Juquinha era um niño
extraño.
Vivia siempre con la
cabeza en las nubes,
como distante de todo.
A veces estaba callado
y, de repente, comenzaba
a reír solo. Otras
veces, se quedaba
mirando para lo alto,
muy interesado, como si
estuviera viendo algo
que los otros no veían.
¡Algunas personas hasta
garantizaban que lo
habían visto hablando
solo!
Y se preguntaban:
— ¿Qué estaría
ocurriendo con Juquinha?
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¡Así, los amigos
comenzaron a alejarse de
él! Y, distantes de su
presencia, comentaban:
— ¡Pobre Juquinha!
¿Tendrá problemas? —
decía Celso.
— ¡Tal vez sea sólo
estar desconectado,
viviendo en el mundo de
la luna! — sugería otro.
— Pues yo temo que esté
quedando loco — añadió
Rosa, erizada.
Al oír esas palabras,
los chicos estremecieron
de miedo, y se callaron
pensativos.
En medio del silencio
temeroso que se hubo
hecho, una voz se hizo
oír firme:
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— ¡No creo en nada de
eso! Si así fuera,
Juquinha no conseguiría
estudiar, y sus notas
son siempre buenas, ¿no
es? — cuestionó Zazá,
con franqueza.
Todos se callaron.
El aprovechamiento de
Juquinha era realmente
muy bueno, y sus notas,
las mejores. Entonces,
¿qué estaba ocurriendo
con él?
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— Ya que estáis tan
preocupados y curiosos,
¿por qué no preguntáis
directamente para él? —
Zazá sugirió, mirando
para los compañeros.
Todos concordaron que
era la mejor opción.
Así, más tarde ellos se
reunieron y fueron a
conversar con Juquinha.
Llamaron a la puerta y
la madre de él atendió.
— ¡Hola, doña Maria!
Queremos conversar con
Juquinha. ¿Él está en
casa?
— ¡Hola, niños! — los
saludó sonriente. — Sí,
Juquinha está en el
cuarto de él haciendo
tareas. Sabéis el
camino. ¡Entonces,
podéis ir entrando! ¡Mi
hijo estará contento en
veros!
El grupo caminó por el
pasillo y entró en el
cuarto de Juquinha.
Zazá, que encabezaba la
fila, fue inmediatamente
diciendo:
— ¡Nuestros compañeros
quieren conversar
contigo, Juquinha!
— ¡Podéis hablar! ¿Qué
deseáis?
Medio obligados, los
amigos resistían en
decir, hasta que Zazá
informó decidida:
— Ellos quieren saber
qué está ocurriendo
contigo, Juquinha.
¡Creen que estás
diferente, extraño!...
Juquinha sonrió, invitó
a todos a acomodarse, lo
que ellos hicieron,
sentándose en la cama y
en el suelo. Con
serenidad, el niño
preguntó:
— ¿Diferente cómo?
— ¡Ah! Tú a veces parece
que estás viendo cosas
que la gente no ve, te
quedas riendo sin
motivo...
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— ¡Ah!... En verdad,
chicos, yo oigo y veo
cosas que vosotros no
percibís. Voy a
explicarlo.
Y contó a los compañeros
que siempre vio a las
almas de aquellos que ya
no estaban en la Tierra,
los Espíritus. En el
inicio no había
percibido, pensando que
estaba viendo gente de
carne y hueso. Después,
su madre le había
explicado que eran almas
de aquellas personas que
ya habían fallecido. Y
terminó diciendo:
— ¡Ellos son mis amigos!
Ahora mismo, estoy
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viendo a tu
abuelo, Celso.
Él dice que está
muy bien y vive
con la madre,
Doña Cora.
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— ¡Mi bisabuelo!... —
exclamó Celso, con los
ojos muy abiertos.
— Eso mismo. Y tú, Rosa,
estás acompañada por un
perrito llamado Bili.
¿Te acuerdas de él?
— ¡Claro! ¡Bili era mi
cariño, pero un día fue
atropellado y murió!...
— ¡Pues Bili está muy
bien, puedo asegurarte!
Y también estás
acompañada por tu tía
Laura. Una joven bonita,
bien joven, de cabellos
rubios largos.
Rosa comenzó a llorar,
emocionada. ¡Era todo
cierto!
Juquinha continuaría
allí, a darles
informaciones del mundo
espiritual. Pero,
avergonzados, los amigos
dijeron:
— Disculpanos, Juquinha.
Hicimos mal juicio de
ti.
— No os preocupéis,
entiendo perfectamente.
— ¿Y cómo tú te das tan
bien en los exámenes? —
¡¿“Tus amigos
invisibles” te dictan lo
que debes escribir?!...
— ¡No!... — dijo
Juquinha, riendo —
¡Claro que no! ¡En
verdad, yo estudio
bastante, podéis creer!
Pero, en la hora del
examen, siento la
presencia de mis amigos,
pues siempre hago una
oración antes de
comenzar a responder a
las preguntas.
Oyendo esas cosas, los
compañeros de Juquinha
quedaron maravillados.
Algunos se acordaban de
haber tenido visiones de
Espíritus hace mucho
tiempo, pero
reconociendo que nunca
se interesaron por esos
recuerdos, juzgando que
eran de la propia
cabeza. Otros informaron
que los adultos se
empeñaban de hacer que
olvidasen lo que veían,
afirmando que todo eso
eran bobadas.
Los chicos salieron de
la casa de Juquinha con
otra comprensión de la
vida, aprendiendo que
aquellos que habitan el
mundo espiritual pueden
comunicarse y hasta
ayudar a sus entes
queridos que continúan
encarnados en la Tierra.
De ese modo, la conexión
de Juquinha con sus
amigos aumentó aún más.
Ahora, ellos lo
respetaban y, cuando lo
veían fijar un punto
cualquiera en lo alto y
sonreír, con
entendimiento y
comprensión
intercambiaban una
mirada cómo si dijeran:
— ¡Juquinha está viendo
algún amigo espiritual!
MEIMEI
(Recebida por Célia X.
de Camargo, em
Rolândia-PR, em
16/7/2012.)
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