Al completar ocho años,
Luizinho tuvo de regalo
de su padre una linda
bicicleta. Feliz, él
salió a andar por la
calle con su bicicleta
nuevecita en hoja para
hacer envidia a los
amigos.
El aire admirado de
ellos lo llenó de
satisfacción. Uno de
ellos pidió:
— Luizinho, ¿tú me dejas
andar un poco con tu
bicicleta?
— No. Ella es mía. Acabé
de ganarla. Tú puedes
caer y estropearla.
Decepcionado, el amigo
se alejó con la cabeza
baja. Oyendo aquello,
los otros niños se
alejaron también para
jugar en otro lugar,
dejándolo solo.
Luizinho ni se molestó,
pensando que los amigos
tenían sólo envidia de
él. Entonces, él salió a
pasear todo contento,
exhibiendo la bicicleta
nueva. Como era un día
lindo de sol, él sintió
sed y paró en una fuente
para beber agua.
En eso, un niño que era
su compañero de escuela,
decidió hacer una broma
con él. Mientras él se
inclinaba en la fuente
para beber agua con las
manos, el compañero
cogió la
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bicicleta y
salió pedaleando
rápido. |
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Luizinho se volvió,
enjugando el rostro
mojado con las manos, y
se llevó un susto. ¡La
bicicleta nueva no
estaba más allí!...
— ¡Robaron mi bicicleta
nueva! ¡Socorro!
¡Socorro! — se puso él a
gritar, y salió
corriendo para intentar
encontrar su bicicleta.
Pero ni sombra de ella.
Al pasar por un lugar
sin casas, lleno de
árboles, y cuyo terreno
del lado derecho de la
calle se inclinaba hasta
acabar en un pequeño
riachuelo, él vio a un
chico que subía por la
hierba, sucio y mojado,
trayendo una bicicleta
también sucia y toda
torcida.
— ¡Caio! ¿Qué ocurrió? —
de repente, examinando
bien, él gritó — ¡Es mi
bicicleta nueva! ¡Toda
sucia y estropeada! ¡Tú
me robaste mi bicicleta!
— No, Luizinho, yo quise
sólo jugar contigo. Yo
te vi bebiendo agua y
cogí la bicicleta sólo
para darte un susto.
Pero acabé perdiendo el
control y salí de la
calle, cayendo en el
riachuelo. Yo no quería
robarla, sólo jugar
contigo.
¡Finalmente, somos
amigos! — explicó el
niño, pálido y
avergonzado.
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— ¡No perdono lo que
hiciste! Y tampoco somos
amigos más. ¡Tú vas a
pagarme por esto!
— gritaba Luizinho lleno
de rabia, cogiendo la
bicicleta de las manos
del niño.
Caio comenzó a llorar,
muy triste, y salió
corriendo para casa.
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Luizinho volvió
arrastrando la
bicicleta. Al entrar,
cansado y muy revuelto,
contó a su padre lo que
había ocurrido. El padre
examinó la bicicleta y
dijo:
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— Mi hijo, ella no está
rota, sólo torcida. Y la
pintura no está ni
arañada — y, mientras
hablaba, con mucha
habilidad, el padre la
enderezó. — ¿Viste
Luizinho? ¡Tu bicicleta
continúa nueva y linda!
El chico agradeció al
padre, pero continuó
lleno de rabia. No podía
ni pensar en Caio que
tenía ganas de golpearle
a él.
Con el paso de los días,
Luizinho fue empeorando
cada vez más. Se
mostraba irritado,
nervioso, cara seria,
mal humor, de ojos duros
y no se alimentaba bien.
Algunos días, él se
sentía tan mal que fue
para la cama. La madre,
preocupada, no conseguía
entender lo que estaba
ocurriendo con él y
preguntó:
— ¿Luizinho, qué pasó?
¡Tú cambiaste
completamente de unos
días para acá, hijo!
— No ocurrió nada,
madre.
El padre, que había
entrado en el cuarto,
también aprensivo, oyó y
quiso saber:
— ¿Qué pasa por tu
cabeza, mi hijo? ¿Tienes
alguna cosa que te
incomoda y que tú
piensas todo el tiempo?
— Tingo sí, padre. Sólo
consigo pensar en Caio.
¡Tengo tanta rabia que
tengo ganas de golpearle
a él!
— ¿Pero por qué? Si
fuera a causa de la
bicicleta, tú no tuviste
perjuicio alguno,
Luizinho.
— Pero yo continúo con
mucha rabia de él,
padre. Si yo me
encontrara con él, ni sé
lo que soy capaz de
hacer.
Los padres
intercambiaron una
mirada, entendiendo lo
que estaba pasando.
Entonces, el padre dijo:
— Mi hijo, el rencor
hace mucho mal para
nosotros. Tú estás
envenenándote con esos
pensamientos de rabia, a
punto de contaminar tu
cuerpo. Busca ver a Caio
como un amigo que fue
infeliz en una broma. Te
pones en el lugar de él:
Y si fueras tú cogiendo
la bicicleta del Caio,
¿no te gustaría ser
perdonado?
El niño pensó un poco y
respondió
— Tienes razón, papá.
Voy a hablar con él.
Luizinho estaba mucho
mejor. Pero, decidido a
poner fin en esa
historia, el padre fue a
buscar a Caio y lo trajo
para su casa. Al ver al
amigo, Luizinho quedó
contento. Caio comenzó a
llorar, y se disculpó
una vez más:
— No lo hice a
propósito, Luizinho.
Quise jugar contigo y me
salió mal.
Estoy sufriendo porque
no me perdono por eso.
Al ver al amigo tan
triste, el corazón de
Luizinho se ablandó. Él
se levantó de la
almohada y sonrió:
— Yo sé que fue una
broma. Ya pasó Caio. Y
si tú quieres pasear en
mi bicicleta, yo te
dejo.
En aquel momento, ellos
se abrazaron y fue como
si una nube oscura
saliera del interior de
Luizinho. Con el perdón,
él se sentía ligero y en
paz.
Estaba curado del veneno
de la rabia.
MEIMEI
(Recebida por Célia X.
de Camargo, em
29/07/2013.)
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