando los ojos para lo Alto, agradeció a Dios por las bendiciones de aquel día.                                              

MEIMEI 


(Recebida por Célia X. de Camargo, em 27/01/2014.)      

 


                                                                                   



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